viernes, 18 de marzo de 2011

VIAJE INFINITO A BORDO DEL DESTINO - 25

CAPÍTULO 25 - ¡Guerra!
por Gerard P. Cortés

G’lahyat de las Tierras Rojas contempló ese día el amanecer con pinturas de guerra en el rostro. Tres mil guerreros de armadura escarlata lo recibieron con vítores, espada en mano. Cien hechiceros recitaron bendiciones.
     Dynn rezó, junto a su hija, a las Diosas de la Guerra y de la Muerte. A unas para que la acompañaran en la batalla, a las otras para que recibieran con los brazos abiertos a las amazonas que iban a cruzar esa noche el Río de las Almas.
     Belfast apuró un cigarrillo observando con desprecio a su descendiente, acurrucado en su trono con la mirada perdida. Salió al balcón soltando la última calada y tiró la colilla al suelo. Abajo esperaba su ejército, comandado por sus forzosos compañeros del Destino, Zabbai Zainib, Cecil Deathlone y John Shaft.
     Böortryp seguía en la herrería, terminando los últimos detalles de las nuevas defensas, y Misaki había partido a cumplir el trato que había hecho con Belfast.
     Éste examinó sus tropas desde las alturas. Si serían o no suficientes, si existiría o no una oportunidad, sólo lo sabían los Dioses que tantos años antes habían abandonado ese lugar. Y, seguramente, pensó, no les importaba lo más mínimo.
- El día de hoy -comenzó su arenga- lleva escrito en las estrellas durante cinco siglos. Todo este tiempo ha reinado la paz, pero todos sabíais que no iba a durar. Así que regocijaos en la mañana, ya que un soldado no vive para la paz, sino para la guerra.
     Abajo se oyeron algunos vítores y golpes de espadas con escudos.
- Hoy nos enfrentaremos a los que han sido nuestros enemigos durante más de mil años -continuó-. Y lo haremos con todos a la vez. Así que preparaos para vender cara vuestra vida. ¡Y para regalar la muerte a quien sea tan estúpido como para venir a reclamarla!
     Los gritos, ahora sí, inundaron la Ciudad de Cristal, mientras Belfast volvía a la sala del trono meneando la cabeza.
- Mañana a estas horas la mayoría de ellos estarán muertos, Angus.
- Si así está escrito, señor, así será.
- Me gusta tu manera de ver el mundo -se burló el irlandés-, pero me temo que no valdrá con eso. Hay que restablecer un orden que no ha existido desde que los Dioses abandonaron esta ciudad, y no sé cómo hacerlo.
- ¿Y qué hay de ese objeto, señor? ¿El Aurus?
- El Aurus no nos servirá de nada. G’lahyat y Dynn creen que es el arma celestial que les permitirá conquistar todo este mundo, y no lo es. Aunque se lo diera, una vez descubrieran que no es lo que buscan, la sangre correría por las espadas igualmente. Además, no pienso entregarlo.
- ¿Por qué?
- Porque lo que para ellos sería un objeto inútil, ha resultado ser lo que yo he buscado durante años, sin saber que ya lo había encontrado.
- ¿Y qué es eso exactamente, señor? -preguntó Angus francamente intrigado.
- Es la llave que me abrirá la última de las puertas. La que, por derecho, estoy destinado a cruzar.

Poco después del alba, los dos ejércitos enemigos entraron en el perímetro defensivo y la batalla estalló.
     La primera sangre fue para uno de los guerreros escarlata, que rebanó el cuello de uno de los soldados de la ciudad. A partir de allí todo se volvió rojo.
Los tres ejércitos luchaban entre ellos, pues el odio que sentían unos por otros rivalizaba con el deseo por obtener el premio. La ferocidad de la reina de Istiria, Zabbai Zainib, resonaba por si sola en el campo de batalla. Acercarse a un metro de ella era un suicidio, como pronto comprendieron las amazonas de Dynn. Los guerreros de G’lahyat, en cambio, quizá incapaces de concebir que una sola mujer pudiera hacerles ese daño, se arrojaban contra su espada y se amontonaban en el suelo.
     John Shaft disparaba desde una posición elevada con el rifle de francotirador que le había fabricado el hombre máquina, mientras pedía perdón a su propio dios por ir en contra de todo lo que una vez había defendido como agente de la ley.
     Belfast se reunió con Böortryp a las puertas del castillo.
- ¿Está todo listo?
- En el tiempo previsto.
- Bien, saca a tus hombres. Necesitamos una ventaja.
     Dicho esto, el irlandés, desenvainó una espada y salió. Cruzó el campo de batalla a golpes de acero y balas de plomo hasta donde estaba Deathlone demostrando una pericia como espadachín que todos desconocían, justo a tiempo para ver la lluvia de fuego que comenzó a caer sobre la ciudad.
- ¡Cecil, sígueme! Hay que acabar con esos malditos hechiceros.
     Señaló una pequeña colina cercana sobre la que cien de los más poderosos magos de las Tierras Rojas conjuraban el fuego que brotaba del cielo.
- Nunca conseguiremos llegar-replicó el médico-. Hay todo un ejército entre nosotros y ellos.
- Hombre de poca fe -dijo Belfast mientras clavaba su espada entre los pechos de una amazona-. En unos segundos van a estar tan ocupados que ni siquiera nos verán.
     Dicho y hecho, una explosión retumbó a pocos metros, dando entrada a un gran tanque de hierro que escupía bombas de plasma. A sus lados las marionetas tecnorgánicas de Böortryp disparaban cañones láser a guerreros escarlata y amazonas por igual.
     La distracción fue suficiente para que Belfast, Cecil y un grupo de soldados pudieran colarse hasta donde estaban los hechiceros. Aunque advirtieron su llegada, éstos no parecieron preocuparse en absoluto de su presencia. Belfast ordenó a varios de los soldados que avanzaran contra ellos y detuvo a Cecil, que se disponía a acompañarlos, con un movimiento de la mano.
     Los soldados corrieron, espada en mano y grito de guerra en garganta, hasta que chocaron con el mismo aire y volaron varios metros atrás, muertos.
- Un campo de fuerza -murmuró Cecil.
- Me lo temía. Y no puedo ver su aura para eliminarlo.
- Espera un momento.
     Deathlone se acercó al lugar donde habían chocado los soldados y pasó la mano suavemente por encima.
- He visto algo parecido antes. No puedes verlo porque no es completamente mágico, hay algún tipo de ciencia detrás. Una muy oscura.
- ¿Puedes…?
- ¿Abrirlo? No. Una vez se cierran, estos campos sólo pueden ser abiertos desde dentro. Pero tal vez pueda hacer otra cosa, si doy con la fórmula correcta.
     El médico de Rama de Vida sacó su puñal y se puso a grabar símbolos en el aire sólido, al tiempo que efectuaba cálculos mentalmente. Bajo la colina, el fuego azotaba la Ciudad de Cristal y los campos de alrededor.
- Ya está -dijo mientras escribía el último símbolo.
- ¿El qué? no veo nada.
- Espera…
Las ecuaciones que había escrito Cecil comenzaron a alejarse de ellos, hacia los hechiceros. uno de ellos lo vio y gritó, presa del pánico. Los demás lo siguieron, lanzando rayos y bolas de fuego contra el campo que se acercaba a ellos. No sirvió de nada
     El campo de fuerza se dobló sobre si mismo aplastándolos a todos. En unos segundos, sólo había sangre y huesos rotos.
- Y así -dijo Deathlone guardando su puñal- es como acabas con cien hechiceros de pacotilla sin desenvainar la espada.
- Excelente -contestó Belfast con una sonrisa-. Ahora a por el cabrón de G’lahyat y la zorra de mi ex mujer.

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