sábado, 15 de enero de 2011

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 16

CAPITULO 16 - 2ª Entrega
La Condesa Sangrienta
por L. G. Morgan

Böortryp se apresuró a rendirle la debida pleitesía, sin apartar un momento sus ojos violeta del rostro regio de la mujer. Su belleza era ciertamente impresionante. Y no es que el hombre-máquina se parase normalmente en esas consideraciones, pero es que, en este caso, se trataba de algo más que el mero ajustarse a los cánones oficiales de la hermosura. Aquella criatura tenía algo especial, no había duda.
     Sus ojos oscuros parecían un camino abierto a honduras insospechadas, jamás había contemplado una mirada tan expresiva y tan indagadora, tan certera como una flecha dirigida al corazón, que parecía mirarle dentro y reconocer aspectos que ni él mismo podría admitir.
     Su pecho, enmarcado por el terciopelo granate del escote generoso, subía y bajaba al ritmo de su agitada respiración como crema batida, tan claro y suave como el rostro y las manos. El pelo negro enmarcaba unas facciones salvajes y refinadas a la vez, que provocaron una corriente extraña en Böortryp, una mezcla de atracción y repulsión que no conocía. Como contemplar una soberbia y magnífica serpiente y quedarte hipnotizado por su efigie.
- Mi Señora –comenzó respetuosamente- vengo de lejanas tierras a ofreceros alguno de los productos singulares con los que comercio.
     Como la condesa se limitara a mirarle fijamente, continuó:
- Tengo entendido que siempre estáis falta de siervas adecuadas, que cumplan vuestros deseos y cubran vuestras necesidades. Es comprensible, siendo vuestro rango y vuestra vivienda tan soberbios y la población de estos contornos tan iletrada y vulgar, de mujeres bastas y hombres zafios.
     Pero yo traigo conmigo dos mujeres que me pertenecen, pues fueron pagadas por mi, que os ofrecería por un precio adecuado. Os aseguro que serán de vuestro agrado: son nobles en su lugar de origen, esmeradamente educadas y, lo que es aún más importante, dóciles y acostumbradas a obedecer.
     La condesa seguía observándole de una manera extraña, como si encontrara en él algún motivo de curiosidad, algún misterio que no alcanzaba a precisar. Esos extraños ojos, esa estatura, esa apostura... daban qué pensar. Decidió en un impulso, como siempre lo hacía, que no tenía nada que perder si le daba al hombre la oportunidad de demostrar lo que decía. Además, necesitaba algo que la distrajera de la reciente y terrible noticia, no quería pensar, no quería sentir, necesitaba embriagarse con algo que le permitiera olvidar por un momento, algo que abotargase su conciencia... o alguien.
- Bien, seguidme –ordenó a Böortryp- me explicaréis con detalle en qué consistirá nuestro trato y fijaremos un precio.
- Señora –intervino Ficzcó- ¿no queréis que Dorottya o yo os acompañemos? El forastero... –dejó la frase en suspenso.
- No será necesario. Os haré llamar si preciso de vosotros. Ahora –se volvió a Böortryp- venid, iremos a un lugar más cómodo.
     Guió al viajero a través de estancias y corredores, hasta otro ala del castillo que quedaba en un nivel más bajo. Con una llave que extrajo de su manga abrió una puerta maciza y claveteada que daba paso a una enorme sala. Las paredes cubiertas de tapices contenían colecciones de armas diversas. También había argollas de hierro fijadas a la pared a diferentes alturas, una chimenea, calderos y bancos de trabajo y, en el centro de todo, algo así como una mesa de carnicero, de esas usadas para el despiece, de madera sin desbastar y cubierta de manchas de sangre resecas y cortes ennegrecidos. Sobre el tablero había también clavadas argollas y cadenas, en unos cuantos puntos.
     Cerca de la mesa había varios sitiales, de trabajada madera de nogal, dispuestos en fila. La condesa se sentó en el del centro, dejando al hombre de pie ante ella. Le miró durante largo rato, como si estuviera sopesando sus posibilidades.
- ¿Sabéis? –dijo al cabo de poco- Me parecéis realmente desconcertante. Hay algo en vos que me resulta extraño, pero intrigante a la vez. Y no sé si me conviene hacer tratos con alguien así.
     Me recordáis mucho –añadió como cambiando de tema- a un mozo de establo al que conocí siendo muy joven. Era muy persuasivo, elocuente como vos, siempre sabía darme las razones oportunas para inclinarme a obrar según sus deseos. Y eso no me trajo buenos resultados, no, puede decirse que no salió nada bueno de aquello... Claro que lo que obtuvo él fue mucho peor. Así que no, decididamente, no estoy muy segura de que deba comprar vuestra... mercancía.
- Pues yo no puedo sino animaros a hacerlo, mi Señora. Sé que quedaréis complacida.
- ¿Sí? No lo sé... –Con calculada lentitud se reclinó lánguidamente al tiempo que separaba las piernas con procacidad-. Complacedme ahora –exigió con voz ronca. Al mismo tiempo se abrió con ambas manos el escote, dejando sus senos al descubierto. Y continuó con voz engañosamente suave:- Dadme motivos para pensar que tenéis buenas cosas que ofrecerme.
     Bruscamente se levantó de un salto ágil y cogió una de las espadas cortas que había tras ella, expuesta en la pared, para avanzar después hacia Böortryp deteniéndose tan cerca de él que el hombre pudo sentir su cálido aliento en la barbilla y aspirar su perfume exótico y especiado. Le clavó el extremo de la espada en la garganta mientras con la otra mano le estrujaba brutalmente los genitales.
- Lo haréis –le aseguró con los ojos clavados como dardos en los suyos-, no por la recompensa que voy a daros, si bien os juro que será cuantiosa, sino porque os va la vida en ello.
     Entonces le empujó sin miramientos contra la mesa y con mano experta le desató los calzones, obligándole luego a punta de cuchillo a tumbarse boca arriba. Subió a la mesa y se remangó las faldas y enaguas para colocarse a horcajadas sobre él. A Böortryp le sorprendieron su fuerza y su energía. Le costaba respirar y se sentía extraño, un mar de sensaciones desconocidas le embargaban, dejándole confuso y embotado. La condesa no podía saber lo nuevo que era para él todo aquello. No podía imaginar lo que significaba ni qué clase de criatura era él. En ningún momento sintió miedo, ni tomó demasiado en serio la amenaza que ella podía suponer. Se sentía más dominado por la curiosidad morbosa de saber qué sentiría un hombre, que experimentaría su parte humana ante algo que él conocía en la teoría pero que nunca había imaginado llegar a vivir.
     Bueno, su parte humana respondía, eso se le hizo presente enseguida. La mano de la condesa se encargaba de ello. Le acarició con movimientos expertos y a la vez brutales, provocándole una mezcla extraña de placer y dolor. Ella misma lo guió a su interior con avidez, emitiendo un gemido salvaje y clavándole un poco más la daga en el cuello. La sangre que brotó le arrancó otro gemido y aumento el frenesí con que le cabalgaba. Ella cogió una de sus manos y la llevó a su pecho, apretándola para indicarle lo que quería. Entonces Böortryp lo estrujó salvajemente y se vio recompensado por una sonrisa abiertamente lasciva, que irradiaba desde su boca al resto de sus facciones y parecía envolverla en un halo de calor y desbordada excitación.
     En el momento en que alcanzaba el orgasmo le hincó con fuerza los dientes en la mano hasta hacerla sangrar, luego le fue lamiendo dedo por dedo, sin apartar los ojos de los suyos, y él se vio primero sacudido por el dolor y luego por un torrente desconocido. Y eyaculó por primera vez en su vida.

Se marchó del castillo sin saber muy bien quién era o lo que hacía. Su vida, él mismo, parecían haber quedado muy lejos. Los planes, las teorías, la razón o sinrazón de todo... ¿qué importaba nada? Se sentía vacío, muy lejos de las respuestas ahora que sabía lo que podía esperar de convertirse en un hombre.
     Y ahora de vuelta al bosque, a la misión. Y sus compañeros aguardándole. ¿Qué iba a decir, qué les iba a contar? Nada, no había nada que contar. Todo seguiría igual. En realidad el plan marchaba perfectamente. Tenía la confianza de la condesa, confianza en su docilidad y sumisión. Y tenía una cita para meter en el castillo su particular caballo de Troya.

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