CAPÍTULO 5 - Cecil Deathlone
por Alex Godmir.
Miró los grilletes que le habían colocado antes de salir de la celda. Eran de metal y plomo, con inscripciones arcanas. Su función no era tan sólo la de evitar su movilidad física sino que estaban hechos también a prueba de hechizos, conjuros e incluso cualquier tipo de ilusionismo. El prisionero tenía vetado cualquier otra cosa que no fuera escuchar o hablar, sin trucos.
La sala estaba bastante concurrida, algo fuera de lo común en los juicios de procedimiento. Pero su caso había supuesto un revuelo de los cimientos mismos de la Orden. En toda la historia de Rama de Vida jamás un médico del área de investigación se había atrevido a romper los votos. El era el primero.
La orden de caballeros Rama de Vida era un culto de sanadores. Se dedicaban a profundizar en todas las facetas de la medicina que la magia y la tecnología pudieran permitir. Pero, a diferencia de los verdaderos médicos, sus miembros no se regían por ningún tipo de juramento que prometiese respetar la vida o curar a los pacientes. No, ellos solventaban misterios médicos, investigaban enigmas físicos, crecían en conocimientos y sabiduría. Los pacientes eran solo un medio para aprender más de la medicina y los métodos de curación. Su vida o su muerte eran solo detalles secundarios y accesorios.
- Cecil Deathlone –dijo entonces el juez mientras lo miraba fijamente–, se encuentra ante este tribunal acusado de quebrantar el voto de no intervención en una investigación. ¿Cómo se declara?
Observó a los asistentes al juicio y cómo la mayoría dejaba escapar ahogados gestos de asombro. Pues tan sólo pronunciar la acusación suponía algo histórico en la orden.
- Me declaro culpable –dijo secamente–, su señoría.
El rostro del juez no cambió al escuchar la respuesta, pues sabía de antemano que sería ésta. No existía alternativa respecto a la certeza de la infracción. Lo único a determinar era la ejecución de la pena, es decir, considerar los atenuantes y los agravantes del caso. El castigo asimismo tampoco entraba dentro de las deliberaciones. Era la muerte.
- Muy bien –continuó–, una vez admitida la culpa queda ratificada la sentencia vinculada a la falta. Lo que venimos a debatir es la aplicación de la misma. Y para ello escucharemos al condenado. Hable.
Cecil miró a la sala, buscando rostros amigables. Aunque no halló ninguno. Simplemente cruzó la mirada con multitud de conocidos y compañeros de la orden, ni tan siquiera uno de ellos podía entrar en la categoría de amigo. En la orden no existían. Y fuera de ella no eran dignos.
- Rompí mi voto de no intervención en la investigación en curso –dijo mirando nuevamente al juez–, simplemente para acelerar el proceso. Llevábamos más de un mes esperando poder iniciar la siguiente fase en la investigación del virus y ésta no comenzaría hasta que el último sujeto inoculado muriera.
- Según he leído en los informes –cortó uno de los miembros del tribunal, sentado a la derecha del juez–, su investigación se centraba en un nuevo virus creado mediante química y magia, capaz en potencia de reducir los sentidos del que fuera inoculado de forma paulatina, hasta terminar por destruirlos completamente, provocando la muerte del sujeto.
Cecil asintió con la cabeza. Conocía a aquel hombre muy bien. Se llamaba Ejedan Grunter y había sido su rival directo para acceder a aquella investigación. Con toda probabilidad sería su sucesor. Seguramente habría pedido multitud de favores para poder ser asignado al equipo que enjuiciaba su caso.
- El siguiente paso era –continuó– experimentar con sujetos con aptitudes mágicas, que pudieran hallar métodos de combatirlo. Los seres sin capacidades para la hechicería habían resultado víctimas sin remisión –hizo una pausa–… a excepción del espécimen H-504. ¿No es así?
Volvió a asentir.
- Ese sujeto, un ser humano normal, parecía resistir los efectos más que el resto, habiendo sido el único que no había muerto todavía.
- Su resistencia era notable –dijo Cecil–. Pero sólo era cuestión de tiempo que terminara pereciendo. Había perdido completamente el sentido de la vista, luego el tacto y el gusto. El olfato desapareció poco después. Aunque podía moverse de manera reducida y su oído aún era capaz de realizar sus funciones, estaban en proceso de deterioro masivo. Por los otros sujetos sabíamos que moriría en breve.
- Pero usted no podía esperar. Verdad, ¿señor Deathlone?
- ¿Para qué alargar su agonía innecesaria y lo que es peor, retrasar más el proyecto?
Se escuchó un tumulto de voces en la sala. Los asistentes comentaban entre ellos las palabras que acababan de escuchar, que iban en confrontación directa con las directrices de Rama de vida.
- ¡Orden en la sala! –gritó el juez– Señor Deathlone, usted sabe bien que nuestras investigaciones sobre todas la enfermedades y males de los universos requieren un procedimiento estricto. Si el sujeto estaba aguantando el virus más que el resto de individuos debíamos comprobar su resistencia y luego, tras su muerte, realizar los estudios adecuados de su cadáver.
- Pero en lugar de eso –habló Ejedan, interrumpiendo al juez– usted aceleró su muerte y además redujo el cuerpo a cenizas, haciendo imposible su estudio.
- Simplemente aceleré el proceso –insistió.
Un rápido vistazo al juez le permitió confirmar lo que sospechaba, que no le había agradado ser interrumpido. Sus ojos mostraban descontento. Posiblemente la presencia de Ejedan en el tribunal le habría sido auto impuesta. A ningún alto cargo de Rama de vida le gustaba que alguien jerárquicamente superior le diera órdenes.
- Según hemos podido saber –volvió a hablar Ejedan–, el sujeto en cuestión no era únicamente un simple humano seleccionado para el experimento…
La exposición del hombre quedó inmediatamente interrumpida por un gesto del juez. Ya había tenido bastante.
- Señor Deathlone –miró al acusado a los ojos mientras mantenía en alto su brazo para indicar que él tenía la palabra–, ¿estaba usted al corriente de que el sujeto H-504 poseía rastros genéticos similares a los suyos?
- Sí –asintió–, su señoría. El individuo en cuestión, según su ficha, procedía de mi tierra natal, donde se me reclutó. Los humanos de esa región tienen patrones muy específicos, que los hacen resistentes a muchos virus y enfermedades, además de aptitud natural para combatir hechizos. Se ha documentado en muchos estudios y me consta fue una de las razones por las que se me reclutó a mí.
- Es más que eso –dijo el hombre dejando asomar una fugaz sonrisa que enseguida desapareció–. El sujeto era familiar directo suyo. ¿Lo sabía?
Cecil miró a los miembros de tribunal. De aquella respuesta dependería la magnitud del castigo. La muerte sería más o menos severa o larga en función de lo que dijera a continuación. Un final rápido sería un camino. Aunque existían otros.
- Sí, lo detecté en los primeros análisis tras inocularle el virus. Su ADN indicaba que era, con toda probabilidad, mi padre.
Un griterío general se apoderó de la sala. Aquello superaba cualquier otro suceso de la orden en toda su historia. Los miembros de Rama de vida eran reclutados en su infancia y separados de sus familias, con las que nunca más volvían a contactar. Eran formados y entrenados según sus aptitudes para diferentes funciones en la orden. Vivían y morían para Rama de vida. El resto no era relevante. Aún así, todos los miembros en un momento u otro de su vida se habían preguntado por sus orígenes y sus familias. Incluso algunos había desertado para volver con ellos. Aquello se consideraba alta traición y se pagaba con la muerte del sujeto y de todos los allegados que se localizaran.
La cuestión que se agolpaba en las cabezas de todos los asistentes era la misma. ¿Habría el acusado roto el juramento de no intervención para aliviar el sufrimiento del sujeto?
- Así que –habló de nuevo el juez–, usted conocía el parentesco con el sujeto y aceleró su muerte, además de no permitir que se investigará su cadáver. ¿Por qué?
- Ya lo he dicho antes –insistió una vez más–. Retrasaba la continuidad del proyecto. Era necesario investigar el efecto del virus en seres con aptitudes mágicas. El sujeto sólo lo retrasaba. Y la investigación de sus restos también.
- ¿Y no hay ningún tipo de sentimiento vinculado a sus acciones? –volvió a hablar Ejedan.
Aquel individuo sabía bien no importaba la respuesta. Ahora tan sólo estaba regodeándose en su triunfo.
Cecil miró a la sala una vez más. Se preguntó para sus adentros si era cierto que había tenido algún tipo de piedad ante el sujeto y su sufrimiento, que había durado varias semanas.
- No –dijo secamente–. Todo era por la investigación.
Una vez más se formó revuelo en la sala, que el juez se vio obligado a sofocar alzando la voz.
- Muy bien –habló–. Este tribunal resuelve que el acusado, Cecil Deathlone, debe pagar por su delito y al mismo tiempo compensar a la orden por su falta.
Y, como parece ser que es tan importante para él la que era su investigación, será él mismo –bramó dando por concluida la vista- el sujeto de pruebas de la siguiente fase, a la cual deseaba llegar.
Cecil Deathlone escuchó las palabras del juez como si fueran una losa que caía sobre su cabeza. Pero al mismo tiempo, y por extraño que pudiera parecer, también le quitaron un enorme peso de encima. Su estudio iba a continuar, si bien no con él en cabeza del proyecto.
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