domingo, 16 de diciembre de 2012

Se lo iremos contando...

Muy buenos días. Ya hace tiempo que publicamos el último capítulo del Destino y hemos podido descansar y reponer fuerzas. Pero no es, de ninguna manera, que hayamos dejado esto por completo librado a su suerte, sino que las tareas que ahora nos ocupan son de otra índole.
Como os contábamos hace algún tiempo que pretendíamos hacer, le hemos dado formato de novela a la primera temporada del Destino, maquetando toda la historia para que, algún día, podáis leerla cómodamente en papel y tirados en el sofá, que es, como nos comentaba uno de nuestros lectores, la mejor forma de hacerlo.
Nuestra novela está en estos momentos buscando nido por esos mundos de Dios (del dios de la literatura, naturalmente). Así que cruzad los dedos y deseadnos suerte.
Continuaremos informando.

viernes, 23 de noviembre de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - EPÍLOGO

EPÍLOGO – Destinos (Parte 2)
por L. G. Morgan y Gerard P. Cortés
El desierto se ha transformado en un hermoso jardín y, en el punto exacto en el que se alzaba la pirámide, hay ahora un gran lago rodeado de cerezos en flor. Se acercan corriendo y Misaki les saluda con la mano.
       Parece una mujer completamente distinta. No hay rastro de su traje negro de Sombra, sino que ahora lleva un precioso kimono blanco y limpio. Su mirada es serena y, lo más sorprendente de todo, una sonrisa de oreja a oreja ilumina su cara.
       Krieg también parece distinto, mayor y más sabio. Tampoco hay rastro de las heridas que uno asumiría que deberían acompañar al renqueante caminar que les habían observado hacía un momento.
– Hola, amigos –dice simplemente.
– ¿Está… está hecho? –pregunta Willibald– ¿Somos libres?
       La sonrisa de Misaki se amplía un poco más al asentir.
– El último de los Amos ha muerto y la paradoja se ha reparado. Ahora el multiverso podrá empezar a sanarse él mismo. Ya ha empezado, de hecho, puedo sentirlo. Ahora puedo sentirlo todo.
       A pesar de la alegría porque todo haya acabado, Shaft se fuerza a hacer la pregunta que todos tienen en la punta de la lengua y a la que se niegan a dar voz.
– ¿Belfast y Tynan?
       Misaki niega con la cabeza.
– No han regresado. Han cumplido la misión, pero lo han pagado con su vida.
– Lo sabía –interrumpió Krieg–. Él lo sabía. Las cosas que me dijo… sabía que no volvería…
       El silencio se convierte en el único sonido que pueden pronunciar durante un buen rato. El tiempo pasa, el día se convierte en noche y la pena se entremezcla con la alegría. Rayos de esperanza asoman durante el amanecer. Y llega la hora de partir.

El antiguo hombre-máquina sería el primero en abandonarlos. Misaki había abierto un portal, rasgando el tejido de la realidad con la suavidad de una mariposa posándose sobre una hoja. Y les había explicado después que a partir de ese momento todos podrían volver a ese mundo y, de allí, donde quisieran. Sólo necesitaban pensar en ella y les abriría la puerta.
– Aunque solo sea para venir a visitarme –añadió con una de esas sonrisas a las que ninguno se había acostumbrado todavía.
       El metálico Böortryp, tan enigmático e inmutable como siempre, trató de tenderle la mano a Shaft en el típico gesto humano que tenía incorporado a su comportamiento, antes de recordar que el miembro que hacía esa función ya era apenas reconocible. Pero el policía estrechó con la misma convicción esa especie de antena cartilaginosa que tenía otras cuatro gemelas. Se despidió luego de Krieg y de Willibald con sendos abrazos, y llegó hasta Misaki, que mostraba el aspecto, ágil y tenue, de una bella mariposa. Ambos se inclinaron frente a frente, en gesto de profundo respeto. Por último, Zabbai Zainib, reina de Istiria. La mujer tenía en los ojos una expresión cálida, y su sonrisa enigmática pretendía ocultar el hecho de hallarse más conmovida de lo esperado. Ella era la primera sorprendida ante esos sentimientos de pérdida que le habían asaltado ante la idea de separarse de una vez para siempre de sus compañeros de aquellos últimos años. Con Böortryp no sería distinto. Se sacó del cuello un raro amuleto con forma de llama y se lo tendió junto con su bendición en istirio.
Que encuentres lo que desees. Que el viento del desierto te traiga siempre ventura. Y que las estrellas velen por ti sobre tu cabeza.
       Böortryp titubeó solo un instante antes de cruzar el portal. Había emprendido ese viaje con un único objetivo: aprender lo suficiente para cerrar el agujero negro que amenazaba con destruir su mundo. Ahora ya no hacía falta. El universo se estaba sanando a sí mismo, así que era probable que el agujero se hubiera sellado por sí solo. Su vuelta no sería el heroico retorno que había esperado. Nadie sabría de su papel en la salvación del universo pero, por algún motivo, eso no le importaba. Él lo sabía, y también sus compañeros, y eso le llenaba de una calidez muy humana que nunca había sentido antes.
       La aventura vivida lo había cambiado radicalmente. Había comenzado siendo una máquina-hombre y ahora era un hombre-máquina. Más humano que nadie en su mundo. Y, por primera vez en su vida, no le parecía que eso fuera algo malo.

John Shaft se despedía de Willibald y Krieg. Las carcajadas de los tres resonaban por todo el lugar. Zabbai Zainib se acercó a Misaki en silencio. Ambas se miraron de arriba abajo durante un instante. La guerrera y la ninja. La amazona y la samurái. Ellas también soltaron una carcajada que rivalizaba con las de sus compañeros mientras se fundían en un abrazo. Eran solo dos mujeres, dos amigas. Una perdió a sus hijos y la otra nunca conoció a su madre y aun así habían llegado a encontrar la una en la otra lo que les faltaba.
– No podría estar más orgullosa de la mujer en la que te has convertido –dijo Zabbai.
– Gracias –susurró Misaki–. Gracias por todo.
       Ninguna de las dos era de la clase que llora en las despedidas, pero es muy posible que lo hubieran hecho si Shaft no las hubiera interrumpido.
– Cuida del chico –le dijo a Misaki–. Al fin y al cabo su otro yo salvó el universo.
       Misaki asintió y le dio un abrazo. Después lo dejó solo con Zabbai.
– ¿Y tú qué vas a hacer? –preguntó él, turbado sin motivo aparente.
– Vuelvo a casa –respondió ella con seguridad–. Juré vengarme de los traidores y recuperar lo que es mío. Y así haré. Además, mis hijos me necesitan, fue por ellos por lo que accedí a… –hizo un gesto vago con la mano que lo abarcaba todo–, a todo esto. Volveré a Istiria y les ayudaré a alcanzar todo aquello para lo que fueron creados, cumpliré mi destino. ¿Y tú?, ¿irás a New York?, ¿buscarás a Nina?
– No –negó él con la cabeza, con una cierta resignada melancolía–, allí no hay nada para mí. Pude ver a Nina crecida y feliz y con eso me conformo. No creo que pudiera darle más de lo que ya tiene, así que tal vez sea mejor que le deje seguir su camino como está previsto, y que me recuerde, quizá, como a un gran amigo o alguna especie de padre.
– Entonces ven conmigo –pidió Zabbai con voz ronca–. Una vez  amé a un dios, ahora necesito un hombre. Uno fuerte, grande y bueno como tú.
– Pero, ¿qué haría yo allí? –protestó él sin mucha convicción, más conmovido por su ruego de lo que estaría dispuesto a reconocer–. Esa no es mi tierra, allí solo sería siempre un extranjero torpe que iría dos pasos por detrás de ti.
       Zabbai sonrió ampliamente.
– Mejor a mi lado, me gusta tenerte bien cerca –bromeó–. Es cierto –continuó después–, que tal vez no sea nunca tu país, ya sé que no es siquiera tu mundo. Pero con el tiempo conseguirás hacerlo un poco a tu medida, lo sé. –Dio un paso y se colocó justo frente a Shaft y casi a su altura, y le habló muy cerca de la boca–. Ven conmigo, no te arrepentirás –suplicó de nuevo–, nos inventaremos un lugar para los dos donde ser felices por fin.
       El suspiro que se le escapó a Shaft fue bastante elocuente. Abrazó a la mujer y se rindió en su oído:
– Eres veneno, mujer –susurró, haciéndole sentir a ella un hormigueo que electrizaba su piel–. Una droga dura y muy peligrosa. Pero, quién sabe por qué, ya no puedo vivir sin ella. Así que… ¡Acepto, maldita sea! –gritó al aire, como si se hubiera vuelto loco de pronto y se dirigiera a unos seres imaginarios–. Acepto, ¿me oís? Y que el perverso destino haga lo que quiera con nosotros.
       Zabbai le sonrió de nuevo, pero esta vez con una sonrisa tierna y casi triste, y mirándole a los ojos como no creía que volvería a mirar a nadie. Luego se repuso y volvió a adoptar una actitud ligeramente arrogante:
Pues entonces, en marcha. Tenemos un trono que recuperar. Aunque, eso sí –añadió con tono burlón–, tendrás que endurecerte un poco, no creo que la vida de neoyorquino que has llevado te haya preparado para mi gente.
Cariño, mi última residencia tenía código postal del Infierno. Estoy seguro de que sabré lidiar con tu gente…
       Con una ruidosa carcajada Zabbai Zainib echó a andar hacia la Puerta, segura de que él la seguiría.

Cuando Willibald cruzó el portal, después de las despedidas, apareció en su casa en Northumbria. Fue directamente hacia su estudio, pues no quería perder tiempo en documentar todo lo vivido, así era él. Abrió la puerta y dio un paso, pero se detuvo al ver lo que había tras ella. Su pequeño estudio había desaparecido y, en su lugar, había otra cosa. Un regalo de despedida de Misaki, supo sin lugar a dudas.
       El cazador soltó una larga y sincera carcajada que resonó hasta perderse entre los pasillos infinitos de la Biblioteca del Destino.
 

FIN

viernes, 16 de noviembre de 2012

SE SIENTE EL RETRASO

Problemas varios nos obligan a retrasar la publicación del capítulo que nos queda hasta dentro de unos días, esperamos que sean pocos.
Será la segunda y última parte del EPÍLOGO.
A partir de entonces la historia habrá llegado a su fin, pero no así nuestra andadura en el Destino. De esta y otras cuestiones tendréis también noticias la próxima semana.
Salud.
LOS TRIPULANTES DEL DESTINO.

viernes, 9 de noviembre de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - EPÍLOGO


EPÍLOGO – Destinos (Parte 1)
por L. G. Morgan y Gerard P. Cortés

El peso aplastante de infinitos mundos e incontables tiempos. Calor. Y una luz blanca que hiere los ojos. Los contornos parecen derretirse y el mundo se hace líquido, todo está pasando muy despacio. Es fácil pensar que se trata de una pesadilla pero no es así, esta vez es verdad, el tipo de sueño atroz que te mata.
       El sonido ha desaparecido por completo, o acaso a los humanos les han estallado los tímpanos. Y a las máquinas todos sus dispositivos perceptivos. En medio de la ceguera que les cerca una especie de aleteo llama su atención allí en lo alto, una vibración leve pero acompasada que por algún motivo resulta ominosa. Tienen que salir de allí, en breve será tarde.

La hélice de oro gira sobre sí misma, se desprende de los restos de la cúpula y se transforma en libélula. Es libre para volar, para fundirse con el aire y acudir a la voz que le llama. No está lejos, siente su atávico reclamo en lo más profundo de su profunda naturaleza.
       De la torre que acaba de abandonar salen renqueantes pequeñas figuras, siluetas dislocadas que necesitan apoyarse unas en otras. Se dirigen sin saberlo hacia el lugar mismo donde mora la voz. Pero ellos no importan, son accidentes, minúsculas partículas que el viento arrastrará al final de su ciclo. Les deja atrás, sobrevuela callejas cada vez más oscuras, miserables arrabales donde todo está muerto, donde quizá nada ha vivido nunca realmente. Y el frío azul de la pirámide se dibuja en el vacío. Casi ha llegado, ahora la voz son varias voces que esperan. Desciende muy despacio, como si la gravedad no existiera para ella y corriera el peligro de alejarse y perderse para siempre. Solo su voluntad de regresar al origen sobrevive, a toda costa ha de ocupar su lugar.
       Allí está la estrella. Cinco puntas. Y un vacío en el centro donde una vez estuvo la pequeña mujer, el poderoso Aurus humano. Ahora la mujer es piel sangrante y huesos rotos, y su compañero un amasijo torturado que, pese a ello, conserva la conciencia bien afilada.  Tira de la chica hacia el exterior para ponerla a salvo, sabe que algo está a punto de ocurrir. Ella está inmóvil como si hubiera agotado sus últimas fuerzas, pero el calor de él parece llevarla a un último esfuerzo.
       Tampoco importan. Solo la estrella.
       Un hueco en el centro exacto. La libélula se detiene posada ahí y adquiere de nuevo su forma inanimada, una hélice dorada de cuatro hojas. Entonces sucede. La onda que se amplía desde el mismo epicentro, que se irradia hacia el exterior en círculos concéntricos cada vez mayores. Y el caos, la nada, la destrucción de todo lo que existe. Para que algo mejor pueda volver a nacer.

El mundo termina en un solo instante cegador. En medio de la ciudad de pesadilla que ha sido el Paraíso de los Amos, John Shaft, Zabbai Zainib, la máquina medio humana que ahora es Böortryp y Willibald, no saben qué hacer ni cómo ponerse a cubierto. Por todas partes se desploman edificios, caen cascotes y muros enteros, montículos que sepultan cuanto hay a su paso. El sonido ha regresado con la fuerza de la más atronadora de las tormentas. La tierra se divide en supurantes heridas por las que salen vapores de azufre. Podría ser el infierno, uno de ellos, si a esas alturas se permitieran creer que es real. Que es un lugar distinto a aquel en que ya viven.
       Belfast les dijo, parece que en otra vida, que se verían junto a la torre de los Amos… si sobrevivían. Han tenido que morir, se dicen ahora, porque en ningún maldito lugar de aquel condenado universo se ve un alma.
       Según buscan ansiosamente con la mirada cualquier rastro de sus compañeros, a sus pies se abre repentinamente un abismo que quiere tragárselos. De un salto atrás consiguen evitar la caída de puro milagro, pero la grieta crece hasta ellos y, sin remedio, se precipitan al vacío. Solo Böortryp consigue anclarse al borde, en un agónico estertor mecánico. Con sus otros apéndices atrapa a sus compañeros en el último instante para, en medio de los temblores que no dejan de agitar un solo momento la castigada tierra, izarse con ellos hasta la superficie. Lo único que importa es correr hacia delante, a ningún sitio en concreto, solo para escapar del horror.
       Hay una nube de polvo y humo que tapa el horizonte cercano. Cuando se disipa un tanto, consiguen distinguir dos figuras avanzando lentamente, apoyadas una en la otra, al otro lado de una ancha extensión que se ha formado donde hubo a su llegada decenas de grandiosos edificios, desaparecidos por completo.
       “¡Misaki!”, gritan alborozados, unidos de golpe por el simple instinto de supervivencia, miembros ahora de una misma raza o un mismo pueblo. “Y el otro es Krieg. Pero son solo dos… ¿Dónde están los demás?”
       Hay una pirámide a unos pocos cientos de pasos, detrás de ellos. Sus paredes se resquebrajan, estallan hechas añicos y se desploman hacia adentro, borrando todo rastro de lo que hubo una vez. Una luz blanca y cegadora emerge desde las ruinas y lo cubre todo durante un espacio de tiempo que podría ir desde un segundo a toda la eternidad. Cierran los ojos, heridos por ese fulgor insoportable. Y cuando los abren todo es distinto.

viernes, 2 de noviembre de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 58


CAPÍTULO 58 - El último abordaje
por Gerard P. Cortés

Un jovencísimo Krieg fue el primero en escucharlo. Un sonido de ultratumba, como un cuerno sonando desde el más oscuro rincón de las profundidades abisales. Sus compañeros de tripulación, así como su propio padre, todavía estaban en la bodega, instalando la extraña esfera que habían encontrado en la falla, pero él había tenido que subir porque el aire había empezado a faltarle. Desde que encontraron el objeto se había apoderado de él la sensación de que algo iba mal, y ese sonido parecía darle la razón. Gran parte de la tripulación se congregó en cubierta, atraídos por el mismo sonido perturbador, entre ellos el capitán Tynan, Tellerman y Arwel Rogers, el contramaestre. La niebla era espesa e irreal e impedía ver nada más que sombras. Una sombra, haciéndose más y más grande.
Cuando alcanzaron a distinguir la forma del casco del barco que se acercara, el capitán corrió al timón mientras ladraba órdenes, pero Krieg sabía que era tarde. La proa del otro barco embistió el costado del suyo, pero eso no fue nada comparado con lo que vino después. Un hombre viejo que se parecía mucho al capitán saltó a su cubierta al grito de ¡al abordaje! y tras él la niebla se convirtió cientos de rostros traslúcidos y putrefactos. Los espíritus, arrancados directamente del infierno, sin duda, saltaron también a su cubierta y atacaron a la tripulación entre aullidos infernales.
Un hombre pelirrojo se acercó directamente a él. Tenía un ojo verde y otro completamente rojo, como si se hubiera quedado tuerto y alguien le hubiera incrustado un rubí. Ambos estaban fijos en él. Krieg sacó su puñal y se lanzó contra el extraño, pero este lo desarmó con facilidad. Incluso le pareció oír como se reía, antes de acercar la boca a su oreja y susurrar en ella.
─Vete ─le dijo─ vive. Haz algo mejor que yo con los años que te quedan.
Luego una luz verde lo envolvió por completo. Lo último que vio antes de perder el conocimiento fue una torre tan grande que no podía ser de verdad. Incluso alcanzó a leer la inscripción en su entrada antes de caer redondo: Empire State Building, New York.

Otro Krieg, este algo mayor y mucho más magullado, saltó atrás justo a tiempo para esquivar apenas el puño dorado y enorme de Tellerman. La katana seguía clavada en su abdomen, pero el gigante no parecía darse cuenta, siquiera. Misaki seguía atacando con su Wakisashi, pero si la espada larga apenas había tenido efecto, la corta todavía menos.
A pesar de la velocidad de la chica, Tellerman consiguió agarrarle la pierna y tirarla al suelo. Comenzó a golpearla y la sangre de ella le pintó un mosaico en la cara.
─¡Déjala! ─gritó Krieg. Pero, si lo había escuchado, no le estaba haciendo caso.
Recitó las palabras y otra bola de fuego se formó en su mano. Las anteriores no le habían hecho nada, así que esta seguramente no iba a ser distinta, pero entonces recordó algo que le había dicho su madre hacía mucho tiempo, cuando lo inició en los rudimentos de la magia: "La oportunidad puede derrotar a cualquier poder, solo es necesario estar ahí para sacar provecho".
Saltó a la espalda del gigante y rodeó su cabeza con los brazos. Cuando tuvo la mano sobre sus ojos lanzó la bola con toda la fuerza mágica que le quedaba.
Tellerman soltó un alarido y se puso en pie, Krieg no pudo mantenerse sujeto y cayó al suelo junto a Misaki. El monstruo dorado se tambaleaba mientras trataba de cubrirse el rostro.
─¡Tú! ─le gritó a la nada─ ¡Tú has hecho esto! ¡Maldito mocoso, debí matarte en cuanto pusiste un pie en mi barco!
De las cuencas vacías de sus ojos manaba sangre espesa y oscura. Estaba ciego.

Tynan estaba disfrutando de la pelea y se notaba. Al fin y al cabo era un pirata y eso es lo que hacían los piratas: abordar barcos, matar a sus tripulaciones y liberarlos de sus más preciadas posesiones. Solo que esta vez no iban a robar la carga, sino a hacerla estallar en mil pedazos. Tal y como lo habían planeado, Belfast aprovechó la confusión reinante en cubierta para colarse bajo esta. Casi todo el mundo parecía estar arriba, así que debería ser relativamente fácil llegar hasta el motor.
La distribución interior ya había comenzado a cambiar, pero todavía se parecía bastante al Destino que él recordaba. Dio un par de giros erróneos, pero pudo volver a orientarse y, finalmente, llegó a la sala del motor. Un par de piratas le atacaron con espadas, pero se deshizo rápidamente de ellos con un disparo de su Desert Eagle para cada uno. Iulius le saltó por detrás, desde las sombras y su hoja le hizo perder el arma, junto con un dedo de la mano que la sujetaba.
La rabia y el dolor lo cegaron por un instante, su ojo brilló con una intensidad exagerada y Iulius explotó, esparciendo sangre y entrañas por toda la sala. Fue entonces cuando notó el dolor y el boquete que se abría en su pecho. Cayó de rodillas. Frente a él, con el fusil todavía humeante, uno de los jefes de artilleros, Kerber Gwennol. Su padre.

Los puños dorados de Tellerman golpeaban suelo y paredes al azar. No podía verlos, pero todavía podía aplastarlos. Krieg estaba tumbado en el suelo, casi divertido por la ironía subyacente: si se movía haría ruido y el gigante los detectaría, pero si no lo hacía, seguramente uno de los golpes acabaría conectando y haciéndolos papilla. Casi estaba agradecido por los huesos rotos y el agotamiento que le eximían de tomar la decisión.
Misaki, en cambio, sacó fuerzas de algún sitio y consiguió ponerse en pie. Todo su cuerpo temblaba. Renqueante, se acercó a Tellerman, pero a mitad de camino se desplomó sobre una rodilla con un sonido seco. El monstruo la oyó.
─¡Ja! Aquí estáis. ¿Os creíais que os ibais a librar?
Avanzó hacia ella, golpeando el aire con sus puños. Un poco más y sería la cabeza de Misaki la que recibiera el impacto.
─¡Eh! ¡Estoy aquí! ─la boca de Krieg se había puesto en marcha, desoyendo todo lo que su cerebro le decía─ ¿Es que estás ciego o qué?
Tellerman soltó un alarido y se movió en dirección de la voz. Pasó a apenas unos centímetros de Misaki, sin detectarla. Bien, pensó, ya la había salvado. Ahora a cerrar los ojos y a esperar la muerte.
En lugar de cerrar los ojos, siguió gritando.
─¿Sabes? Es buena cosa que ya no tengas ojos, así no tendrás que mirarte nunca más al espejo. Si ya eras feo antes, ahora eres incluso peor…
Tellerman seguía acercándose a él, golpeando el suelo con sus enormes puños.
─Me pregunto si eso de hacerte tan grande fue para compensar algo. Me imagino que sí, Van me contó algunas cosas, ¿sabes?
─¡Tú ríete, niñato! ¡Verás cómo me río yo cuando use tus costillas como mondadientes!
Silenciosa como una gata, Misaki consiguió deslizarse tras él. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba allí hasta que ella agarró el mango de la katana.
Una potente luz blanca emanó de la parte visible de la hoja, más intensa que nunca, como si su portadora hubiera vertido en ella todas las fuerzas y toda la vida que le quedaba.
Misaki gritó y la hoja se abrió paso por el vientre y el pecho de Tellerman hasta su cabeza. Lo partió en dos y, esa vez, no volvió a levantarse.

Los espectros estaban masacrando a la tripulación del Destino y su capitán tampoco se quedaba corto. Su espada, pintada del carmesí de la vida robada, lanzaba estocadas certeras a diestro y siniestro contra sus antiguos hombres, hasta que fue detenida por otra igual. Estaba frente a frente con él mismo.
Luchó con coraje, armado por primera vez con una causa justa, pero el otro era más joven y más rápido y su hoja mordió carne primero.
─¡Descúbrete ahora, demonio! ─le exhortó─ Dime qué es lo que has venido a hacer en mi barco.
─¿Tu barco? ─se quitó el sombrero y mostró una cara que, a pesar de los años y las batallas marcadas en ella, el otro reconoció sin problemas─ Este barco es mío. Siempre será mío.
─¿Pero qué brujería es…?
Aprovechando el titubeo de su otro yo, Tynan clavó su propia espada en el enemigo. Una herido sucia y mortal como la que él mismo había adquirido.
─Mira ahora el rostro de tu muerte, capitán. Paga por tus pecados como yo lo hago por los de los dos.
Y así, ambos capitanes murieron en mitad de la batalla, sobre la cubierta de su barco.

Belfast se incorporó como pudo, tapándose la herida del pecho con la mano.
─Quédate abajo, chico ─dijo Kerber─ te lo advierto.
El falso irlandés dejó escapar una carcajada que se convirtió rápidamente en tos y esputos de sangre. De toda la gente que podía haberse quedado ahí abajo, tenía que ser él. Tenía ser su padre.
El artillero volvió a apretar el gatillo, pero el arma no disparó.
─No te esfuerces, no funciona. Magia, ya sabes cómo va eso, al fin y al cabo te casaste con una bruja ─Belfast siguió acercándose a su padre, aunque sus piernas apenas lo sostenían─. Tuviste un hijo con ella, también.
─¿Cómo sabes eso? ¿Quién eres?
─Eso no importa. Ya no. Lo que importa es ese niño, que escapó de ella y vino a buscarte para que cuidaras de él y… bueno, supongo que lo hiciste, a tu modo, aunque un barco pirata no es el mejor sitio para criar a un niño, ¿no crees?
─No… no lo es, pero es lo único… el único sitio…
─Sí, ya lo sé ─Belfast puso la mano en el hombro de su padre─. Solo prométeme que esta vez lo harás mejor, ¿vale? Dale lo que mi padre no pudo darme a mí.
Una luz verde envolvió a Kerber y el mundo cambió a su alrededor. La tierra estaba cubierta de brea dura y negra y la gente vestía de un modo extraño. Su hijo estaba tumbado en el suelo, frente a la torre más alta que hubiera visto nunca. Se agachó junto a él y lo abrazó.
─Estoy aquí, hijo ─le susurró─. Estamos a salvo…

─Ya está ─dijo Belfast para sí mismo. Le quedaba poder justo para dos hechizos de teleportación, además de para lo que debía hacer. Pensaba usar uno en el chico y otro en él mismo, pero al final… bueno, las cosas nunca son como uno las planea.
Se sentó frente a la gran esfera dorada que reposaba en el suelo, con la espalda apoyada en esta. Sacó el paquete de cigarrillos y se encendió uno con dificultad. La sangre brotaba de su pecho y ya no se molestaba en intentar taponar la herida. La familiar luz verde fluía a través de él hacia el motor. Dio una larga calada que le hizo toser y el humo se le escapó por la boca, por la nariz y por el agujero del pecho. Dio otra y otra y se quedó allí, simplemente fumando mientras el motor alcanzaba la masa crítica.
La explosión que se llevó el Destino se pudo ver desde las costas de Portugal, y su gente pensó que el infierno se había abierto para traerles aún más tormentos.
Ninguno imaginó que un brujo embaucador con miles de años de edad y un viejo pirata loco acababan de salvar sus vidas y las del resto de la creación.

viernes, 26 de octubre de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 57

CAPÍTULO 57 - Paradojas
por Gerard P. Cortés
Más que nadar, Belfast parecía un torpedo disparado en el agua por una máquina de muerte que todavía faltaría mucho para que se inventase en esa realidad.
       El agua se abría para dejarlo pasar y su ojo mecánico, el único que podía tener abierto a aquella velocidad, estaba fijo en su objetivo: el resplandor antinatural que emergía del lecho marino. Estaba cada vez más cerca y no parecía haber rastro de vida a su alrededor, hasta que algo le golpeó en el hombro con un dolor punzante. Su avance se detuvo en seco y una pequeña nube de sangre comenzó a brotar de donde el arpón había mordido su carne.
       Su agresora no era otra que Van, que cubría la retirada del resto de su tripulación con el motor. Un recuerdo fugaz de los años que había pasado con esa mujer recorrió su cabeza, había sido más una madre para él que la suya propia, pero ahora nada de eso tenía importancia. Para ella todavía no había sucedido y para él era un sacrificio más que debía hacer si quería salvar todas las realidades.
       Se arrancó el arpón y nadó hacia ella. Si tenía que matarla lo haría. Los mataría a todos. Pero no dejaría que se llevaran el motor.
       Una sacudida mucho mayor lo barrió completamente de su trayectoria. Algo lo había agarrado y se lo llevaba lejos. Podía sentir miles de pequeños puñales clavados en su pecho. Lo último que fue capaz de ver antes de que el agua a su alrededor se volviera roja fueron las mandíbulas de un gran tiburón blanco ciñéndose a su alrededor.
 
El cuerpo de Asari Misaki voló por toda la sala y se estrelló contra una pared como una muñeca de trapo. La risa metálica de Tellerman resonaba por la sala.
– Juegos de luces, niña. ¿es eso todo lo que sabes hacer? Supongo que mi preocupación era exagerada, acabaré contigo en un…
       Una bola de fuego se estrelló contra su cara. Apenas pareció afectarle.
– Así que todavía recuerdas los truquitos que te enseñó tu madre –dijo girándose para enfrentar a Krieg–. Adorable.
– Tengo muchos truquitos más para ti –contestó él lanzando otra bola de fuego.
       Tellerman la desvió con una mano, como quien espanta una mosca especialmente molesta. Lanzó un puño dorado contra el chico, pero este lo detuvo con una barrera de color verde brillante. Después susurró unas palabras y la barrera se convirtió en un líquido viscoso que cubrió el antebrazo del pirata y lo pegó al suelo.
– ¿Qué te parece este? –sonrió satisfecho.
       Tellerman gruñó y alzó el brazo con esfuerzo. La sustancia seguía pegada y, a ella, las piedras del suelo a las que se había adherido.
– Fútil –dijo por fin– como todo lo que puedas lanzarme. Este es mi momento, chico. Harías bien en apartarte mientras remato a la chica, tal vez te permita vivir para servirme.
– Nunca te serviré, monstruo. Y, en cuanto a la chica –una sonrisa maliciosa asomó en el rostro de Krieg–, no creo que vaya a dejarse rematar.
       Una mezcla de sangre y aceite de motor brotó del abdomen de Tellerman al mismo tiempo que la punta de la katana de Misaki. De su boca escapó un gemido que se convirtió en un gorgoteo y, finalmente, en una carcajada. Se sacudió a sus dos oponentes de un manotazo y se quedó ahí de pie, riendo, con la espada todavía asomando entre las costillas metálicas.
– Idiotas –gritó–, de verdad creíais que sería tan fácil.
 
Tynan observaba el Destino con su catalejo. Vio cómo la tripulación iba saliendo poco a poco del agua y cómo cargaban, con cuidado, una gran esfera dorada en el barco.
– Se acabó –murmuró para sus adentros. Belfast había fracasado y ellos habían encontrado el motor. ¿Qué quedaba por hacer? ¿Se atrevería a tomar el barco? ¿Su propio barco? ¿Matar a todos los que estaban en él? Si ese era el precio, lo haría, ¿pero cómo? –Si vamos ahí y los matamos, si mato a mi yo del pasado –esta vez habló más alto, como si los espíritus que habitaban la cubierta pudieran contestarle– ¿no me borrará a mí mismo del tiempo? Estoy dispuesto a morir, pero si lo hago antes de poder destruir el motor, ¿de qué habrá servido todo esto? ¿Qué le pasará a la realidad?
– Que estará bien jodida –el capitán se volvió de golpe para descubrir a Belfast, sosteniéndose apenas en pie en la cubierta. Sangre y agua caían por igual sobre esta–. ¿Serías tan amable de hacer que alguno de tus fantasmas traiga vendas y un cigarro antes de que termine de desangrarme?
       En apenas un instante, uno de los espíritus apareció con lo solicitado y comenzó a vendar al irlandés, que hacía lo posible para que la punta de su cigarro encontrara la llama del encendedor.
– ¿Qué demonios te ha pasado?
– Un tiburón. Uno grande. Joder, ni siquiera se supone que haya bichos así por estas costas. La realidad está peor de lo que pensábamos. A punto del colapso total.
– ¿Y qué podemos hacer ahora?
– Lo que tú decías. Abordar el barco. Matarlos a todos. No te preocupes por lo de desaparecer antes de completar el trabajo. No es así como funciona.
– ¿Cómo, entonces?
– Verás, el tiempo… ¡auch! Ve con cuidado, jodido Casper, ¿quieres dejarme peor de lo que me ha dejado el tiburón? –una larga bocanada de humo entró y salió de los pulmones de Belfast y pareció calmarle un poco el dolor–. Lo que ha pasado, ha pasado. Nosotros encontramos el motor y fuimos cargándonos la realidad poco a poco, luego lo creamos, lo escondimos, lo volvimos a encontrar y así una y otra y otra vez. El tiempo es circular. Este momento concreto de la historia ha pasado cientos de veces y, a cada vuelta, el multiverso se jode un poquito más, hasta que acabe destrozado por completo. Así que no te preocupes por las paradojas, no importa si matamos a nuestros yos pasados o si ellos nos matan a nosotros, lo único que importa es destruir el motor para que la rueda deje de girar. Si lo hacemos, la realidad podrá sanarse a sí misma, si no… bueno, entonces tampoco importará si sobrevivimos a esto o no…
– No me hago ilusiones de sobrevivir. Ambos tenemos mucho por lo que pagar y lo haremos ahora. Con sangre.
       Belfast sonrió. Él mismo no lo habría expresado mejor.
– ¡Todos a vuestros puestos, malditos engendros de Satán! –berreó Tynan– ¡Vamos a abordar el Destino!

viernes, 19 de octubre de 2012


CAPÍTULO 56 - En el principio y en el final
por Gerard P. Cortés

El terremoto había terminado y la gente de Lisboa salía a la calle a recoger los pedazos de su vida.
–Si la memoria no me falla –masculló Tynan–, y suele hacerlo a menudo, ahora mismo nuestras versiones del pasado están inconscientes en la cubierta. No faltará mucho para que despierten y encuentren el motor.
Belfast encendió un cigarrillo, con poca o ninguna preocupación porque alguien reparara en ello.
–No si nosotros lo encontramos primero.
Bordearon la costa en busca de algún barco que hubiera sobrevivido al temporal y encontraron uno, en bastante malas condiciones pero capaz de mantenerse a flote, en una playa cercana. Toda la proa del barco reposaba sobre la arena y la tripulación había aprovechado para saltar a tierra firme y buscar refugio, así que estaba vacío.
Lo abordaron por las mismas sogas que habían usado los marineros para descolgarse, Belfast pronunció unas palabras y un brillo verde envolvió el barco y volvió a meterlo en el agua.
–Necesitaremos una tripulación –dijo.
–Ha habido muertos más que de sobra durante el terremoto –contestó el viejo capitán– permíteme.
A su orden, una docena de espectros acudió de todas direcciones y se repartió por el barco, enfrascados en sus labores habituales, como si su muerte no fuera más que un vago recuerdo que enterrar en nuevas capas de rutina.
–Bien, vámonos. Tenemos que encontrar ese motor antes de que lo haga el Destino, o todo esto no habrá servido para nada.

Krieg acunaba el cuerpo de Misaki con una ternura que nunca antes había sentido. La respiración de la chica era débil pero estable y su corazón latía lentamente. El de él, en cambio, estaba acelerado. Desde que se cerró el portal había estado oyendo ruidos por toda la pirámide. Todo su instinto le urgía a salir de allí cuanto antes, pero no estaba seguro de si mover a Misaki tan pronto era una buena idea. El ruido, de todos modos, estaba ya demasiado cerca como para que escapar siguiera siendo una opción. Mo le quedaba, pues, más que defender a la mujer que amaba, aunque ello fuera a suponer su muerte.
Los ojos de ella se abrieron lentamente, fijos en él, una sonrisa le iluminó fugazmente el rostro.
–¿Ha… funcionado?
–Ambos han cruzado, ahora depende de ellos. ¿Cómo estás?
–Bien… cansada. Es como si hubiera dormido durante mucho tiempo, pero al mismo tiempo…
Otra vez el ruido. Más fuerte. Más cerca.
–¿Puedes levantarte? –preguntó Krieg.
Misaki asintió.
–¿Y correr?
El arco de piedra de la entrada estalló en un torrente de runa, dejando claro que correr ya no era una opción. Una figura emergió de entre los escombros. Era grande, más de tres metros, y su piel era metálica, parecía de oro macizo. Cuando se acercó más a ellos, dejando atrás el polvo, reconoció sus facciones, aunque sabía que era imposible que fuera él.
–¿Tellerman?

La nave recién robada avanzaba a toda la velocidad que le permitía su maltrecho estado. El temporal se había calmado, pero el viento y la lluvia todavía insistían en terminar de destrozar el destartalado cascarón.
Cuando vieron el resplandor azulado que salía del mar y tan bien conocían, el Destino ya estaba ahí. Un rápido vistazo a la cubierta casi vacía confirmó sus sospechas: ya habían bajado a la falla. En unos instantes encontrarían el motor.
–Si sacan el motor del agua –le gritó Belfast a Tynan– embiste el barco–. Y sin mediar otra palabra, corrió hasta la baranda de proa y saltó a las brillantes aguas azules.
Al hacer contacto con el agua, unas pequeñas branquias aparecieron en los costados de su cuello y los dedos de sus manos y pies se unieron por unas membranas que recordaban a las de los anfibios. Comenzó a ganar velocidad con cada brazada, con un poco de suerte podría llegar al fondo de la falla antes que ellos y volver a sepultar el motor para siempre.

–No… –la voz de Misaki era un susurro gélido y furioso– estás muerto. Te maté con mis propias manos.
–Así es, pequeña –contestó Tellerman, o esa versión dorada de tres metros del Amo del Destino–, pero qué clase de dios sería si dejara que eso me detuviera. No lo entiendes, ¿verdad? Descubrí este lugar hace miles de años y preparé este cuerpo por si algo le sucedía al mío. Los otros Amos son unos imbéciles complacientes, limitándose a gobernar su ciudad ficticia y jugando con las vidas de las tripulaciones del Destino, pero yo no.
–Eran…
–¿Qué?
–Eran imbéciles –aclaró Krieg–. A estas horas el otro grupo ya debe haber acabado con ellos, así que estás solo.
–Por poco tiempo –susurró Misaki–, pronto te mandaré con ellos.
Una carcajada metálica surgió de la garganta de Tellerman.
–¿Muertos? Bien, se lo merecían, y además me evitará la molestia de tener que acabar con ellos luego. Ahora, niña, tú y yo tenemos un asunto que zanjar. Hace mucho tiempo descubrí que en realidad no gobernábamos este mundo ni ninguno más, sólo nos sentábamos en un trono y creíamos tomar las decisiones, pero ese asiento siempre estuvo reservado para alguien especial. Alguien como tú. Traté de manipular el linaje del Aurus humano a mi favor, si tú hubieses muerto y Jadama Deathlone hubiera descubierto su potencial… ah, qué pareja habríamos hecho. Pero no, ese grumete y tú tuvisteis que jugármela.
–¿Acaso esperas una disculpa?
–No, espero que mueras y, cuando lo hagas, mi nuevo cuerpo absorberá tu poder. Yo me convertiré en el Aurus humano y, por lo tanto, en el único y verdadero Dios del multiverso.
Una sonrisa maliciosa atravesó el rostro de Misaki mientras desenvainaba su katana. Las fuerzas parecían haber vuelto a ella por completo.
–Te maté una vez –dijo– y volveré a hacerlo. Te mataré cientos y miles de veces, si debo, y disfrutaré cada una de ellas.
Sus ojos brillaron con una luz blanca, y también la hoja de su espada. Algo parecido al miedo se reflejó en la mirada carmesí de Tellerman.