CAPÍTULO 17 - 2º Entrega
Sustitución Programada
por L. G. Morgan
Cecil y Böortryp esperaron a estar junto a la puerta para actuar. El médico sacó la aguja apropiada y la clavó en la nuca del criado, tan rápido como la picadura de un insecto, justo en el hueco que se forma en la parte más baja de la cabeza. Muerte instantánea. Él y el hombre máquina apoyaron el cuerpo contra la pared y, tras quitarle las llaves, Böortryp marchó corriendo en busca de los otros dos que habían quedado fuera.
Regresó sin contratiempos con Belfast y Shaft, que cargaron el cuerpo de la víctima y siguieron a Böortryp hacia la sala que había conocido el día anterior. Su aparición cortó en seco los gritos de Erzsébet. Se les quedó mirando horrorizada, sin poder comprender ni la mitad de lo que veían sus ojos.
Era una mujer valerosa; de seguro no habría vacilado de ver a la muerte cara a cara. Pero esos seres extraños y el resultado inesperado de lo que había juzgado totalmente bajo control, derribaron sus defensas y le hicieron creer que se había vuelto completamente loca.
Los dos hombres que no conocía, uno negro y otro blanco, la llevaron en volandas contra la pared y la encadenaron allí donde habían agonizado algunas de sus víctimas. El médico Deathlone preparó lo necesario.
- Ahora todo debe hacerse deprisa –comentó-. Inmovilizad su cabeza, por favor.
Observó detenidamente a la mujer, como si fuera un objeto fascinante cuyos entresijos estuviera a punto de desentrañar. Ella, perdida toda esperanza, se debatía ferozmente insultándoles con las palabras elocuentes que solo se escuchan en las batallas y los saqueos más espeluznantes. Les dedicó una letanía de maldiciones que habrían hecho palidecer a los brujos y satanistas más depravados. Pero como solo Böortryp podía entenderla, y él no consideraba ese tipo de amenazas dignas de ser tenidas en cuenta, la maltratada Condesa no consiguió siquiera alterar a ninguno.
El médico le inyectó una sustancia verdosa y poco densa y la Condesa Báthory cayó en apenas segundos en la inconsciencia y el silencio.
- ¿Para que no sienta nada? –preguntó con curiosidad el hombre-máquina.
Cecil sonrió abiertamente:
- Bueno, ese es un interesante efecto secundario. En realidad, esto es para que no se mueva. El procedimiento que seguiré debe ser extremadamente preciso. Voy a introducirle este fino punzón de metal en el cerebro, en un punto exacto del cortex frontal. Para ello deberé antes atravesar el cráneo haciendo el agujero más fino y poco invasivo posible, que resultará luego inapreciable.
No creo que la Condesa, de estar despierta, se prestara de buen grado a mis manejos. El resultado sería, necesariamente una chapuza.
Nada más terminar de hablar Cecil extrajo un finísimo taladro del maletín que había llevado consigo, y lo aplicó a la frente de Erzsébet, junto al nacimiento del cabello. Utilizando una manivela penetró el hueso. Entonces introdujo la cánula metálica con gran pericia, para punzar el cerebro y producirle la muerte.
Un par de minutos después tomó la caja que habían traído del “Destino”, la desenvolvió y levantó la tapa. Dentro había un cilindro de algún material vítreo y traslúcido, lleno de polvo grisáceo. Quitó el tapón de uno de sus extremos y lo encaró al rostro de la Condesa. Con extrema precaución soltó el otro tapón y sopló fuerte, proyectando la sustancia gris contra la boca y fosas nasales de la condesa, que parecieron absorberlo con fruición.
Qué era aquel polvo desconocido probablemente solo Deathlone y el hombre máquina habrían podido saberlo. Se trataba de robots infinitesimales, nanorobots, configurados como un enjambre; es decir, diseñados para actuar conjunta y jerárquicamente, que tomarían el control del organismo que había sido la Condesa Erzsébet Báthory para hacerla actuar según un programa o pauta diseñado por los amos del “Destino”. Todo ello se había hecho de aquel modo para que no pudieran apreciarse cambios exteriores: a todos los efectos la Condesa seguiría siendo la misma, solo unos cuantos hechos posteriores serían distintos, los necesarios para garantizar la pervivencia de la familia y el equilibrio de poder entre los nobles de su casa y la monarquía húngara.
La Condesa tendría que explicar la desaparición de sus últimos sirvientes, pero eso, dada su fama, no sería muy difícil de lograr.
Durante el día siguiente los tripulantes del “Destino” se dedicaron a las últimas tareas: librarse de los cuerpos de Dorottya, Thorko, Ficzcó, y Piroska, descuartizados y luego pasto del fuego, y aleccionar a la nueva Erzsébet, comprobando que la máquina funcionaba según el plan previsto y era capaz de desempeñar su papel a plena satisfacción.
Böortryp y las mujeres, caracterizadas convenientemente, fueron a la aldea vecina que distaba de allí pocos kilómetros, para reclutar nueva servidumbre para la casa Báthory, con la promesa de buenos pagos, un alojamiento decente y un ama ni mejor ni peor que cualquier otro aristócrata de los contornos.
Luego enviaron a uno de los hombres recién incorporados como guardias del castillo, a buscar y sumar más elementos con los que poco a poco, el castillo pudiera formar un pequeño y entrenado ejército.
Siempre era posible encontrar algún desertor desesperado, que pudiera haber huido hasta allí desde el campo de batalla, o algún viejo soldado mutilado pero útil, para el entrenamiento de aquellos campesinos que demostraran más dotes.
Al cuarto día tuvieron que marcharse, era lo estipulado en las concisas órdenes del "Destino". Muy temprano recogieron sus escasas pertenencias y, tras borrar las huellas de su paso, marcharon hasta el bosque y se resignaron a esperar.
El aire frío les entumeció enseguida, pero juzgaron sensato no encender ningún fuego ni hacer nada que pudiera llamar la atención sobre su presencia y mucho menos la del barco. Este debía de hallarse allí, en algún punto, pero resultaba invisible por completo. Nada en la inmensidad nevada revelaba la presencia de ningún objeto, solo podían tener paciencia y confiar en que no les abandonarían en aquella tierra inhóspita.
Horas después se encendieron por fin unas luces tenues en el aire, como estrellas lejanas que flotaran en medio de la nada.
Allí estaba, ese era sin duda el “Destino”, que venía a buscarles.
Tal vez ni siquiera hubiera estado ahí todo el tiempo –pensó Shaft de pronto, mirando hacia el lugar donde se presentía el perfil de la nave- quién sabía. Tal vez hubiera seguido navegando por el limbo entre los mundos, siguiendo su trazado misterioso, a la espera del momento en el que continuar la prefijada andadura.
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