viernes, 26 de noviembre de 2010

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 9

CAPÍTULO 9
por L.G. Morgan


El desconocido trepó ágilmente por la escala que le habían arrojado por la borda. La luz hiriente del sol le cegó por un momento, sin hacerle perder sin embargo la sonrisa socarrona que le surcaba el semblante y ponía un brillo burlón en sus ojos.
    El hombre-máquina le estudió cuidadosamente, había algo en aquel forastero que se le antojaba extraño, algo que le decía que estaba demasiado contento, más que cualquiera de los otros en todo caso, de haber llegado allí. Se diría que sentía cierto alivio. Era curioso también, se dijo, que no pareciera sorprendido en absoluto por el entorno ni la compañía, como si supiera algo que todos ellos, en el momento de embarcar, desconocían.
- Qué hay, amigos –dijo con desenvoltura el recién llegado-. Un placer conoceros. Digo yo que ya habrá tiempo para las presentaciones más adelante, ahora me vendría de perlas si pudiéramos largarnos como alma que lleva el diablo –lanzó una sonora carcajada al decir esto último como si hubiera hecho un gran chiste, dejando al resto perplejos y con la sensación de estar perdiéndose algo-. Como decía mi viejo, mejor más pronto que tarde –concluyó guiñándoles un ojo-.
- Me temo que en eso no podemos ayudarte –respondió Willibald-. No es que nos falte disposición –sonrió- es solo que no depende de nosotros.
- Mmm... comprendo. El barco decide, ¿no?
- Así es –respondió el de Northumbria-. Parece pararse y navegar cuando quiere.
- Pero tú eso ya lo sabías, ¿no? –intervino Böortryp.
- No, amigo –Belfast se le quedó mirando fijamente, preguntándose qué le convenía revelar-, pero si no depende de vosotros y aquí no veo a nadie más... Tampoco es que me sorprenda mucho, estoy familiarizado con estas putadas que gusta jugarnos el destino –volvió a reírse. –Se reía mucho –pensó Böortryp-, demasiado para su gusto.
     Cecil se adelantó entonces, tanteando con un pie delante de otro el suelo, que se le antojaba borroso, con el fin de no tropezar. Por alguna razón que no comprendía el desconocido le resultaba familiar. No era el acento, ni por supuesto su aspecto, que no lograba distinguir muy bien. Era más bien algo que latía tras sus palabras, en el timbre de su voz, en su entonación quizá.
- Me llamo Cecil Deathlone, médico –le tendió la mano.
- Belfast –respondió el irlandés, estudiando detenidamente al hombre mientras se la estrechaba.
- Willibald, de South Seaxa –se presentó este saludándole a su manera, ligando su antebrazo izquierdo al del irlandés-. Y estos son Böortryp, John Shaft y... –dudó un instante, sin saber qué nombre darle a la Sombra.
- Asari Misaki –se adelantó el interpelado, salvando la vacilación del de Northumbria al tiempo que inclinaba ceremoniosamente su cabeza.
     Belfast correspondió a la inclinación y a continuación respondió, ante el completo estupor de todos:
- Una mujer, qué interesante. Pero ¿no dicen que traen mala suerte a bordo?
    Antes de su próxima inspiración, la Sombra había desenfundado su katana y puesto el filo de la hoja contra el costado del cuello de Belfast.
- Solo si se sienten ofendidas. Yo me ofendo con facilidad.


     En ese preciso instante el barco pareció tomar la decisión de continuar su viaje. Sintieron una vibración bajo los pies y el sonido ya familiar de las anclas que eran izadas hasta sus albergues habituales. La Sombra guardó el arma lentamente sin quitar los ojos de encima del forastero.
- Pero yo nunca me he dejado guiar por lo que se dice –replicó este con una sonrisa, tan ancha y despreocupada que hizo expander la concentrada constelación de pecas que le bailaban sobre la nariz y los pómulos.
      Una ligera relajación en la postura de Misaki fue el único indicio de que hubiera aceptado sus disculpas. Entonces Shaft, que hasta el momento había permanecido callado, observando con atención cada detalle, intervino, diciendo con cierta sorna:
- Pues si todos somos amigos de nuevo, volvamos abajo y enseñemos al novato dónde va a vivir los próximos siglos.


Pasaron horas, mientras el navío negro surcaba el mismo mar calmo y desierto del amanecer. De vez en cuando una bandada de pájaros cruzaba el cielo, como si hubieran sido enviados para recordarles que la vida aún existía y que no había que desesperar.
     Se habían familiarizado ya en lo posible con el barco, su hogar durante el tiempo variable que durase su condena. Y las cuestiones inexplicables... habían conseguido dejarlas al margen de momento. Aún faltaba un miembro más, solo uno, por incorporarse a la tripulación. Ya habría tiempo entonces de más preguntas y de desentrañar las pertinentes respuestas.
     Llegó el ocaso y con él negras nubes de tormenta. Habían ido subiendo poco a poco a la cubierta y ahora se hallaban todos allí, como si esperasen algo que tenía que suceder.
     La oscuridad los envolvió por completo, de golpe, y la densa niebla que parecía tener voluntad propia se adueñó una vez más del navío. Se izaron misteriosamente todas las velas, se encendieron los fanales y el barco viró hacia el sur y siguió navegando muy lentamente.
     No había sonidos, el aire era denso y pesado, el casco parecía abrirse camino en medio de un lodo consistente como melaza. Un olor indefinible flotaba alrededor, el aroma del pergamino, de las hojas muertas, de la humedad de la selva espesa y la materia en descomposición. Era también un olor pastoso, al igual que el aire quieto, que les llenaba la nariz y la boca, dejándoles un regusto amargo que sabía a tristeza.
- Qué destructiva emoción es la nostalgia –pensó de pronto la Sombra mientras oteaba desde la cubierta la impenetrable oscuridad, sin llegar a entender de dónde le venía ese pensamiento insidioso e inoportuno-, y cuánto puede llegar a paralizar mirar atrás. -Se hallaba sumida en una especie de trance. Trató con todas sus fuerzas de no ceder ante la súbita angustia que empezaba a embargarla, pero una creciente sensación de pérdida se apoderó de ella hasta doblegar su ánimo abatido.
- Pero ¿qué me ocurre? –exclamó, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta. El pasado se le venía encima. Todo lo que había dejado atrás le asaltó en aquel momento de golpe, con la fuerza de una espada afilada, hiriendo su corazón y su mente hasta hacerlos sangrar.
- Juro que no puedo más –gritó al mismo tiempo Böortryp, también en alta voz. El comedido y tranquilo Böortryp, que nunca perdía los estribos, que nunca se exaltaba-. Hasta cuánto debe pagar un hombre. Hasta cuándo. ¿Hasta que no pueda soportarlo y prefiera acabar con su vida? ¡Por las estrellas lejanas!, ¿puede el destino ser tan cruel?
- No sé qué ocurre... algo... algo extraño y ajeno nos está dominando –masculló Willibald-. Puedo sentirla: esta pena que pesa como una losa...
- Nadie puede escapar de su pasado –sentenció Belfast sin parecer inmutarse- Es un lodazal que hay que atravesar para alcanzar otras costas.
     Lo decía con tal certeza... –pensaron los otros- Parecía saber tanto... como si fuera mucho más viejo de lo que aparentaba y el paso de incontables eras le hubiera proporcionado esa resignación, ese fatalismo que le liberaba del miedo.
     Cecil, al menos, así quería pensarlo, que fuera sabiduría y lo que decía el hombre de mirada tortuosa fuera entonces verdad, que pudieran salir de aquel aura funesta.
     Durante las horas siguientes todos ellos fueron víctimas, en mayor o menor grado, de la pesadumbre y el remordimiento. Todos tenían culpas que expiar y ausencias que lamentar. Pero todos resistieron aquel mar negro y denso como la pez y consiguieron ver amanecer de nuevo.


El alba les descubrió tierra en el horizonte. La claridad fue barriendo olores y ataduras y el aire volvió a ser limpio y diáfano.
     Las velas se hincharon y el viento les impulsó veloz hacia la costa. Una costa de suaves contornos y arenas blancas, batida por la luz esplendorosa del sol.
     Llegaron tan cerca que lograron distinguir incluso un palmeral frondoso, brillante y oscuro, que cercaba una extensión con forma de media luna. Y allí, de pie en la playa, aguardaba una mujer cuyas coloridas vestiduras ondeaban al viento. Miraba al mar, fijamente, buscando algo, o quizás a alguien.
     Entonces comprendieron. Era su barco lo que estaba esperando, aguardaba, sin lugar a dudas, la llegada del “Destino”.

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