viernes, 29 de julio de 2011

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" 44

CAPÍTULO 44 - La Torre de Londres
por Gerard P. Cortés

Otra flecha le pasó silbando junto al oído. La esquivó por apenas unos milímetros y no se detuvo a ver cómo se clavaba junto a un árbol, mientras huía, tratando de detener la sangre que brotaba  de su costado.
     Consiguió esconderse entre la espesura. Tendría un momento de calma, aunque el Arquero estaba lo suficientemente cerca como para oírle jurar.
- No podrás esconderte mucho más de mí, asesino. Tarde o temprano ensartaré tu corazón con una de mis flechas.

Belfast también tenía sus propios problemas, en esos momentos. Un muro de fuego lo separaba del Mago y ninguno de los contraconjuros que conocía parecía tener efecto sobre él. No fue hasta que las llamas estaban a punto de alcanzarle que reparó en que no necesitaba extinguir el fuego, sólo atravesarlo.
     Murmuró tres palabras en lengua gaélica y su piel se cubrió de escamas de dragón.
     Atravesó el fuego andando, sin prisa, aprovechando para encender uno de sus cigarrillos. Expulsó una nube de humo y le dedicó una sonrisa burlona al mago.
- ¿Es todo lo que tienes para mí, viejo?
     Los ojos de Merlín brillaron.
- No tienes ni idea, falso hechicero.

Si el negro cielo nocturno y la leyenda de Tower Hill, uno de los lugares de ejecución predilectos de los monarcas británicos durante cuatro siglos, no eran suficiente, la visión de una tripulación de espectros surgiendo del suelo habría bastado para helar la sangre del más valiente. Por suerte, hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a acercarse tanto a la Torre de Londres. Nadie excepto los espectros y dos mujeres, Zabbai Zainib y Asari Misaki, que emergían también agarradas a la casaca de Siobair Tynan, sólo para vomitar al unísono en cuanto se soltaron.
- Nunca… nunca más –balbuceó Misaki mientras se incorporaba-. Nunca más te atrevas a hacerme esto…
     Zabbai, en cambio, había recobrado la compostura con la dignidad de una reina, aunque su estómago aun no estuviera seguro de en qué continente estaba.
- Hay que reconocer que es una forma efectiva de viajar –dijo-, pero moriré feliz si no tengo que hacerlo nunca más.
     Miró a su alrededor. Nadie más había acudido a la cita. Trató de usar su comunicador, pero nadie contestó, ni siquiera Böortryp, que debía estar en el barco y mantener contacto con ellos en todo momento. Tal vez el maldito aparato se había roto al atravesar la tierra.
     Fuese como fuese, era la hora y, ya que allí no había nadie más, tendrían que ser ellas quienes entraran en la Torre de Londres.
- ¿Estás lista, Misaki?
     La joven Ninja ya se había recuperado y su cuerpo estaba tan tenso y en guardia como siempre.
- Sí. ¿Cuál es el plan?
     Zabbai señaló la torre blanca en el centro de la construcción.
- Entraremos ahí –dijo-. Y, cuando lo hagamos, vamos a matar al Rey Arturo.

Annie Chapman se había trabajado las calles de Whitechapel desde que tenía memoria y, aunque esa memoria no se remontaba hacia muy atrás por culpa de la ginebra y los delirios febriles de una sífilis recurrente, eso era suficiente para hacerla sentir segura incluso en noches como esa.
- Hola, caballero –coqueteó con una misteriosa figura enfundada en una capa negra-. ¿Buscando algo de compañía en una noche fría?
     El hombre se acercó renqueando. Apenas se le veía la cara, cubierta por el ala de un señorial sombrero de copa.
- Sí –balbuceó-, sí… compañía...
- Pues la tía Annie va a ofrecerte la mejor compañía que puedas encontrar en todo Whitechapel, y al mejor precio.
- ¿Annie de Whitechapel?
- Eso mismo, guapo. ¿Y tú tienes nombre o debo llamarte… Jack, por ejemplo?
     Böortryp sonrió un poco bajo el ala del sombrero, apreciando la ironía descubierta en su base de datos que había cruzado esos nombres, junto con el nuevo ADN que había añadido a su cuerpo esa noche, en una ecuación aleatoria a través de distintos mundos.
- Sí –dijo, por fin-, llámame Jack. Será lo más apropiado.

Los habitantes de este Londres nunca supieron que un asesino tecno-orgánico fue el responsable de los crímenes de aquella noche. Si alguno imaginó que los motivos del monstruo tenían que ver con la propia supervivencia, no fue la pobre Annie Chapman mientras observaba, todavía aferrada a un último hilo de vida, como aquel ser introducía en su propio pecho el corazón palpitante de ella.
     Lo más gracioso, pensó el Hombre Máquina recostando el cuerpo inerte de Annie Chapman en la acera, es que aquellas mujeres, Mary Ann Nichols, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes, Mary Jane Kelly y la propia Annie estaban destinadas, si tenía que basarse en lo que había pasado en otros mundos, a morir igualmente a manos del primer hombre que había matado esa noche y cuya ropa y rostro llevaba ahora.
     El rostro de Jack el Destripador.
 
El Arquero se movía con el sigilo de un ave de presa. Sus sentidos, afilados por los años y el entrenamiento, escrutaban un bosque que conocía tan bien como la palma de su propia mano.
     Fue una gota, una sola gota de la sangre que manaba de la herida de Willibald, la que delató la posición del cazador de leyendas. El ruido, apenas audible, que hizo esta al caer en la hoja de un árbol bastó para que una flecha saliera disparada en su dirección y atravesara su pecho de lado a lado.
- ¡Te tengo! Esta casaca me quedará muy bien, una vez mis lacayos la hayan cosido y limpiado de tu sucia sangre –decía mientras tiraba de ella, dejando al desnudo… ¿paja?
     Sin tiempo para reaccionar, apenas pudo farfullar una maldición por haber sido engañado mientras una docena de estacas de madera se abalanzaban sobre él, atravesándolo por todas partes.
     Moribundo pero consciente, aun pudo ver a Willibald acercarse a él, con el torso desnudo y la herida mal cubierta con plantas del bosque.
- Eres un gran tirador –susurró apoyando el cañón de su pistola en la frente del Arquero-. Pero no eres un cazador.
     Y disparó.

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