viernes, 26 de octubre de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 57

CAPÍTULO 57 - Paradojas
por Gerard P. Cortés
Más que nadar, Belfast parecía un torpedo disparado en el agua por una máquina de muerte que todavía faltaría mucho para que se inventase en esa realidad.
       El agua se abría para dejarlo pasar y su ojo mecánico, el único que podía tener abierto a aquella velocidad, estaba fijo en su objetivo: el resplandor antinatural que emergía del lecho marino. Estaba cada vez más cerca y no parecía haber rastro de vida a su alrededor, hasta que algo le golpeó en el hombro con un dolor punzante. Su avance se detuvo en seco y una pequeña nube de sangre comenzó a brotar de donde el arpón había mordido su carne.
       Su agresora no era otra que Van, que cubría la retirada del resto de su tripulación con el motor. Un recuerdo fugaz de los años que había pasado con esa mujer recorrió su cabeza, había sido más una madre para él que la suya propia, pero ahora nada de eso tenía importancia. Para ella todavía no había sucedido y para él era un sacrificio más que debía hacer si quería salvar todas las realidades.
       Se arrancó el arpón y nadó hacia ella. Si tenía que matarla lo haría. Los mataría a todos. Pero no dejaría que se llevaran el motor.
       Una sacudida mucho mayor lo barrió completamente de su trayectoria. Algo lo había agarrado y se lo llevaba lejos. Podía sentir miles de pequeños puñales clavados en su pecho. Lo último que fue capaz de ver antes de que el agua a su alrededor se volviera roja fueron las mandíbulas de un gran tiburón blanco ciñéndose a su alrededor.
 
El cuerpo de Asari Misaki voló por toda la sala y se estrelló contra una pared como una muñeca de trapo. La risa metálica de Tellerman resonaba por la sala.
– Juegos de luces, niña. ¿es eso todo lo que sabes hacer? Supongo que mi preocupación era exagerada, acabaré contigo en un…
       Una bola de fuego se estrelló contra su cara. Apenas pareció afectarle.
– Así que todavía recuerdas los truquitos que te enseñó tu madre –dijo girándose para enfrentar a Krieg–. Adorable.
– Tengo muchos truquitos más para ti –contestó él lanzando otra bola de fuego.
       Tellerman la desvió con una mano, como quien espanta una mosca especialmente molesta. Lanzó un puño dorado contra el chico, pero este lo detuvo con una barrera de color verde brillante. Después susurró unas palabras y la barrera se convirtió en un líquido viscoso que cubrió el antebrazo del pirata y lo pegó al suelo.
– ¿Qué te parece este? –sonrió satisfecho.
       Tellerman gruñó y alzó el brazo con esfuerzo. La sustancia seguía pegada y, a ella, las piedras del suelo a las que se había adherido.
– Fútil –dijo por fin– como todo lo que puedas lanzarme. Este es mi momento, chico. Harías bien en apartarte mientras remato a la chica, tal vez te permita vivir para servirme.
– Nunca te serviré, monstruo. Y, en cuanto a la chica –una sonrisa maliciosa asomó en el rostro de Krieg–, no creo que vaya a dejarse rematar.
       Una mezcla de sangre y aceite de motor brotó del abdomen de Tellerman al mismo tiempo que la punta de la katana de Misaki. De su boca escapó un gemido que se convirtió en un gorgoteo y, finalmente, en una carcajada. Se sacudió a sus dos oponentes de un manotazo y se quedó ahí de pie, riendo, con la espada todavía asomando entre las costillas metálicas.
– Idiotas –gritó–, de verdad creíais que sería tan fácil.
 
Tynan observaba el Destino con su catalejo. Vio cómo la tripulación iba saliendo poco a poco del agua y cómo cargaban, con cuidado, una gran esfera dorada en el barco.
– Se acabó –murmuró para sus adentros. Belfast había fracasado y ellos habían encontrado el motor. ¿Qué quedaba por hacer? ¿Se atrevería a tomar el barco? ¿Su propio barco? ¿Matar a todos los que estaban en él? Si ese era el precio, lo haría, ¿pero cómo? –Si vamos ahí y los matamos, si mato a mi yo del pasado –esta vez habló más alto, como si los espíritus que habitaban la cubierta pudieran contestarle– ¿no me borrará a mí mismo del tiempo? Estoy dispuesto a morir, pero si lo hago antes de poder destruir el motor, ¿de qué habrá servido todo esto? ¿Qué le pasará a la realidad?
– Que estará bien jodida –el capitán se volvió de golpe para descubrir a Belfast, sosteniéndose apenas en pie en la cubierta. Sangre y agua caían por igual sobre esta–. ¿Serías tan amable de hacer que alguno de tus fantasmas traiga vendas y un cigarro antes de que termine de desangrarme?
       En apenas un instante, uno de los espíritus apareció con lo solicitado y comenzó a vendar al irlandés, que hacía lo posible para que la punta de su cigarro encontrara la llama del encendedor.
– ¿Qué demonios te ha pasado?
– Un tiburón. Uno grande. Joder, ni siquiera se supone que haya bichos así por estas costas. La realidad está peor de lo que pensábamos. A punto del colapso total.
– ¿Y qué podemos hacer ahora?
– Lo que tú decías. Abordar el barco. Matarlos a todos. No te preocupes por lo de desaparecer antes de completar el trabajo. No es así como funciona.
– ¿Cómo, entonces?
– Verás, el tiempo… ¡auch! Ve con cuidado, jodido Casper, ¿quieres dejarme peor de lo que me ha dejado el tiburón? –una larga bocanada de humo entró y salió de los pulmones de Belfast y pareció calmarle un poco el dolor–. Lo que ha pasado, ha pasado. Nosotros encontramos el motor y fuimos cargándonos la realidad poco a poco, luego lo creamos, lo escondimos, lo volvimos a encontrar y así una y otra y otra vez. El tiempo es circular. Este momento concreto de la historia ha pasado cientos de veces y, a cada vuelta, el multiverso se jode un poquito más, hasta que acabe destrozado por completo. Así que no te preocupes por las paradojas, no importa si matamos a nuestros yos pasados o si ellos nos matan a nosotros, lo único que importa es destruir el motor para que la rueda deje de girar. Si lo hacemos, la realidad podrá sanarse a sí misma, si no… bueno, entonces tampoco importará si sobrevivimos a esto o no…
– No me hago ilusiones de sobrevivir. Ambos tenemos mucho por lo que pagar y lo haremos ahora. Con sangre.
       Belfast sonrió. Él mismo no lo habría expresado mejor.
– ¡Todos a vuestros puestos, malditos engendros de Satán! –berreó Tynan– ¡Vamos a abordar el Destino!

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