CAPÍTULO 32 - Los misterios de la duodécima dimensión
por Alex Godmir
Belfast se alejó de la mesa, en dirección a la puerta.
─ Pues sí que han ahorrado en detalles esta vez ─dijo─, nuestros jefes. ¿Sólo tres de nosotros y no dice nada de quiénes?
─ Supongo que nos dejan la libertad para enviar a los que consideremos más adecuados para la misión ─sugirió Willibald.
Deathlone tocó el pergamino una vez más, como si intentará hallar algo que percibía estuviera oculto allí, pero no lograra identificar.
─ Sabemos cómo abrir el portal, que tienen que ir tres de nosotros y parte del desarrollo de la misión ─ Shaft imitó a Deathlone, buscando con el tacto─. Lo que no se explica es cuál es realmente nuestro cometido allí.
─ Eso no es del todo cierto ─negó Zabbai─. Belfast y Böortryp conocen esa dimensión, ¿verdad? Explicadnos a los demás qué hay exactamente allí.
El irlandés se detuvo justo antes de salir del comedor, consciente de que las miradas se habían posado en él.
─ Yo no conozco la naturaleza real de ese territorio ─dijo─. Nunca lo he visitado. Aunque he tenido en el pasado tratos con seres que allí habitan. Supongo que el chico tostadora tendrá más información.
Miró al hombre máquina, intentando desviar la atención de su persona. El otro esbozó un proyecto de sonrisa, que quedó a medias
─ La duodécima es en realidad la segunda dimensión temporal, que forma el tejido de todo junto a las diez dimensiones espaciales y la otra temporal. Está directamente relacionada con la vida, la experiencia. Allí no existe el tiempo como nosotros lo concebimos, ni el espacio. Simplemente todas las variables y referencias que tenemos en nuestro plano son maleables y modificables.
─ ¿Y eso qué narices significa? ─preguntó Shaft
─ Dicho resumidamente ─se rió Deathlone─, que no existe ni el dónde ni el cuándo.
─ ¿Y qué objeto tiene el ir allí? ─habló esta vez Misaki.
─ Los seres que habitan ese lugar ansían lo que ellos no poseen ─continuó Belfast─. Carecen de lugares y de tiempo; de experiencias o vivencias personales propias. Supongo que habrá que ir a darles de comer.
Los demás lo miraron ante el extraño comentario del irlandés.
Deathlone comprendió al instante, tras oír aquello, cuál era la misión. Desde que estuvo hurgando en la mente de Belfast en busca de aquel recuerdo perdido sobre el Aurus, había estado preguntándose dónde hallaría aquel individuo a los compradores de recuerdos y de dónde obtendrían estos su poder para hacer aquel tipo de intercambios. Ahora todo aquello tenía más sentido.
─ Willibald ─dijo─, Böortryp y tú sabéis cómo desarrollar las fórmulas para abrir el portal. Hacedlo lo antes posible. No debemos perder más tiempo. Yo iré, pero tendréis que decidir a los otros dos. Pensadlo detenidamente. Aunque intuyo quién de vosotros no va a venir.
Dicho esto se levantó y se marchó del comedor. En el instante que rebasó a Belfast el rápido cruce de miradas y un casi imperceptible gesto de mano fue señal suficiente.
Un suave golpe en la puerta le indicó que tenía visita.
─ Adelante ─dijo sin molestarse en mirar.
El visitante ya había abierto la puerta antes de que él hubiera hablado.
─ ¿Qué quieres saber? ─la voz del irlandés denotaba que estaba allí de mala gana.
Cecil se giró para buscar su rostro, al tiempo que reactivaba el conjuro potenciador de los sentidos, que siempre cancelaba al entrar en su habitación.
─ Tú has tratado con los habitantes de la duodécima dimensión y sabes cómo negociar con ellos. Guíame en los pasos a seguir, qué debo tener en cuenta y qué evitar.
El otro rió con una carcajada exageradamente estridente, que duró varios segundos. Deathlone permaneció impasible, atento a los signos vitales de su interlocutor. Estaba bastante nervioso. Y Belfast jamás se ponía nervioso.
─ Jamás he tratado con ellos en su terreno ─habló─, nunca. Yo les he vendido recuerdos y experiencias a cambio de otras cosas: longevidad, poder, lo que necesitara en un momento dado. Aunque en su dimensión cualquier moneda de cambio que tengas se la quedan ellos. No puedes negociar.
─ Entonces, ¿por qué nos encargan ir allí?
La mirada del pelirrojo y una sonrisa fueron la respuesta.
─ Es un pago ─continuó─. Somos la moneda con la que se cierra una transacción que los dueños del Destino hicieron previamente.
─ ¿Y qué han comprado?
─ Lo ignoro en realidad ─se encogió de hombros─. Aunque piensa que el Destino, los alimentos con los que nos proveen, la capacidad de moverse entre mundos, universos y tiempos distintos. Todo esto tiene un coste. Nada es gratis.
─ ¿Y por qué sólo tres de nosotros?
Una nueva carcajada del irlandés, seguida de un gesto de cabeza que indicaba desconocimiento.
─ Pues me imagino que negociaron bien y se guardan el resto para otra ocasión.
Tras decirlo se marchó.
La apertura del portal hizo vibrar el Destino al completo. Todos los pasajeros notaron en cada fibra de su cuerpo que el camino estaba listo.
Uno a uno acudieron a la biblioteca, donde Willibald y el hombre máquina había llevado a cabo su cometido. El último en aparecer había sido Deathlone, que extrañamente no portaba su maletín ni su espada. Jamás las abandonaba cuando iban en una misión.
─ ¿Y bien? ─habló Shaft─ ¿Quién va a ir además de Deathlone?
─ Yo iré ─dijo Willibald─. Según me ha explicado Böortryp allí no existe el tiempo ni el espacio, así que realmente no me moveré del Destino. Además me parece interesante visitar un lugar donde el tiempo, la memoria y todo es maleable. Allí existirán todas las respuestas a los misterios que siempre he buscado.
Los demás se miraron entre sí, sorprendidos por la decisión del señor de Suth Seaxa. Faltaba una persona más para completar el grupo.
Cecil no esperó para averiguar quién sería. Se dirigió al portal y lo cruzó de inmediato.
─ Yo no pienso entrar ─dijo Belfast─. Antes daría mi ojo izquierdo.
Tras acabar de decir aquello el barco volvió a temblar. Aunque el origen del seísmo provenía del portal. Acto seguido un grito agudo del irlandés les hizo mirarle. El hombre estaba arrodillado tapándose la cara, que se encontraba ensangrentada.
─ ¡Mi ojo! ─gritó─ ¡Hijos de puta! ¡Me han arrancado el ojo!
Zabbai y Misaki se acercaron al hombre, sorprendidas. Las palabras escritas en Braille en el pergamino eran exactas. Quien se quedara debería de hacer un sacrificio.
─ ¡No perdamos tiempo! ─gritó Willibald─ Si pensáis o habláis lo tomarán como el sacrificio.
Tras decirlo entró corriendo por el portal.
Böortryp permaneció impasible, mirando el camino por el había desaparecido el señor de Suth Seaxa. Él no pensaba entrar de ningún modo. Conocía bien la duodécima dimensión y no estaba dispuesto a darles nada, ya fuera recuerdo o conocimiento. Si tenía que sacrificar algo, sería lo único que no le importaba perder y que los habitantes de aquel lugar consideraban una moneda de cambio valiosa; el tiempo. Tras pensarlo pudo notar con claridad que su sacrifico había sido entregado. Las células de su organismo habían perdido vitalidad, fuerza. Su cuerpo se había deteriorado considerablemente. Sin los repuestos adecuados, su cobertura biológica moriría en menos de un día.
─ ¡Shaft! ─miró al policía─ ¡Entra por el portal, rápido!
El otro le miró sin acabar de comprender la razón por la cual se lo pedía a él. Pero como hombre acostumbrado a la acción, decidió que era mejor seguir las indicaciones de otro que sabía más que él.
Cruzó corriendo el portal, en pos de Deathlone y Willibald.
─ Bueno ─dijo el hombre máquina─. Esperemos que esto salga bien.
Y pensó para sus adentros: espero que el Destino me provea de órganos en breve, o voy a tener que hacer uso de los de algún compañero de viaje.
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