viernes, 22 de junio de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 43

CAPÍTULO 43 - Cólera
por L. G. Morgan
ZABBAI ZAINIB
¿Quién soy yo? ¡Por las Sombras! ¿Quién es esta mujer en la que no me reconozco? Puedo sentir su piel, puedo ver su reflejo en la bruñida superficie de plata del espejo que coloco ante mí… pero no sé quién es esta extraña que el tiempo ha fabricado sobre mí como si fuera un sudario.
     La culpa es suya, de esos amos miserables que no cumplen las promesas y me lo han arrebatado todo. Esos diosecillos de barro que han hecho de las mentiras su defensa y su bandera. Algún día pagarán por ello.
     He subido a cubierta hace apenas unos instantes para lanzar mi cólera al vacío, les maldigo a gritos, poniendo a las estrellas por testigo. Me quedo escuchando como una estúpida el murmullo vacío de las olas contra el casco, ansiando una respuesta que no llega. Aspiro el olor de la brea y la madera hinchada, el de la sal que trae el viento. Y me siento aún más desgraciada y vacía que cuando estaba abajo, a oscuras en el cuchitril de mi camarote, queriendo vomitar esta congoja que se aferra a mis tripas como un parásito y me impide respirar. El dolor que siento es tan grande, tan hondo, que solo se me ocurre algo para sacarlo de mí y arrojarlo fuera.
     Saco la daga enjoyada que conservo de mi precio de boda, uno de los pocos hilos que aún me atan a Istiria, que me sostienen cuando todo lo demás está perdido, y me corto la piel de los brazos para que mane esta sangre ponzoñosa que me envenena el alma.
     Mi boca es amarga y arde, tengo que gritar o el olvido me enmudecerá para siempre. Grito a la noche inmisericorde y ya no puedo parar. Algo en mí se rompe. Todo a bordo de este barco es maligno y estéril, estamos condenados para la eternidad, hagamos lo que hagamos, no hay salida. He descubierto que todo fue mentira, desde el principio, que nos han negado los hechos necesarios, que nos han manejado a su antojo como a cientos antes de nosotros. De pronto, solo deseo morir. Si no he de volver, si no he de ver más a los míos, quiero la muerte, la reclamo aquí y ahora.
     Alzo el cuchillo y su fulgor me ciega, es tan hermosa la muerte afilada del acero, tan fría y perfecta… Pero antes de que logre mi propósito una mano que es como una garra detiene mi brazo. Me revuelvo con fiereza, sé que podría degollarle, a quien sea, de un solo tajo. Mi cólera no reconoce barreras. Pero sus ojos consiguen detenerme. Quizá es solo que me intriga ese algo turbio que siempre se lee en ellos.
— ¿Qué quieres, viejo loco?, ¿tan poco valoras tu vida para intentar torcer mi voluntad?
— Escucha, pequeña —murmura con dulzura, pero sin aflojar la presa-, no es el camino, ellos ganarían, como hacen siempre. No es el camino, te digo.
— ¿Y cuál es entonces? —le interpelo furiosa—. Juro que no serviré nunca más sus oscuros planes. Que otros luchen y maten para ellos.
     Escupo mi asco y mi odio en esas frases. Y me siento mejor que en mucho tiempo. Oh, cómo cura el odio algunas veces. Cómo… purifica.
— Escúchame —pide Tynan—. Quiero contarte una historia que de seguro vas a encontrar muy interesante.
— ¿Es que has recordado algo? —ha conseguido intrigarme con sus palabras. O más bien con el tono que les ha imprimido—. Willibald dijo…
— Sí, fue lo que dijo, parece haber tocado algún resorte en mí. Mi mente es un torbellino de confusión, como siempre, y sin embargo, desde el regreso, hay nociones que se empeñan en salir a la superficie. Pero es como si todo le hubiera sucedido a otro, como si fuera otro hombre en otro tiempo lejano el que vivió aquellas cosas. ¿Puedes entenderlo? —se queda perplejo, como si él fuera el más asombrado—. Escucha —me dice, y así da paso a su narración.
TYNAN
El azar no existe, todo está escrito, ahora lo sé. El destino es una ley cósmica, que ejerce su tiranía sobre el mundo con la misma eficacia que las mareas o la fuerza de la gravedad. Eso aprendimos. Aunque ya era demasiado tarde.
     Yo fui capitán, ahora lo recuerdo, o lo he sabido siempre, en el fondo, y he tratado por todos los medios de olvidarlo. El capitán de una goleta de nombre Destino que navegaba bajo pabellón galés por aquel entonces.
     Todo ocurrió según los hechos consignados en el diario de a bordo que Willibald nos ha leído. Palabra por palabra.
     Y fue después del hallazgo del motor misterioso enterrado en el mar, cuando empezaron nuestras travesías más extrañas, a la par que el barco iba adquiriendo por sí solo una serie de cualidades fantásticas como ninguna embarcación podría tener, peculiares atributos que nos proporcionaban un buen montón de comodidades, a la par que abrían nuestro horizonte de forma insospechada.
     Apenas unos pocos viajes después de lo del motor, con las bodegas repletas del botín obtenido de los mundos saqueados, para algunos de nosotros empezó a resultar patente que para el manejo del barco no era necesaria tanta tripulación. Y como no hacía falta ser muy ilustrado para apreciar la cuestión evidente de que siempre es más productivo repartir entre pocos que entre muchos, los siete oficiales nos confabulamos para asesinar al resto. Al hijo de Gwennol se le perdonó la vida, naturalmente, en ese aspecto su padre se mostró tajante, pese a que yo argüí que el chico no servía para mucho. Pero me rendí a la evidencia de las naturales imposiciones paternas y el mocoso siguió vivo.
     Nuestro crimen resultó más productivo incluso de lo que habíamos previsto, pues una tripulación de espectros, los marineros asesinados, pasó a manejar el barco cumpliendo el rumbo y los designios que marcara su  sgiobair, es decir, yo,  Tynan Scàil, Reflejo Oscuro.
     Y el barco demostró ser capaz de autoabastecerse, en sus bodegas la carga se renovaba sola y el barco aportaba en todo momento lo necesario para cada cometido y misión. El interior del barco también estaba vivo, parecía cambiar de disposición a voluntad, encerrando en su seno una misteriosa Biblioteca que antes no existía, empeñada en registrar cada una de las acciones del barco y sus tripulantes, y todos los conocimientos de los distintos mundos por los que navegábamos.
     Pero eso no nos hacía sentir más satisfechos, bien al contrario las disputas entre nosotros, por el poder, el botín, o por cualquier nadería que la monotonía y la ociosidad volvían cuestión de vida o muerte, no hacían sino ir a más, hasta el punto de que cada uno de nosotros se convirtió en poco tiempo en el peor enemigo del resto. En una de aquellas trifulcas nos vimos involucrados el artillero Kerber Gwennol y yo, ni siquiera recuerdo por qué. El caso es que nos batimos a pistola, en duelo solemne celebrado ante todos los otros, y yo maté a Kerber de un certero y único tiro, ganándome de paso y para siempre el odio de su hijo Rieg y la desconfianza del resto de los tripulantes. Ningún hombre aprecia pericia tan notoria en el arte de matar, a no ser que la posea él mismo, claro. De ahí a que se confabularan para acabar conmigo solo hubo un paso. Pero decidieron esperar el momento propicio, tampoco era cuestión de estorbar una forma de hacer las cosas que les estaba haciendo ricos, pues mientras seguíamos navegando y acumulando todo tipo de tesoros, aunque estuviéramos destruyendo al mismo tiempo el equilibrio del destino cósmico, alterando el pasado y el futuro y cargándonos mundos y aniquilando pueblos. Claro que eso no nos importaba lo más mínimo, todo hay que decirlo. Estábamos poseídos por algún tipo de fiebre que solo se satisfacía con oro, poder y muerte.
     Entonces éramos siete, el número que mucho más tarde marcaría el de los tripulantes del barco, obligados a arreglar lo que nosotros habíamos destruido tan inconscientemente.
     En uno de los viajes entre los mundos arribamos a un planeta de tecnología suprema, parecido quizá al lugar de procedencia del que habla Böortryp, solo que las máquinas que existían allí eran algo más primitivas que nuestro compañero, y descubrimos el origen del motor que habíamos encontrado en el mar. O en realidad, “dedujimos” ese origen y supimos lo que teníamos que hacer.
     En ese mundo avanzado era posible construir un artefacto como el nuestro, el que nos había dado el poder, había conocimientos y materiales suficientes, solo teníamos que aplicarnos a la tarea y hacerlo nosotros mismos.  Y eso hicimos, ya lo creo que sí, y una vez creado el motor lo enviamos al pasado para poder encontrarlo, cuando el terremoto de 1755 abriera el agujero en el mar que lo hiciera emerger, y viajar al futuro.
     La locura, ¿verdad?, el sinsentido, la auténtica paradoja. En realidad era un círculo perfecto: si en 1755 no había motor, no podíamos viajar al futuro para crearlo y enviarlo al pasado. Y del mismo modo, podíamos crear la máquina que nos permitía surcar tiempos y dimensiones, porque habíamos alterado el pasado y cambiado todo.
     Nadie puede pasar por algo así y no volverse loco, tuvo que ser eso. Las referencias de tiempos y espacios dejaron de existir, así que nuestras mentes perdieron el rumbo por completo.
     Mis compinches decidieron no esperar más, era el momento de eliminar al capitán y tomar el mando, estaban seguros de que les iría mejor sin el tirano. Y pensaron también que debía ser Krieg, quien más motivos tenía para liquidarme y, a la vez, quien menos amenaza supondría para mí, el encargado de conducirme a la trampa. Desembarcamos en una isla remota, de una dimensión estéril donde no habíamos encontrado vida, y Krieg logró dejarme inconsciente con un brebaje. Luego los demás zarparon sin volver la vista atrás, dándome por muerto.
     A partir de aquí mi mente no es capaz de deshacer las nieblas que la enturbian. Sé que no morí, o al menos no del todo. Pero el tiempo pasado en medio de aquella desolación de ninguna parte tuvo que acabar por trastornarme por completo. Conservo retazos de abrasadores infiernos y tormentos sin nombre, de muchos barcos, reales o no, donde fui obligado a servir hasta que, por cualquier motivo, era arrojado de ellos y volvía a morir de nuevo. Sí, lo que hay en mi mente después de la traición de mis camaradas no es sino caos y confusión, fragmentos dispersos hundidos en el fondo del agua que a ratos emergen y a ratos se hunden, como maderos azotados por la tempestad.

Zabbai Zainib escuchó el relato del viejo marino sintiendo cómo la ira volvía a hervir en sus venas. Los hechos pasados de aquel barco odioso determinaban su presente y el precio que los hados ahora les hacían pagar a todos. Y recordó unas palabras de Belfast acerca de los Aurus y su poder. Eran llaves, había dicho él, capaces de abrir los mundos y dejarte cruzar entre ellos. Y ahora estaba segura de que el irlandés soñaba los mismos sueños de odio y venganza que ella.
"– No os dais cuenta, ¿verdad? Si conseguimos esos objetos, hasta el último de ellos, y los hacemos funcionar con el motor dimensional de este barco, podemos abrir un portal hacia donde se esconden los Amos del Destino".
     Eso era exactamente lo que había dicho. Zabbai miró a Tynan fijamente y se dio cuenta de que no era capaz de sentir odio hacia el viejo loco que se empeñaba en cuidarla y la llamaba “su pequeña”, como si la reina de Istiria le recordara a alguien de su pasado. Él tenía razón, lo que había contado le había sucedido a otro, un sanguinario y orgulloso capitán pirata que había muerto en aquella isla desierta.
     Pero había otros culpables a quienes hacer pagar. Los que se habían beneficiado en mayor medida de los robos y matanzas. Una sonrisa cruel iluminó sus facciones como no ocurría hacía tiempo. Y tenían la llave para hacerlo, o podían encontrarla.
— Juro por el poder del Saber Oscuro y de las sombras —gritó a las estrellas, con toda la fuerza de sus pulmones-, que derramaré vuestra sangre con mis propias manos y me comeré vuestro corazón, si consigo encontrarlo en ese corrompido pecho vuestro.
     Y el viejo la tomó entonces de la mano, compartiendo sus emociones, y pronunció a su vez su propio juramento:
— Y yo os maldigo para siempre. Nos unimos en sagrada alianza para saldar todas las deudas contraídas. Pagaréis, podéis creerlo.

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