viernes, 28 de enero de 2011

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 18

CAPÍTULO 18 - Alma de Metal
por José Ignacio Becerril Polo

A solas en su camarote, después de la pasada aventura, Böortryp contemplaba su imagen en el espejo. El resto del extraño grupo que le acompañaba en aquel barco no se había dado cuenta, pero los rasgos de su rostro se habían desplomado un milímetro en los últimos dos días. Estaba empezando a suceder de nuevo, y el proceso probablemente se aceleraría a medida que los tejidos fueran perdiendo consistencia. Examinó los bordes de la carne en contacto con la parte mecánica de su cuerpo. Igualmente, aunque de un modo aún imperceptible para sus compañeros, un pequeño reborde verdaceo anunciaba el inevitable inicio de putrefacción de sus partes orgánicas.
     Bueno, todavía le quedaba tiempo antes de que los síntomas de decrepitud fueran evidentes, y si aún no había obtenido las respuestas que esperaba, siempre podría idear un plan para justificar un cambio en su apariencia. Los seres orgánicos eran tremendamente egocéntricos, se creían el centro del Creación y dotaban de rasgos y semblanza humana a todo lo que les rodeaba. Por ahora, había interpretado su papel a la perfección, reproduciendo sus conductas y simulando ser uno de ellos, al menos en la medida justa para no provocar un rechazo frontal. Era un juego curioso. Por un lado tenía que aparentar ser un hombre para que le aceptaran como uno de los suyos, pero por otro necesitaba ser distinto para poder justificar sus extraordinarias destrezas. Así que ese papel de entidad biónica le estaba resultando muy útil.
     No podía evitar apreciar la ironía que suponía tener que fingir ofenderse por unos insultos que hacían referencia precisamente a lo que él más apreciaba de sí mismo: su condición no humana, su naturaleza de máquina. Aquellos pobre infelices estaban tan orgullosos de sus limitaciones y de sus taras biológicas, que no podían imaginar que él no sólo no se sintiese acomplejado por su esencia híbrida, sino que en realidad ésta apenas era una máscara, un conveniente disfraz. Aunque, también, una fuente de conocimiento.

Porque Böortryp no era en absoluto un hombre máquina. Como mucho, podría decirse que en esos momentos era más bien una máquina hombre.
     Nació, como todos sus hermanos, siendo un sofisticado e impecable conjunto de engranajes, circuitos y aleaciones como jamás podrían fantasear aquellas defectuosas mescolanzas químicas, que sin embargo le trataban con tanta conmiseración. Con habilidades y capacidades más allá de su comprensión. Ellos, su raza, su especie, o como quisieran denominarles a falta de una palabra mejor, podían realizar empresas inimaginables muy superiores a las posibilidades de los habitantes de todos los mundos que habían visitado, y eran muchos. Nunca había encontrado seres que pudieran mínimamente rivalizar con su enorme superioridad. Y menos estos que se denominaban a sí mismos Hombres.
     Pensó en sus hermanos, tan lejos, en su mundo natal ¿Cómo marcharía la Gran Tarea? ¿Habrían descubierto algo más sobre qué era aquello contra lo que se enfrentaban? Sus investigaciones al respecto tampoco habían avanzado mucho, y eso que llevaba siglos viajando por todo el cosmos persiguiendo respuestas a preguntas en realidad muy parecidas a las de los demás seres con los que se había cruzado: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos? Era el único aspecto en el que les tenía algo semejante a su envidia. Siempre podían remontarse más atrás, mirar hacía su pasado y analizar y estudiar sus orígenes, de dónde procedían, cómo había evolucionado y, en cierto modo, porqué.
     Pero ellos no. Su pueblo despertó a la consciencia en un lugar y en un momento determinado. Amanecieron a la existencia tal como siempre han sido y ahora siguen siendo. No cabe progreso en la perfección. No hay evolución posible en lo que no tiene taras. Lo que no tenían era pasado. Sólo presente, sólo futuro. Y, tal como descubrieron al poco de empezar a explorar el espacio que les rodeaba, un inmenso desafío, un objetivo tan descomunal como perentorio.
     Enseguida comprendieron que no conocer su procedencia, el origen de dónde venían les impedía comprender quiénes eran realmente. Y que no tener recuerdos ni memoria anterior a su despertar, les obligaba a tener que enfrentarse a una dura supervivencia con datos insuficientes.
     Por eso él, y otros como él, habían sido elegidos para viajar por todos los mundos y tiempos conocidos en busca de respuestas, de información utilizable para hacer frente a los retos de su existencia. Sí, era cierto, en el fondo buscaban lo mismo que casi todos los seres vivos que habían alcanzado un nivel suficiente de raciocinio. Respuestas a las grandes preguntas.
En su peregrinar Böortryp, o lo que en este mundo llamaban Böortryp, había topado con los seres orgánicos, y su presencia fue un halo de esperanza. A pesar de sus defectos e incongruencias, podían tener la llave de la existencia de su pueblo. Tal vez no ellos, pero sí alguien como ellos. La evolución parecía clara, y los mismos hombres en sus fantasias elucubraban con crear seres de metal como él. No había encontrado especie o raza que tuviera la tecnología suficiente para ello, pero eso no significaba que no la pudiera haber. Y puede que en aquella travesía pudiese hallar al menos alguna pista que le condujeran hacia nuevas vías de investigación, nuevas perspectivas que sondear.
     Esa era su esperanza, y tal el motivo por el que localizó y sustituyó al hombre elegido en primera instancia por el Barco, y cuyo rostro y gran parte de su organismo portaba ahora mismo conectados a su morfología. Era la única forma de poder adoptar una apariencia que ocultara su condición excepcional y ajena y ser de ese modo mejor aceptado, evitando suspicacias y reticencias. Aunque también tenía motivos mucho más profundos. Conectar el cerebro, los sentidos y los órganos de un habitante del mundo que visitaba le permitía no sólo poder hacerse pasar por él, sino también conocer de primera mano lo que sienten y cómo perciben lo que les rodea los mismos. No todos los seres poseen los mismos sentidos ni con igual sensibilidad, y por tanto no recogen la información del exterior del mismo modo, lo que condiciona sobremanera su manera particular de entender la realidad. Por otro lado, al conectar su mente con la del sujeto absorbido, puede aprehender no sólo sus conocimientos y recuerdos, sino sobre todo sus emociones y sentimientos, curiosos mecanismos humanos de procesamiento rápido de información y de respuesta ágil a los estímulos del entorno. Sí, asimilar un cerebro humano le había hecho comprender mucho mejor al resto de los seres humanos, aunque ello también le había supuesto verse implicado de un modo íntimo y peligroso con los mismos.

En todo caso el problema más inmediato era la necesidad de irrigar las partes orgánicas de su cuerpo antes de que experimentaran un deterioro mayor. Era curioso, y lo tenía que investigar, la insólita coincidencia de sus necesidades con la primera misión que aquel Buque les había encomendado. En todo caso, este se encargaba de proveer a cada cual según sus exigencias, así que concentró su parte humana en imaginar el producto que requería.
     Un gemido asustado a su espalda le hizo girarse. Materializada de la nada, desnuda y tumbada sobre la cama de su camarote, una bella joven de largos cabellos oscuros y ojos asustados había aparecido y le miraba temblorosa y sorprendida. Este hecho le hizo reflexionar sobre la naturaleza de aquellos seres con los que compartía travesía. El sólo necesitaba sangre fresca con los nutrientes necesarios para poder mantener vivas sus partes biológicas. Algo que el barco podía haber suministrado en forma de recipientes obtenidos de cualquier banco de sangre, o simplemente tomando algo prestado de sus compañeros. Pero no, lo que le habían proporcionado era un envase vivo del que poder extraerlo personalmente. Un ser vivo ofrecido para ser sacrificado, y ademas de unas características muy peculiares.

     Extraño. Tal vez su parte humana, tras las experiencias vividas recientemente, había invocado inconscientemente un deseo mucho más perverso y visceral que el meramente nutricional que en principio precisaba. Sí, al igual que cuando la condesa exigió su pago en forma de requerimiento sexual, y eso le llevo a experimentar las inevitables pasiones consustanciales, ahora podía experimentar cómo oleadas de un excepcional y voraz deseo le llegaban, llenándole de retorcidas sugerencias sobre qué hacer respecto a esa aterrorizada mujer que sollozante y maniatada le esperaba en su lecho.
     Estaba claro que una especie tan cruel y despiadada con sus propios congéneres no podía ser la que les hubiese creado. Sin embargo todavía quedaba mucho por investigar en aquel barco. En cuanto a la chica, tenía algo que necesitaba y que no podía esperar más a obtener.

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