por Gerard P. Cortés
Los tripulantes del Destino llegaron al castillo al atardecer. Un Belfast de amplia sonrisa los esperaba a las puertas con los brazos abiertos.
- ¡Bienvenidos, compañeros! Mi casa es vuestra casa…
- ¿Tú casa? –replicó Shaft con sorna- ¿A quién le has robado un palacio en mitad de la nada?
- Bueno, digamos que soy una especie de amigo de la familia…
Los invitó a entrar y cruzaron largos pasillos hasta el comedor. La Sombra, visiblemente incómoda por lo ostentoso de la decoración, avanzaba con una mezcla de cautela y asombro que contrastaban con el desdén de los andares de Zabbai Zainib.
- ¿Cómo has llegado aquí, Belfast? –inquirió ésta- Cuando Willibald nos reunió en la Biblioteca ya no estabas, y ahora te encontramos esperándonos.
- No lo sé, desperté aquí esta mañana. Supongo que nuestros “Amos y Señores” tenían algo de prisa por poner la situación bajo control –mintió.
- Claro –intervino esta vez Deathlone con marcada sospecha en su tono-, y tuviste que ser precisamente tú por…
- ¡Majestad! Veo que sus amigos han llegado. Pasen al comedor, señores, el banquete está servido.
- ¿Majestad? –escupió esta vez con franca sorpresa el médico.
- Oh –respondió Belfast quitándole importancia-, no desde hace años, pero en respuesta a la pregunta que has dejado a medio hacer, sí. Por eso tenía que ser precisamente yo.
Poco que contar del Banquete, lo típico en un pueblo sumido desde hace siglos en la bonanza: carne, verdura, bufones (algo que perturbó e interesó a Böortryp tanto en función como en concepto), bailarinas, malabaristas y, en una esquina de la mesa, un rey relegado con los ojos apagados por el miedo y murmurando entre dientes, como si maldijera la corona que reposaba sobre su cabeza.
De la reunión que hubo después de la cena, en cambio, hay más que contar. El tono de ésta, además, tampoco reflejaba la jovialidad previa. Incluso la sonrisa de Belfast, que a veces parecía esculpida en piedra, migró de su cara en favor de una seriedad grave e inquietante.
- Esto es lo que tenemos –comenzó el falso irlandés-: hay dos ejércitos avanzando hacia este lugar, y los dos quieren lo mismo: estas tierras. O sus cenizas.
- ¿Se trata de un ataque coordinado? –preguntó Zabbai, más que acostumbrada al juego de la guerra y la estrategia.
- No –contestó Belfast-, para nada. De hecho, los comandantes de ambos ejércitos se odian.
- Podríamos explotarlo entonces –propuso John Shaft-. Hacer que se peleen entre ellos.
- No funcionará. Hay una cosa que los dos odian todavía más…
- ¿Qué?
Belfast encendió un cigarrillo y dio una larga calada antes de responder.
- A mí. A mi linaje.
Ante la mirada de desconcierto del resto, Belfast inclinó la cabeza hacia Böortryp.
- Chico Máquina, mira en esa insufrible base de datos de tu cabeza. ¿Qué tienes sobre éste sitio, hace quinientos años?
- Sorprendentemente poco –respondió sin dejarse afectar por la puya de Belfast-, la verdad. Desde hace más de mil años éste mundo ha sufrido una guerra continua. Las ciudades no han durado construidas más que unas décadas, antes de que alguien las arrasase, en especial esta. La fortaleza en la que nos encontramos y sus alrededores han sido destruidos más de veinte veces, y sus ruinas reconstruidas las mismas, con una facción distinta en el poder en cada ocasión.
- Este lugar tiene que ser muy importante –intervino John Shaft, acariciándose la perilla-, o quizá esconde algo que lo sea.
- Lo segundo –sentenció Belfast-. Sigue Böortryp.
- Hace quinientos años la facción que domina actualmente se hizo con el poder y las batallas cesaron de repente, a excepción de algunas pequeñas refriegas y disputas fronterizas.
- ¿Dice ahí por qué? –preguntó Belfast.
- No se especifica. Sólo habla de un cambio en el linaje de la corona.
- Qué conveniente –murmuró el primero-. Veréis, lo que no consta en la cabeza del chico tostadora, aquí presente, es el nombre de un mago. No es extraño que no aparezca, ya que es un nombre que la historia ha querido o se ha visto forzada a olvidar. Pero existió. Y el cabrón es el causante de todos los problemas que tenemos hoy aquí.
- ¿Un mago de hace quinientos años? ¿Cómo?
- Los pecados de los gobernantes –dijo con cierta tristeza la hasta ahora silenciosa Misaki- son heredados por los hijos de sus vasallos, John Shaft.
- Así es –continuó Belfast encendiendo otro Marlboro-. El mago del que os hablo, harto de años y siglos de batallas, decidió dar al pueblo la paz que éste, y él mismo, anhelaban. Y empezó clavando la cabeza del rey en una pica y reclamando su trono como propio.
La segunda parte -siguió-, fue reunirse en secreto y por separado con las dos facciones rivales y prometerles el valiosísimo objeto que llevaban siglos buscando en la ciudad, a cambio de que no les atacaran en cinco siglos. El plazo, como podéis ver, ha caducado.
- ¿Y por qué no se lo dais? Digo yo que ese mago lo encontraría, o cualquiera de sus descendientes. Cinco siglos es tiempo de sobra, joder.
- Oh sí, John. Lo encontró.
- Entonces, ¿por qué no se lo damos y qué se larguen?
- Porque después de encontrarlo lo escondió. Y el muy gilipollas borró ese recuerdo de su mente por algún motivo.
Echándose las manos a la cabeza, Belfast no pudo apreciar la mirada de indulgencia que le brindaba el siempre fiel Angus. Tampoco hubiera hecho mucho por mitigar su culpa.
- Vale –escupió Shaft entre dientes- ¿qué hacemos entonces?
- Tú y la tostadora os quedaréis aquí, supervisando los planes para defender la región. Las chicas tienen otra misión, luego se la contaré. Deathlone y yo vamos a buscar el puto objeto que todo el mundo está buscando, sea lo que sea.
Tras hablar a solas Con Zabbai y la Sombra, Belfast se llevó a Cecil Deathlone aparte. Éste tuvo la delicadeza de esperar a estar fuera del alcance de oídos curiosos antes de espetarle una pregunta que no podía ser más directa.
- ¿Qué vamos a hacer de verdad, Belfast?
- Buscar ese objeto, ya te lo he dicho.
- Eres mejor mago que yo, y ante una búsqueda del tesoro como la que propones, yo hubiera llamado a Willibald antes que a nadie. Por lo que a vosotros respecta, yo soy sólo el médico, así que te pregunto: ¿Qué quieres de mí?
- Sé que eres listo, Deathlone. Seguramente más que todos ellos. Dime, ¿qué has deducido de mi historia?
- Es obvio. Que tú eres el mago estúpido que mató al rey y olvidó eso que todo el mundo está buscando.
- Es obvio. Como también lo es que tú eres cualquier cosa menos médico. Conozco perfectamente Rama de Vida, Cecil. Sé qué es lo que vosotros llamáis medicina, y también sé que no dejáis que nada se interponga entre vosotros y vuestros resultados.
- Los dos sabemos algo del otro que preferimos que siga siendo un secreto. Es justo, pues. Dime entonces qué quieres que haga.
- El recuerdo que nos conducirá a lo que buscamos, el recuerdo de lo que es ese objeto siquiera. Está enterrado en algún lugar oscuro de mi cabeza. Quiero que me lo arranques.
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