CAPÍTULO 58 - El último abordaje
por Gerard P. Cortés
Un
jovencísimo Krieg fue el primero en escucharlo. Un sonido de ultratumba, como
un cuerno sonando desde el más oscuro rincón de las profundidades abisales. Sus
compañeros de tripulación, así como su propio padre, todavía estaban en la
bodega, instalando la extraña esfera que habían encontrado en la falla, pero él
había tenido que subir porque el aire había empezado a faltarle. Desde que
encontraron el objeto se había apoderado de él la sensación de que algo iba
mal, y ese sonido parecía darle la razón. Gran parte de la tripulación se
congregó en cubierta, atraídos por el mismo sonido perturbador, entre ellos el
capitán Tynan, Tellerman y Arwel Rogers, el contramaestre. La niebla era espesa
e irreal e impedía ver nada más que sombras. Una sombra, haciéndose más y más
grande.
Cuando
alcanzaron a distinguir la forma del casco del barco que se acercara, el
capitán corrió al timón mientras ladraba órdenes, pero Krieg sabía que era
tarde. La proa del otro barco embistió el costado del suyo, pero eso no fue
nada comparado con lo que vino después. Un hombre viejo que se parecía mucho al
capitán saltó a su cubierta al grito de ¡al abordaje! y tras él la niebla se
convirtió cientos de rostros traslúcidos y putrefactos. Los espíritus,
arrancados directamente del infierno, sin duda, saltaron también a su cubierta
y atacaron a la tripulación entre aullidos infernales.
Un
hombre pelirrojo se acercó directamente a él. Tenía un ojo verde y otro completamente
rojo, como si se hubiera quedado tuerto y alguien le hubiera incrustado un
rubí. Ambos estaban fijos en él. Krieg sacó su puñal y se lanzó contra el
extraño, pero este lo desarmó con facilidad. Incluso le pareció oír como se
reía, antes de acercar la boca a su oreja y susurrar en ella.
─Vete
─le dijo─ vive. Haz algo mejor que yo con los años que te quedan.
Luego
una luz verde lo envolvió por completo. Lo último que vio antes de perder el
conocimiento fue una torre tan grande que no podía ser de verdad. Incluso
alcanzó a leer la inscripción en su entrada antes de caer redondo: Empire State
Building, New York.
Otro
Krieg, este algo mayor y mucho más magullado, saltó atrás justo a tiempo para
esquivar apenas el puño dorado y enorme de Tellerman. La katana seguía clavada
en su abdomen, pero el gigante no parecía darse cuenta, siquiera. Misaki seguía
atacando con su Wakisashi, pero si la espada larga apenas había tenido efecto,
la corta todavía menos.
A
pesar de la velocidad de la chica, Tellerman consiguió agarrarle la pierna y
tirarla al suelo. Comenzó a golpearla y la sangre de ella le pintó un mosaico
en la cara.
─¡Déjala!
─gritó Krieg. Pero, si lo había escuchado, no le estaba haciendo caso.
Recitó
las palabras y otra bola de fuego se formó en su mano. Las anteriores no le
habían hecho nada, así que esta seguramente no iba a ser distinta, pero
entonces recordó algo que le había dicho su madre hacía mucho tiempo, cuando lo
inició en los rudimentos de la magia: "La oportunidad puede derrotar a
cualquier poder, solo es necesario estar ahí para sacar provecho".
Saltó
a la espalda del gigante y rodeó su cabeza con los brazos. Cuando tuvo la mano
sobre sus ojos lanzó la bola con toda la fuerza mágica que le quedaba.
Tellerman
soltó un alarido y se puso en pie, Krieg no pudo mantenerse sujeto y cayó al
suelo junto a Misaki. El monstruo dorado se tambaleaba mientras trataba de
cubrirse el rostro.
─¡Tú!
─le gritó a la nada─ ¡Tú has hecho esto! ¡Maldito mocoso, debí matarte en cuanto
pusiste un pie en mi barco!
De
las cuencas vacías de sus ojos manaba sangre espesa y oscura. Estaba ciego.
Tynan
estaba disfrutando de la pelea y se notaba. Al fin y al cabo era un pirata y
eso es lo que hacían los piratas: abordar barcos, matar a sus tripulaciones y
liberarlos de sus más preciadas posesiones. Solo que esta vez no iban a robar
la carga, sino a hacerla estallar en mil pedazos. Tal y como lo habían
planeado, Belfast aprovechó la confusión reinante en cubierta para colarse bajo
esta. Casi todo el mundo parecía estar arriba, así que debería ser
relativamente fácil llegar hasta el motor.
La
distribución interior ya había comenzado a cambiar, pero todavía se parecía
bastante al Destino que él recordaba. Dio un par de giros erróneos, pero pudo
volver a orientarse y, finalmente, llegó a la sala del motor. Un par de piratas
le atacaron con espadas, pero se deshizo rápidamente de ellos con un disparo de
su Desert Eagle para cada uno. Iulius le saltó por detrás, desde las sombras y
su hoja le hizo perder el arma, junto con un dedo de la mano que la sujetaba.
La
rabia y el dolor lo cegaron por un instante, su ojo brilló con una intensidad
exagerada y Iulius explotó, esparciendo sangre y entrañas por toda la sala. Fue
entonces cuando notó el dolor y el boquete que se abría en su pecho. Cayó de
rodillas. Frente a él, con el fusil todavía humeante, uno de los jefes de
artilleros, Kerber Gwennol. Su padre.
Los
puños dorados de Tellerman golpeaban suelo y paredes al azar. No podía verlos,
pero todavía podía aplastarlos. Krieg estaba tumbado en el suelo, casi
divertido por la ironía subyacente: si se movía haría ruido y el gigante los
detectaría, pero si no lo hacía, seguramente uno de los golpes acabaría
conectando y haciéndolos papilla. Casi estaba agradecido por los huesos rotos y
el agotamiento que le eximían de tomar la decisión.
Misaki,
en cambio, sacó fuerzas de algún sitio y consiguió ponerse en pie. Todo su
cuerpo temblaba. Renqueante, se acercó a Tellerman, pero a mitad de camino se
desplomó sobre una rodilla con un sonido seco. El monstruo la oyó.
─¡Ja! Aquí estáis. ¿Os creíais
que os ibais a librar?
Avanzó hacia ella, golpeando el
aire con sus puños. Un poco más y sería la cabeza de Misaki la que recibiera el
impacto.
─¡Eh! ¡Estoy aquí! ─la boca de
Krieg se había puesto en marcha, desoyendo todo lo que su cerebro le decía─ ¿Es
que estás ciego o qué?
Tellerman soltó un alarido y se
movió en dirección de la voz. Pasó a apenas unos centímetros de Misaki, sin
detectarla. Bien, pensó, ya la había salvado. Ahora a cerrar los ojos y a
esperar la muerte.
En lugar de cerrar los ojos,
siguió gritando.
─¿Sabes? Es buena cosa que ya
no tengas ojos, así no tendrás que mirarte nunca más al espejo. Si ya eras feo
antes, ahora eres incluso peor…
Tellerman seguía acercándose a
él, golpeando el suelo con sus enormes puños.
─Me pregunto si eso de hacerte
tan grande fue para compensar algo. Me imagino que sí, Van me contó algunas
cosas, ¿sabes?
─¡Tú ríete, niñato! ¡Verás cómo
me río yo cuando use tus costillas como mondadientes!
Silenciosa como una gata,
Misaki consiguió deslizarse tras él. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba
allí hasta que ella agarró el mango de la katana.
Una potente luz blanca emanó de
la parte visible de la hoja, más intensa que nunca, como si su portadora
hubiera vertido en ella todas las fuerzas y toda la vida que le quedaba.
Misaki gritó y la hoja se abrió
paso por el vientre y el pecho de Tellerman hasta su cabeza. Lo partió en dos
y, esa vez, no volvió a levantarse.
Los espectros estaban
masacrando a la tripulación del Destino y su capitán tampoco se quedaba corto.
Su espada, pintada del carmesí de la vida robada, lanzaba estocadas certeras a
diestro y siniestro contra sus antiguos hombres, hasta que fue detenida por
otra igual. Estaba frente a frente con él mismo.
Luchó con coraje, armado por
primera vez con una causa justa, pero el otro era más joven y más rápido y su
hoja mordió carne primero.
─¡Descúbrete ahora, demonio! ─le
exhortó─ Dime qué es lo que has venido a hacer en mi barco.
─¿Tu barco? ─se quitó el
sombrero y mostró una cara que, a pesar de los años y las batallas marcadas en
ella, el otro reconoció sin problemas─ Este barco es mío. Siempre será mío.
─¿Pero qué brujería es…?
Aprovechando el titubeo de su
otro yo, Tynan clavó su propia espada en el enemigo. Una herido sucia y mortal
como la que él mismo había adquirido.
─Mira ahora el rostro de tu
muerte, capitán. Paga por tus pecados como yo lo hago por los de los dos.
Y así, ambos capitanes murieron
en mitad de la batalla, sobre la cubierta de su barco.
Belfast se incorporó como pudo,
tapándose la herida del pecho con la mano.
─Quédate abajo, chico ─dijo
Kerber─ te lo advierto.
El falso irlandés dejó escapar
una carcajada que se convirtió rápidamente en tos y esputos de sangre. De toda
la gente que podía haberse quedado ahí abajo, tenía que ser él. Tenía ser su
padre.
El artillero volvió a apretar
el gatillo, pero el arma no disparó.
─No te esfuerces, no funciona. Magia,
ya sabes cómo va eso, al fin y al cabo te casaste con una bruja ─Belfast siguió
acercándose a su padre, aunque sus piernas apenas lo sostenían─. Tuviste un
hijo con ella, también.
─¿Cómo sabes eso? ¿Quién eres?
─Eso no importa. Ya no. Lo que
importa es ese niño, que escapó de ella y vino a buscarte para que cuidaras de
él y… bueno, supongo que lo hiciste, a tu modo, aunque un barco pirata no es el
mejor sitio para criar a un niño, ¿no crees?
─No… no lo es, pero es lo único…
el único sitio…
─Sí, ya lo sé ─Belfast puso la
mano en el hombro de su padre─. Solo prométeme que esta vez lo harás mejor, ¿vale?
Dale lo que mi padre no pudo darme a mí.
Una luz verde envolvió a Kerber
y el mundo cambió a su alrededor. La tierra estaba cubierta de brea dura y
negra y la gente vestía de un modo extraño. Su hijo estaba tumbado en el suelo,
frente a la torre más alta que hubiera visto nunca. Se agachó junto a él y lo
abrazó.
─Estoy aquí, hijo ─le susurró─.
Estamos a salvo…
─Ya está ─dijo Belfast para sí
mismo. Le quedaba poder justo para dos hechizos de teleportación, además de
para lo que debía hacer. Pensaba usar uno en el chico y otro en él mismo, pero
al final… bueno, las cosas nunca son como uno las planea.
Se sentó frente a la gran
esfera dorada que reposaba en el suelo, con la espalda apoyada en esta. Sacó el
paquete de cigarrillos y se encendió uno con dificultad. La sangre brotaba de
su pecho y ya no se molestaba en intentar taponar la herida. La familiar luz
verde fluía a través de él hacia el motor. Dio una larga calada que le hizo
toser y el humo se le escapó por la boca, por la nariz y por el agujero del
pecho. Dio otra y otra y se quedó allí, simplemente fumando mientras el motor
alcanzaba la masa crítica.
La explosión que se llevó el Destino
se pudo ver desde las costas de Portugal, y su gente pensó que el infierno se
había abierto para traerles aún más tormentos.
Ninguno imaginó que un brujo
embaucador con miles de años de edad y un viejo pirata loco acababan de salvar
sus vidas y las del resto de la creación.
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