viernes, 19 de octubre de 2012


CAPÍTULO 56 - En el principio y en el final
por Gerard P. Cortés

El terremoto había terminado y la gente de Lisboa salía a la calle a recoger los pedazos de su vida.
–Si la memoria no me falla –masculló Tynan–, y suele hacerlo a menudo, ahora mismo nuestras versiones del pasado están inconscientes en la cubierta. No faltará mucho para que despierten y encuentren el motor.
Belfast encendió un cigarrillo, con poca o ninguna preocupación porque alguien reparara en ello.
–No si nosotros lo encontramos primero.
Bordearon la costa en busca de algún barco que hubiera sobrevivido al temporal y encontraron uno, en bastante malas condiciones pero capaz de mantenerse a flote, en una playa cercana. Toda la proa del barco reposaba sobre la arena y la tripulación había aprovechado para saltar a tierra firme y buscar refugio, así que estaba vacío.
Lo abordaron por las mismas sogas que habían usado los marineros para descolgarse, Belfast pronunció unas palabras y un brillo verde envolvió el barco y volvió a meterlo en el agua.
–Necesitaremos una tripulación –dijo.
–Ha habido muertos más que de sobra durante el terremoto –contestó el viejo capitán– permíteme.
A su orden, una docena de espectros acudió de todas direcciones y se repartió por el barco, enfrascados en sus labores habituales, como si su muerte no fuera más que un vago recuerdo que enterrar en nuevas capas de rutina.
–Bien, vámonos. Tenemos que encontrar ese motor antes de que lo haga el Destino, o todo esto no habrá servido para nada.

Krieg acunaba el cuerpo de Misaki con una ternura que nunca antes había sentido. La respiración de la chica era débil pero estable y su corazón latía lentamente. El de él, en cambio, estaba acelerado. Desde que se cerró el portal había estado oyendo ruidos por toda la pirámide. Todo su instinto le urgía a salir de allí cuanto antes, pero no estaba seguro de si mover a Misaki tan pronto era una buena idea. El ruido, de todos modos, estaba ya demasiado cerca como para que escapar siguiera siendo una opción. Mo le quedaba, pues, más que defender a la mujer que amaba, aunque ello fuera a suponer su muerte.
Los ojos de ella se abrieron lentamente, fijos en él, una sonrisa le iluminó fugazmente el rostro.
–¿Ha… funcionado?
–Ambos han cruzado, ahora depende de ellos. ¿Cómo estás?
–Bien… cansada. Es como si hubiera dormido durante mucho tiempo, pero al mismo tiempo…
Otra vez el ruido. Más fuerte. Más cerca.
–¿Puedes levantarte? –preguntó Krieg.
Misaki asintió.
–¿Y correr?
El arco de piedra de la entrada estalló en un torrente de runa, dejando claro que correr ya no era una opción. Una figura emergió de entre los escombros. Era grande, más de tres metros, y su piel era metálica, parecía de oro macizo. Cuando se acercó más a ellos, dejando atrás el polvo, reconoció sus facciones, aunque sabía que era imposible que fuera él.
–¿Tellerman?

La nave recién robada avanzaba a toda la velocidad que le permitía su maltrecho estado. El temporal se había calmado, pero el viento y la lluvia todavía insistían en terminar de destrozar el destartalado cascarón.
Cuando vieron el resplandor azulado que salía del mar y tan bien conocían, el Destino ya estaba ahí. Un rápido vistazo a la cubierta casi vacía confirmó sus sospechas: ya habían bajado a la falla. En unos instantes encontrarían el motor.
–Si sacan el motor del agua –le gritó Belfast a Tynan– embiste el barco–. Y sin mediar otra palabra, corrió hasta la baranda de proa y saltó a las brillantes aguas azules.
Al hacer contacto con el agua, unas pequeñas branquias aparecieron en los costados de su cuello y los dedos de sus manos y pies se unieron por unas membranas que recordaban a las de los anfibios. Comenzó a ganar velocidad con cada brazada, con un poco de suerte podría llegar al fondo de la falla antes que ellos y volver a sepultar el motor para siempre.

–No… –la voz de Misaki era un susurro gélido y furioso– estás muerto. Te maté con mis propias manos.
–Así es, pequeña –contestó Tellerman, o esa versión dorada de tres metros del Amo del Destino–, pero qué clase de dios sería si dejara que eso me detuviera. No lo entiendes, ¿verdad? Descubrí este lugar hace miles de años y preparé este cuerpo por si algo le sucedía al mío. Los otros Amos son unos imbéciles complacientes, limitándose a gobernar su ciudad ficticia y jugando con las vidas de las tripulaciones del Destino, pero yo no.
–Eran…
–¿Qué?
–Eran imbéciles –aclaró Krieg–. A estas horas el otro grupo ya debe haber acabado con ellos, así que estás solo.
–Por poco tiempo –susurró Misaki–, pronto te mandaré con ellos.
Una carcajada metálica surgió de la garganta de Tellerman.
–¿Muertos? Bien, se lo merecían, y además me evitará la molestia de tener que acabar con ellos luego. Ahora, niña, tú y yo tenemos un asunto que zanjar. Hace mucho tiempo descubrí que en realidad no gobernábamos este mundo ni ninguno más, sólo nos sentábamos en un trono y creíamos tomar las decisiones, pero ese asiento siempre estuvo reservado para alguien especial. Alguien como tú. Traté de manipular el linaje del Aurus humano a mi favor, si tú hubieses muerto y Jadama Deathlone hubiera descubierto su potencial… ah, qué pareja habríamos hecho. Pero no, ese grumete y tú tuvisteis que jugármela.
–¿Acaso esperas una disculpa?
–No, espero que mueras y, cuando lo hagas, mi nuevo cuerpo absorberá tu poder. Yo me convertiré en el Aurus humano y, por lo tanto, en el único y verdadero Dios del multiverso.
Una sonrisa maliciosa atravesó el rostro de Misaki mientras desenvainaba su katana. Las fuerzas parecían haber vuelto a ella por completo.
–Te maté una vez –dijo– y volveré a hacerlo. Te mataré cientos y miles de veces, si debo, y disfrutaré cada una de ellas.
Sus ojos brillaron con una luz blanca, y también la hoja de su espada. Algo parecido al miedo se reflejó en la mirada carmesí de Tellerman.

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