por L. G. Morgan
El hombre-máquina encabezaba la comitiva. Tras él iban Zabbai Zainib y Asari Misaki, convenientemente cargadas de cadenas y enfundadas en capas gruesas de lana gris, cuyas capuchas velaban sus rasgos. Luego caminaba Cecil Deathlone, que llevaba a buen recaudo la caja que le había entregado Willibald en el "Destino", y con cuyo contenido se había familiarizado bastante en las horas transcurridas. Tenía una idea muy aproximada sobre cómo usarlo pero solo pensar en su naturaleza le hacía tener escalofríos.
Belfast y Shaft cerraban la marcha. Antes de llegar a la vista de la primera muralla del castillo deberían separarse del resto y buscar un escondrijo adecuado donde esperar la señal convenida.
- Pues no veo yo a Zabbai y Misaki como unas jóvenes y virginales doncellas –masculló Belfast sacudiendo dubitativamente la cabeza-, ¿tú qué opinas, John?
- Con que consigan ser admitidas en el castillo... Luego ya pueden despertar las sospechas que sean, que ya estamos nosotros para acallar las pegas. –Sonrió torcidamente:- Claro que a mi las mujeres me han hecho creer cosas más raras. Todo dependerá del “hambre” que tenga la Condesa.
Llegaron a la vista del portalón de entrada y los dos hombres se apresuraron a esconderse. Böortryp tocó la campana y el mismo huraño y torvo Ficzcó acudió a abrir.
La condesa Báthory aguardaba en uno de los salones. Un buen fuego ardía en la chimenea, trasmitiendo su rojo resplandor al aire en penumbra que acogía su figura. Dorottya estaba con ella, retorcida y sarmentosa como un viejo árbol. También se hallaban presentes otra de las mujeres de Erzsébet, Piroska, y el ya conocido Thorko. Cuánta gente para un negocio, se dijo Böortryp. Se inclinó ante la Condesa y le presentó a Cecil como compañero de viaje de sus habituales negocios.
- Y estas son las jóvenes que os prometí –dijo finalmente, tirando de las capas de las mujeres para ponerlas al descubierto.
La Condesa no hizo movimiento alguno pero sus ojos cobraron un fulgor repentino mientras iba observando cada rasgo y cada leve gesto de las dos desconocidas. La figura grácil y menuda de Misaki, su pelo negro y liso que resplandecía como una cascada hasta su cintura. Su piel blanca, de intuida suavidad, la boca y la nariz pequeñas y armoniosas y sus ojos oblicuos.
Luego miró a Zabbai, de arriba abajo, maravillada ante su pelo flamígero y rebelde que se ondeaba en mechas serpenteantes. Y su cuerpo fuerte y magnífico, resaltado por las extrañas ropas que dejaban gran parte de su piel al descubierto, tan livianas y ajustadas que moldeaban sin equívocos cada curva y cada recodo.
Solo ellas sabrían nunca cuánto les costó representar aquella farsa, fingir una humildad y un sentido temor que ninguna de las dos había experimentado en la vida. Pero debieron de ser convincentes, pues superaron satisfactoriamente el escrutinio de la Condesa.
- Dorottya –ordenó-, tú y Thorko llevad a las mujeres a los aposentos que les hemos reservado. Piroska, dale al comerciante la suma pactada.
La joven hizo lo debido: le entregó a Böortryp una bolsa de cuero abultada por las monedas guardadas en su interior. Mientras, Dorottya cumplía sus órdenes y arrastraba las cadenas de Zabbai y Misaki fuera de la estancia. El mayordomo cerraba la fila, atento y amenazador por si alguna de las mujeres tenía la ocurrencia de salirse del obligado camino.
El hombre máquina y el médico se demoraron aún un poco más, contando las monedas, que excedían lo prometido, dando las gracias a la Condesa por su amabilidad y prometiéndose nuevos tratos comerciales en el futuro. Luego se despidieron con una reverencia, para seguir en pos de Ficzcó hasta la salida.
Cuando se hubieron marchado, Erzsébet y Piroska se dirigieron al ala del castillo donde la Condesa había enviado a Dorottya.
La Sombra y Zabbai Zainib habían sido conducidas a la misma lóbrega estancia que les describiera Böortryp de su anterior visita. Se dejaron llevar mansamente e introducir en la habitación, largamente caldeada por un buen fuego. Thorko cerró con llave y de un empujón las arrojó al centro de la estancia. Dorottya, con mirada perversa y cruel sonrisa, empezó a preparar una especie de bandeja con instrumental diverso que más parecían los útiles de un carnicero. Misaki y Zabbai se miraron, como si se sintieran amedrentadas por lo que estaban viendo y supuestamente empezando a adivinar. Luego una sonrisa que no tenía que envidiar a la de la vieja en malignidad, se extendió por sus rostros y con un gesto imperceptible se dividieron las presas.
Con un brusco tirón liberaron sus miembros, coartados por las esposas de hierro que circundaban sus muñecas y que, en realidad, fingían una resistencia inexistente. Luego Misaki se lanzó a por Dorottya y le propinó una patada que la lanzó contra la pared. Dorottya, menos ágil pero mucho más robusta, incorporada a medias, la agarró por las cadenas que habían quedado colgando y la tiró al suelo junto a ella. Se revolvió con furia y se sentó sobre el torso de la joven. Pero la Sombra solo hizo brillar otra de esas sonrisas torcidas que constituían su máximo gesto de regocijo. Golpeó a la mujer en ambos lados del cuello con los cantos de las manos, endurecidos como piedra por la larga práctica. Luego agarró su pelo y tiró de él hacia atrás hasta lograr doblar su espalda. Las manos de Dorottya buscaron en vano su cuello. La Sombra era ágil como una anguila. Con la otra mano golpeó la garganta expuesta de la vieja y le hundió la tráquea, acabando con ella antes de darle tiempo a soltar siquiera un gemido.
Mientras, Zabbai se enfrentaba a Thorko. El hombre tenía un garrote, ella solo los restos de las cadenas que habían servido de engaño. Él cargó contra ella, ciego de ira al verse desafiado por la que consideraba una presa fácil. Zabbai se subió de un salto felino a la mesa y le pasó con una pirueta por encima. Desde su espalda le golpeó brutalmente los riñones y se alejó seguidamente un paso para escapar del arco del garrote, que Thorko había intentado proyectar hacia atrás. El impulso del arma le desequilibró apenas una fracción de segundo, suficiente para que Zabbai arremetiera contra él y consiguiera derribarlo. Se sentó sobre el cuerpo tendido y le golpeó la cabeza repetidas veces contra el duro suelo de piedra. Thorko soltó el garrote, a punto de perder el conocimiento. La mujer aprovechó su momentánea debilidad para pasarle la cadena por el cuello y tirar de ella, poniéndose en pie y estrangulándole hasta que dejó de agitarse y comprendió que había muerto.
Todo había transcurrido en escasos minutos. Pero ya el sonido de la llave en la cerradura anunciaba la aparición de la condesa. La Sombra agarró un estilete depositado entre el instrumental de Dorottya e hizo un gesto a Zabbai. Siguiendo el plan improvisado en ese instante se apostaron a ambos lados de la puerta. Esta se abrió y Piroska dio un paso decidido dentro. La istiria la agarró con violencia por un brazo y la derribó con fuerza contra la mesa de carnicero, estrellando su cara contra la dura superficie. Cogió del suelo el garrote que Thorko había perdido y completó el trabajo.
Erzsébet trató de huir pero Misaki se enganchó a su vestido con inalterable presa y apuntó a su cuello con el afilado cuchillo.
- Más vale que te estés quieta. O probarás un poco de tu propia medicina.
La Condesa Báthory no entendió las palabras pero sí el significado. Pensó por un momento en resistirse pero enseguida esbozó una sonrisa despiadada que nada tenía de temor. De un momento a otro llegaría Ficzcó y le darían a aquella pequeña insolente su merecido castigo. Se preocupó un poco cuando, al entrar en la estancia, vio el cráneo destrozado de Piroska junto a una ensangrentada Zabbai, de rostro impasible y respiración apenas alterada. Y mucho más cuando descubrió el cadáver del mayordomo y, tras la mesa, en el suelo, los desmadejados miembros de Dorottya. Empezó a gritar como una loca, sin importarle el cuchillo que amenazaba su garganta, en busca de la ayuda de Ficzcó. Pero el auxilio esperado se presentó de forma del todo distinta.
.................... continuará.....................
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