viernes, 22 de octubre de 2010

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 4

CAPÍTULO 4
por L.G. Morgan

Shaft y el hombre-máquina, que había dicho llamarse Böortryp, habían ayudado a Willibald a subir a bordo. El recién llegado les había dado las gracias muy cortésmente, repetidas veces, y empezaba a contarles las peripecias que le habían llevado allí cuando un inesperado estruendo interrumpió por completo sus palabras y reveló nuevos sobresaltos.

Mediante invisibles mecanismos las dos anclas situadas a popa fueron izadas con un crujido escalofriante, que les sumió por un momento en un incrédulo estupor.

Luego una especie de niebla grisácea que se desmenuzada en húmedas hilachas empezó a elevarse desde los tablones de la cubierta, evolucionó y giró en torno a ellos impulsada en sus vaivenes por algún soplo invisible hasta apoderarse de jarcias y vergas, consiguiendo enderezar las velas de modo que ciñeran el viento. El navío empezó a virar pesadamente hacia el oeste, volviendo la popa a tierra.

Los tres recientes camaradas se aferraron con presteza a la crujía, listos para enfrentar la furia de la tormenta y resignados a un destino incierto que no podían prever.

La niebla se hizo espesa, hasta envolver por completo la embarcación. Los sonidos se atemperaron. La tormenta fue quedando atrás lentamente. Y en poco más de una hora, tan repentinamente como había empezado a moverse, el barco se detuvo. El sonido de las dos anclas les advirtió que aquella era otra de las paradas obligadas y que les iba a llevar algún tiempo, hasta que cumplieran los designios a los que servía la embarcación.

La niebla desapareció casi como por ensalmo, revelándoles una noche serena y clara con luna llena y un mar de plata.

No sabían qué otro prodigio habían de esperar. Lo único que parecía cierto es que el barco tenía su propia voluntad y que no precisaba de la ayuda de ninguno de ellos para las maniobras de navegación. Contaba para ese cometido con marineros de sobra, aunque fueran de naturaleza extraña y escasamente corpóreos.

Se asomaron por la borda todos a un tiempo y escudriñaron ansiosamente el océano en calma, prestos a descubrir la menor anomalía.

Un punto oscuro en la inmensidad metálica del mar llamó enseguida su atención.

Böortryp, que gozaba de una agudeza visual insuperable, les dijo al poco que se trataba de un hombre, o lo que quedaba de él, aferrado a un madero que flotaba sobre las olas lentas. Aquel cuerpo presentaba la laxitud del desmayo y el hombre-máquina se preguntó entre dientes cuánto tardaría en soltarse y hundirse a plomo entre las aguas.

La fuerza de la marea, sin embargo, empujaba de manera continua su preciosa carga hacia el barco, como si se empeñara en salvarla.

Cuando el cuerpo del hombre estuvo a pocas yardas, Böortryp se lanzó al agua sin pensarlo un momento y consiguió en unas cuantas brazadas aferrarle, para tirar de él y salvar la escasa distancia que les separaba del casco de la nave. Después le pasó alrededor el cabo de cuerda que sus camaradas le habían arrojado, y Shaft y Willibald tiraron de la cuerda hasta izar por completo el cuerpo exangüe del hombre. Detrás de él Böortryp trepó ágilmente por una nueva soga y se unió a los otros.

Los tres hombres rodearon al naúfrago, tratando de evaluar cuáles eran sus daños. Tenía un brazo seriamente herido y su respiración era rápida y superficial. Por lo demás... “parecía que iba a salir de esta”, como dijo Shaft con aplomo tras el rápido reconocimiento.

Entonces le vendaron el brazo herido con jirones de tela de lino de su propia ropa y trataron de reanimarlo con cuidado. Les costó no poco esfuerzo pero por fin, vieron con alivio que empezaba a dar señales de vida.

Pestañeó repetidas veces, tratando de acomodar la vista a la escasa luz sin conseguirlo del todo. Le dejaron tiempo, parecía necesitar orientarse y descubrir por sí mismo dónde había ido a parar.

Se trataba de Cecil Deathlone. Y aunque no podían saberlo aún, era otro de los obligados tripulantes de aquel navío infernal, un compañero de infortunio más, condenado como ellos a habitar en la nave errante de sus pesadillas y sus vigilias.

Había otro personaje que había asistido al desarrollo de aquella escena en silencio.

La Sombra aguardaba junto a la escotilla por la que había subido desde las bodegas. Decidió que aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para darse a conocer al resto. Empezaba a estar seguro de que aquella situación no iba a ser para nada algo transitorio. Le gustara o no iba a tener que convivir con aquellos desconocidos por un tiempo aún por determinar, pero seguramente no breve.

Se dirigió al resto desde la oscuridad del mamparo de popa. Su voz profunda les conmocionó lo indecible, pese a todos los sobresaltos que ya llevaban sumados.

- Parece que vamos completando el pasaje –proclamó con tono burlón-. Pero si las cuentas no me fallan aún tenemos que recoger a otros dos navegantes más.

Los otros cuatro se volvieron a mirarle bruscamente, con expresión de desconcierto. Incluso Cecil trató de incorporarse y se quedó con la mirada fija en el lugar donde surgía la voz.

- Tú nos salvaste –afirmó entonces Böortryp con la calma de quien se limita a constatar un hecho probado-. Fuiste tú quien nos arrojó aquel aro y luego la cuerda, ¿verdad? Te damos las gracias por ello.

La Sombra inclinó la cabeza aceptando su agradecimiento pero no dijo nada.

- ¿Por qué dices que aún faltan dos? –prenguntó Willibald entonces-. ¿Cómo puedes saberlo?

- Aún no habéis visto el barco, ¿no es cierto? –respondió la Sombra-. Será mejor que me sigáis.

Y sujetando al médico, Deathlone, entre Willibald y el hombre máquina, procedieron a seguirle hacia las entrañas del barco.

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