por Gerard P. Cortés
Willibald, el cazador de leyendas, reposaba su rifle de mira telescópica sobre una roca de la colina más cercana al castillo del señor de Sherwood. Su cuerpo, estirado sobre la tierra húmeda, apenas tenía movimiento y su respiración, con el ojo pegado al visor, era tan pausada que incluso un pájaro se posó sobre el cañón del arma como si no fuera más que una rama.
El animal salió volando a causa de un sonido proveniente de la oreja del cazador.
- Aquí Shaft. Estás en posición.
Böodtryp había llamado "comunicadores" a aquellos aparatos que les había repartido, y constaban de una pequeña pieza llamada "auricular" que se metía en el oído y otra llamada "micro" que se prendía al cuello de la camisa como un broche. Pasaban desapercibidos y eran útiles, sin duda, pero no le gustaba la idea de tener la voz de otro metida en la cabeza.
- Estoy en Sherwood y tengo una visión clara, John, pero no hay rastro del arquero. En cuanto asome la cabeza se la volaré.
- Entendido. Volveré a conectar en una hora. Corto.
Shaft apagó su comunicador y miró a Belfast.
- Todavía nada.
- Mierda. ¿Y qué hay del equipo de Escocia?
- Sus comunicadores están apagados.
- Sí, bueno -sonrió el irlandés encendiendo un cigarrillo-, a ninguna de las dos les hicieron mucha gracia los aparatitos de Böodtryp. Apuesto a que la chica ninja los ha triturado con su espada.
- ¡Ja! No me extrañaría en absoluto.
Shaft cargó su arma y la guardó en el interior de la gabardina. Tener una nueva misión era un soplo de aire fresco. Volver a trabajar codo con codo en lugar de interrogarse unos a otros y desconfiar de todos. Además, era una oportunidad para alejarse del nuevo miembro de la tripulación. Ese viejo loco que hablaba con los fantasmas y que parecía saber cosas que no debería. Su llegada había dejado una sensación de desasosiego en el barco. Les hizo preguntarse si aquello significaría que no volverían a ver a Cecil, o algo incluso más aterrador.
Esta vez la misión era mucho más clara que nunca, ni rastro de la vaguedad habitual de los amos al formular sus órdenes, como si tuvieran prisa porque el trabajo se hiciera. Les decía que desembarcaran en la Gran Bretaña y les daba una lista de nombres: todos debían morir. Al leerlo se sintió asqueado, como siempre. Una vez más, su condena le obligaba a saltarse los principios que había jurado defender y le exigía derramar sangre sin tener claro si merecía ser derramada. Como si el libro le hubiera leído la mente, una anotación apareció en el pie de página: Diarios del destino: Volumen 113.
Willibald voló a los estantes y volvió con el libro indicado. Los nombres de la lista coincidían con los de una de las tripulaciones que les había precedido en la nave. Al parecer, para la formación de esa tripulación se convocó a algunos de los mayores héroes británicos de diversos mundos. Algunos de ellos -o versiones de ellos- habían existido en su mundo, muchos años antes, a otros los conocía como seres de leyenda o de ficción.
Lo relatado en el diario ayudó a Shaft a ver con claridad el blanco y el negro en esta misión. Aparentemente, esta tripulación había sido enviada a una versión paralela de Inglaterra a arreglar algo y, en lugar de hacerlo, decidieron derrocar al gobierno, tomar el mando y extender el imperio colonial más extenso y sanguinario que haya existido en ninguno de los mundos.
Esta vez fue Boodtryp quien se quedó en el barco, monitorizando la misión a través de una máquina que él mismo construyó y conectó a un satélite que, dijo, surcaba los cielos de este mundo. Descubrir la localización de los objetivos fue relativamente fácil, se habían repartido el territorio y gobernaban con mano de hierro, aunque bajo las órdenes de uno de ellos, que reinaba desde Londres.
La actual tripulación del destino se dividió: Willibald viajó a los bosques de Sherwood para cazar al que llamaban el Arquero, Asari Misaki y Zabbai Zainib habían ido a Escocia a enfrentarse a Wallace, y él y Belfast estaban en Londres, ciudad en la que se encontraban el Mago, el detective y el Rey. Había dos miembros más en la tripulación británica, pero todo parecía indicar que habían muerto hacía años.
- Tres para nosotros solos -gruñó el policía poniéndose en pie-, tal vez deberíamos haber traído al nuevo.
- No me fío de él -dijo Belfast aplastando su cigarro en el cenicero y poniéndose la chaqueta-. Además, es mejor tenerlo como arma secreta por si necesitamos refuerzos.
Salieron de la taberna a una ciudad asfixiante en la que la niebla se mezclaba con el humo del carbón quemado. Carros tirados por caballos mecánicos que exhalaban nubes negras de hollín transitaban la calle.
- Este sitio es increíble.
- Cien por cien steampunk -contó Belfast abriendo los brazos teatralmente-. Tecnología futurista construida con elementos de la Revolución Industrial. Si me preguntas a mí, los mundos así son los más feos en los que he estado.
- ¿En cuántos mundos has estado? Siempre me lo he preguntado…
- He perdido la cuenta, la verdad. Algunos de ellos son maravillosos y a otros no volvería ni atado, además de los que han instalado medidas de seguridad para dejarme fuera, claro.
Shaft arqueó una ceja, con este hombre uno nunca sabía si estaba hablando en serio, en broma o, simplemente, mintiendo como un bellaco.
Belfast continuó, haciendo caso omiso.
- De todos modos, mis favoritos siempre han sido los que son como el tuyo. No quisiera instalarme en un mundo que no tuviera un Nueva York y, si lo hiciera, fundaría uno.
- Ya, claro.
- En serio. No sería la primera vez. De hecho, creo que precisamente en tu mundo fui uno de los primeros colonos de New Amsterdam, cuando todavía era de los holandeses. Búscame en los libros de historia.
Shaft soltó una carcajada y Belfast le siguió hasta que fueron interrumpidos por el comunicador. Era la voz de la reina de Istiria.
- ¡Funciona, maldita máquina infernal! ¡Funciona!
- ¿Zabbai?
- ¿John? ¿Eres tú?
- Sí, soy yo, calma ¿qué te ocurre?
- Tenemos problemas, John. Wallace sabe que estamos aquí y viene a por nosotras.
- ¿Podéis con él? ¿Cuántos hombres le acompañan?
Zabbai Zainib miró a su alrededor. Las rodeaba un ejército de hombres en falda con la cara pintada de azul y armados con espadas.
- Todos.
Shaft se giró hacia Belfast con urgencia.
- ¡Tenemos que ayudarlas!
- ¿Cómo? Están en Escocia y nosotros en Londres ¿quieres coger un tren?
- Vamos, no me digas que no tienes ningún truco en la manga para cosas como estas.
- No John, la magia no funciona así. Por lo menos no la que yo conozco.
Ambos se echaron la mano a la oreja cuando un chirrido agudo llegó por sus comunicadores, seguido por una voz.
- ¡La mía sí, irlandés del demonio! ¡Ja! ¡Nosotros nos encargaremos de estos rufianes en falda!
Incluso la imperturbable Sombra, con todo el cuerpo en tensión y su katana en alto soltó un chillido cuando, del suelo bajo sus pies, emergió el último tripulante del destino, Sgiobair Tynan. Su cuerpo atravesó la tierra como si no formara parte del mismo plano que ésta. Cuando sus pies pisaron suelo firme, recupero la solidez.
- No temáis, bellas damas -dijo guiñándoles un ojo- mis chicos y yo os cubrimos las espaldas.
Nada más decir esto, docenas de formas espectrales comenzaron a emerger del suelo tal como había hecho, segundos antes su capitán.
Zabbai miró a Misaki y le sonrió.
- Ahora nosotras también tenemos un ejército.
El animal salió volando a causa de un sonido proveniente de la oreja del cazador.
- Aquí Shaft. Estás en posición.
Böodtryp había llamado "comunicadores" a aquellos aparatos que les había repartido, y constaban de una pequeña pieza llamada "auricular" que se metía en el oído y otra llamada "micro" que se prendía al cuello de la camisa como un broche. Pasaban desapercibidos y eran útiles, sin duda, pero no le gustaba la idea de tener la voz de otro metida en la cabeza.
- Estoy en Sherwood y tengo una visión clara, John, pero no hay rastro del arquero. En cuanto asome la cabeza se la volaré.
- Entendido. Volveré a conectar en una hora. Corto.
Shaft apagó su comunicador y miró a Belfast.
- Todavía nada.
- Mierda. ¿Y qué hay del equipo de Escocia?
- Sus comunicadores están apagados.
- Sí, bueno -sonrió el irlandés encendiendo un cigarrillo-, a ninguna de las dos les hicieron mucha gracia los aparatitos de Böodtryp. Apuesto a que la chica ninja los ha triturado con su espada.
- ¡Ja! No me extrañaría en absoluto.
Shaft cargó su arma y la guardó en el interior de la gabardina. Tener una nueva misión era un soplo de aire fresco. Volver a trabajar codo con codo en lugar de interrogarse unos a otros y desconfiar de todos. Además, era una oportunidad para alejarse del nuevo miembro de la tripulación. Ese viejo loco que hablaba con los fantasmas y que parecía saber cosas que no debería. Su llegada había dejado una sensación de desasosiego en el barco. Les hizo preguntarse si aquello significaría que no volverían a ver a Cecil, o algo incluso más aterrador.
Esta vez la misión era mucho más clara que nunca, ni rastro de la vaguedad habitual de los amos al formular sus órdenes, como si tuvieran prisa porque el trabajo se hiciera. Les decía que desembarcaran en la Gran Bretaña y les daba una lista de nombres: todos debían morir. Al leerlo se sintió asqueado, como siempre. Una vez más, su condena le obligaba a saltarse los principios que había jurado defender y le exigía derramar sangre sin tener claro si merecía ser derramada. Como si el libro le hubiera leído la mente, una anotación apareció en el pie de página: Diarios del destino: Volumen 113.
Willibald voló a los estantes y volvió con el libro indicado. Los nombres de la lista coincidían con los de una de las tripulaciones que les había precedido en la nave. Al parecer, para la formación de esa tripulación se convocó a algunos de los mayores héroes británicos de diversos mundos. Algunos de ellos -o versiones de ellos- habían existido en su mundo, muchos años antes, a otros los conocía como seres de leyenda o de ficción.
Lo relatado en el diario ayudó a Shaft a ver con claridad el blanco y el negro en esta misión. Aparentemente, esta tripulación había sido enviada a una versión paralela de Inglaterra a arreglar algo y, en lugar de hacerlo, decidieron derrocar al gobierno, tomar el mando y extender el imperio colonial más extenso y sanguinario que haya existido en ninguno de los mundos.
Esta vez fue Boodtryp quien se quedó en el barco, monitorizando la misión a través de una máquina que él mismo construyó y conectó a un satélite que, dijo, surcaba los cielos de este mundo. Descubrir la localización de los objetivos fue relativamente fácil, se habían repartido el territorio y gobernaban con mano de hierro, aunque bajo las órdenes de uno de ellos, que reinaba desde Londres.
La actual tripulación del destino se dividió: Willibald viajó a los bosques de Sherwood para cazar al que llamaban el Arquero, Asari Misaki y Zabbai Zainib habían ido a Escocia a enfrentarse a Wallace, y él y Belfast estaban en Londres, ciudad en la que se encontraban el Mago, el detective y el Rey. Había dos miembros más en la tripulación británica, pero todo parecía indicar que habían muerto hacía años.
- Tres para nosotros solos -gruñó el policía poniéndose en pie-, tal vez deberíamos haber traído al nuevo.
- No me fío de él -dijo Belfast aplastando su cigarro en el cenicero y poniéndose la chaqueta-. Además, es mejor tenerlo como arma secreta por si necesitamos refuerzos.
Salieron de la taberna a una ciudad asfixiante en la que la niebla se mezclaba con el humo del carbón quemado. Carros tirados por caballos mecánicos que exhalaban nubes negras de hollín transitaban la calle.
- Este sitio es increíble.
- Cien por cien steampunk -contó Belfast abriendo los brazos teatralmente-. Tecnología futurista construida con elementos de la Revolución Industrial. Si me preguntas a mí, los mundos así son los más feos en los que he estado.
- ¿En cuántos mundos has estado? Siempre me lo he preguntado…
- He perdido la cuenta, la verdad. Algunos de ellos son maravillosos y a otros no volvería ni atado, además de los que han instalado medidas de seguridad para dejarme fuera, claro.
Shaft arqueó una ceja, con este hombre uno nunca sabía si estaba hablando en serio, en broma o, simplemente, mintiendo como un bellaco.
Belfast continuó, haciendo caso omiso.
- De todos modos, mis favoritos siempre han sido los que son como el tuyo. No quisiera instalarme en un mundo que no tuviera un Nueva York y, si lo hiciera, fundaría uno.
- Ya, claro.
- En serio. No sería la primera vez. De hecho, creo que precisamente en tu mundo fui uno de los primeros colonos de New Amsterdam, cuando todavía era de los holandeses. Búscame en los libros de historia.
Shaft soltó una carcajada y Belfast le siguió hasta que fueron interrumpidos por el comunicador. Era la voz de la reina de Istiria.
- ¡Funciona, maldita máquina infernal! ¡Funciona!
- ¿Zabbai?
- ¿John? ¿Eres tú?
- Sí, soy yo, calma ¿qué te ocurre?
- Tenemos problemas, John. Wallace sabe que estamos aquí y viene a por nosotras.
- ¿Podéis con él? ¿Cuántos hombres le acompañan?
Zabbai Zainib miró a su alrededor. Las rodeaba un ejército de hombres en falda con la cara pintada de azul y armados con espadas.
- Todos.
Shaft se giró hacia Belfast con urgencia.
- ¡Tenemos que ayudarlas!
- ¿Cómo? Están en Escocia y nosotros en Londres ¿quieres coger un tren?
- Vamos, no me digas que no tienes ningún truco en la manga para cosas como estas.
- No John, la magia no funciona así. Por lo menos no la que yo conozco.
Ambos se echaron la mano a la oreja cuando un chirrido agudo llegó por sus comunicadores, seguido por una voz.
- ¡La mía sí, irlandés del demonio! ¡Ja! ¡Nosotros nos encargaremos de estos rufianes en falda!
Incluso la imperturbable Sombra, con todo el cuerpo en tensión y su katana en alto soltó un chillido cuando, del suelo bajo sus pies, emergió el último tripulante del destino, Sgiobair Tynan. Su cuerpo atravesó la tierra como si no formara parte del mismo plano que ésta. Cuando sus pies pisaron suelo firme, recupero la solidez.
- No temáis, bellas damas -dijo guiñándoles un ojo- mis chicos y yo os cubrimos las espaldas.
Nada más decir esto, docenas de formas espectrales comenzaron a emerger del suelo tal como había hecho, segundos antes su capitán.
Zabbai miró a Misaki y le sonrió.
- Ahora nosotras también tenemos un ejército.
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