por Alex Godmir
– No olvides que te conozco bien –negó el cazador del futuro–. Sólo podría detenerte matándote. Lo sabes. Como también imaginas que si continuas adelante moriré, que tu mejor futuro dejará de existir.
Ambos hombres se miraron fijamente, manteniendo cada uno la atención en los ojos del otro.
– Eso no es cierto –sonrió Willibald–. No importa lo que yo sea en ese futuro, sigo siendo un pésimo mentiroso. El cuaderno dice que renunciar significa volver a la incertidumbre, lo cual no es una certeza. Puedo llegar a alcanzar ese futuro, o quizás no.
El cazador de leyendas del futuro se echó a reír.
– Así es –reconoció–. Aunque a ti te importa poco o nada ese detalle. Tu curiosidad es más fuerte, como ahora recuerdo era la mía.
Los dos hombres miraron en dirección al puente. Una sonrisa se esbozó fugazmente en cada uno de ellos mientras comenzaban a caminar.
– Bueno –dijo Deathlone–, dinos de una vez qué hay en el puente y por qué no lo cruzaste tú.
Tynan lo miró, aunque sin verlo realmente. Estaba tratando de recordar qué había pasado en aquel lugar. Pero su mente volvía a ser un caos. Las imágenes carecían de sentido.
– No lo sé –balbuceó–… recuerdo que me topé con alguien y me convenció de que no siguiera adelante.
– Si lo que dice el cuaderno es cierto –aventuró el hombre máquina–, con toda probabilidad te encontraste con tu yo del futuro; tu mejor destino. Y para que ese futuro llegara a existir era necesario que no siguieras adelante, que renunciaras.
– ¿Y lo hizo? –le cortó Belfast– ¿Este viejo loco renunció a la posibilidad de obtener un Aurus para convertirse en lo que es ahora?
Sus palabras estaban cargadas de incredulidad, casi de indignación.
– Ahora no estoy vivo –negó Tynan–… aunque tampoco muerto. No logro recordar qué me dijo, estoy convencido de que fue suficiente para que desistiera. Yo tenía un sueño en aquella época –dejó la frase en el aire–… supongo que para lograrlo renuncié.
– Comprendo entonces la dificultad de seguir –habló Misaki–. Si me dan a escoger entre conseguir un Aurus y alcanzar mi mejor destino yo también tendría dudas.
– La cuestión principal –la interrumpió el hombre máquina– pasa por saber qué hará Willibald.
El puente resultó ser un simple paso de madera burdamente tallado, sin peligro alguno. Ambos Willibald lo recorrieron sin mayor problema y alcanzaron el otro extremo.
– ¿Tú no deberías desaparecer? –preguntó el cazador del presente a su homólogo.
El otro se encogió de hombros, para luego esbozar una sonrisa.
– Según las reglas de la isla tendría que dejar de existir –se calló un instante–… o volver a mi tiempo si realmente continuo siendo tu futuro.
Willibald lo miró y expresó la pregunta no formulada con sus ojos.
– ¡No me mires así! –exclamó el cazador del futuro– La curiosidad que te impulsa a ti me creó y me llevó a alcanzar lo que soy ahora. Mira el cuaderno y podrás saber cuál es la última prueba para alcanzar el tesoro.
El cazador del presente le hizo caso, consultando una vez más el cuaderno. El mapa indicaba que debía seguirse una senda que ascendía por la montaña, hasta alcanzar la X señalada en el mapa. Tan sólo quedaba un último comentario escrito.
Zabbai Zainib miró a Belfast mientras éste sujetaba a Tynan por el cuello y lo empujaba hacia el mástil. El pelirrojo estaba realmente enfadado. La cuestión que tanto ella como el resto de espectadores tenía en la mente era sencilla y directa. ¿Por qué?
– ¡Maldito viejo! –gritó con rabia– ¡No volverás a jugármela! ¡Nunca me dijiste nada de ese Aurus perdido! ¡Y encima reconoces que renunciaste a él! –le soltó y escupió al suelo con desdén– Si no estuvieras ya muerto acabaría contigo.
Tynan lo miró y esbozó una sonrisa.
– ¿Otra vez? –susurró– Pues vigila, que crea adicción eso de acabar con mi vida.
Deathlone lo miro atónito, como los demás. Aquel tipo acababa de reconocer que Belfast lo había matado. ¿Qué podía significar aquello?
– Yo nunca que te he matado –negó el pelirrojo–… por lo menos no recuerdo haberlo hecho. Y si te maté, jamás habría vendido ese recuerdo –sonrió–. Valdría la pena conservarlo.
– Centrémonos –le cortó Böortryp–, por favor. Supongamos que Willibald consiguiera cruzar el puente. Aún queda una última prueba por superar, antes de hacerse con el tesoro.
Consultó las grabaciones y leyó las palabras que había escritas en el cuaderno.
“Si has superado la selva solitaria y tu mejor destino, resta un sacrificio para lograr el tesoro. Tan sólo la renuncia a lo último que cualquier ser puede perder abrirá el candado.”
Willibald miró el cofre que acababa de desenterrar. Tal y como indicaba el plano, allí se encontraba. Era de madera de roble desgastada, con una oxidado candado protegiendo sus secretos. A pesar del aspecto del objeto, su instinto le decía que era mucho más de lo que parecía.
– Como has notado –confirmó el cazador del futuro–, su apariencia sencilla oculta la realidad. Está hecho por magia muy poderosa. No existe herramienta o conjuro alguno que sea capaz de dañarlo y mucho menos abrirlo.
– Lo suponía –sonrió–. Las palabras del diario son curiosas. Creo conocer su significado y aprecio el sentido del humor del tal Julius. Imagino que la obtención del objeto está más allá de cualquier ser humano, incluido yo mismo.
El Willibald del futuro asintió.
– ¿Ya sabes cuál es el sacrificio que debe realizarse? –preguntó– ¿Estás dispuesto a ello?
El cazador del presente rió abiertamente, al tiempo que se sentaba sobre el cofre.
– Lo último a que cualquier ser puede renunciar es únicamente una cosa; su propia vida –respondió–. Así que de poco me servirá éste o ningún objeto. Aunque hay varias maneras de volver de la muerte, yo no conozco ninguna. Y tampoco estoy interesado en ellas.
Su alter ego del futuro sonrió y sacó de su cinto un cuchillo arrojadizo, idéntico al que él llevaba.
– Conozco la respuesta –dijo–. Pero eso no implica que no formule la pregunta. Tú ya habías leído el cuaderno antes de salir del Destino. Y también habías deducido qué significaba esta última prueba. Por lo tanto eras consciente de que no podrías hacerte con el objeto. ¿Por qué viniste?
Ambos hombres sonrieron al mismo tiempo. Y respondieron a la pregunta.
– Tenía ganas de probar si era capaz de llegar hasta aquí.
Ambos hombres se miraron fijamente, manteniendo cada uno la atención en los ojos del otro.
– Eso no es cierto –sonrió Willibald–. No importa lo que yo sea en ese futuro, sigo siendo un pésimo mentiroso. El cuaderno dice que renunciar significa volver a la incertidumbre, lo cual no es una certeza. Puedo llegar a alcanzar ese futuro, o quizás no.
El cazador de leyendas del futuro se echó a reír.
– Así es –reconoció–. Aunque a ti te importa poco o nada ese detalle. Tu curiosidad es más fuerte, como ahora recuerdo era la mía.
Los dos hombres miraron en dirección al puente. Una sonrisa se esbozó fugazmente en cada uno de ellos mientras comenzaban a caminar.
– Bueno –dijo Deathlone–, dinos de una vez qué hay en el puente y por qué no lo cruzaste tú.
Tynan lo miró, aunque sin verlo realmente. Estaba tratando de recordar qué había pasado en aquel lugar. Pero su mente volvía a ser un caos. Las imágenes carecían de sentido.
– No lo sé –balbuceó–… recuerdo que me topé con alguien y me convenció de que no siguiera adelante.
– Si lo que dice el cuaderno es cierto –aventuró el hombre máquina–, con toda probabilidad te encontraste con tu yo del futuro; tu mejor destino. Y para que ese futuro llegara a existir era necesario que no siguieras adelante, que renunciaras.
– ¿Y lo hizo? –le cortó Belfast– ¿Este viejo loco renunció a la posibilidad de obtener un Aurus para convertirse en lo que es ahora?
Sus palabras estaban cargadas de incredulidad, casi de indignación.
– Ahora no estoy vivo –negó Tynan–… aunque tampoco muerto. No logro recordar qué me dijo, estoy convencido de que fue suficiente para que desistiera. Yo tenía un sueño en aquella época –dejó la frase en el aire–… supongo que para lograrlo renuncié.
– Comprendo entonces la dificultad de seguir –habló Misaki–. Si me dan a escoger entre conseguir un Aurus y alcanzar mi mejor destino yo también tendría dudas.
– La cuestión principal –la interrumpió el hombre máquina– pasa por saber qué hará Willibald.
El puente resultó ser un simple paso de madera burdamente tallado, sin peligro alguno. Ambos Willibald lo recorrieron sin mayor problema y alcanzaron el otro extremo.
– ¿Tú no deberías desaparecer? –preguntó el cazador del presente a su homólogo.
El otro se encogió de hombros, para luego esbozar una sonrisa.
– Según las reglas de la isla tendría que dejar de existir –se calló un instante–… o volver a mi tiempo si realmente continuo siendo tu futuro.
Willibald lo miró y expresó la pregunta no formulada con sus ojos.
– ¡No me mires así! –exclamó el cazador del futuro– La curiosidad que te impulsa a ti me creó y me llevó a alcanzar lo que soy ahora. Mira el cuaderno y podrás saber cuál es la última prueba para alcanzar el tesoro.
El cazador del presente le hizo caso, consultando una vez más el cuaderno. El mapa indicaba que debía seguirse una senda que ascendía por la montaña, hasta alcanzar la X señalada en el mapa. Tan sólo quedaba un último comentario escrito.
Zabbai Zainib miró a Belfast mientras éste sujetaba a Tynan por el cuello y lo empujaba hacia el mástil. El pelirrojo estaba realmente enfadado. La cuestión que tanto ella como el resto de espectadores tenía en la mente era sencilla y directa. ¿Por qué?
– ¡Maldito viejo! –gritó con rabia– ¡No volverás a jugármela! ¡Nunca me dijiste nada de ese Aurus perdido! ¡Y encima reconoces que renunciaste a él! –le soltó y escupió al suelo con desdén– Si no estuvieras ya muerto acabaría contigo.
Tynan lo miró y esbozó una sonrisa.
– ¿Otra vez? –susurró– Pues vigila, que crea adicción eso de acabar con mi vida.
Deathlone lo miro atónito, como los demás. Aquel tipo acababa de reconocer que Belfast lo había matado. ¿Qué podía significar aquello?
– Yo nunca que te he matado –negó el pelirrojo–… por lo menos no recuerdo haberlo hecho. Y si te maté, jamás habría vendido ese recuerdo –sonrió–. Valdría la pena conservarlo.
– Centrémonos –le cortó Böortryp–, por favor. Supongamos que Willibald consiguiera cruzar el puente. Aún queda una última prueba por superar, antes de hacerse con el tesoro.
Consultó las grabaciones y leyó las palabras que había escritas en el cuaderno.
“Si has superado la selva solitaria y tu mejor destino, resta un sacrificio para lograr el tesoro. Tan sólo la renuncia a lo último que cualquier ser puede perder abrirá el candado.”
Willibald miró el cofre que acababa de desenterrar. Tal y como indicaba el plano, allí se encontraba. Era de madera de roble desgastada, con una oxidado candado protegiendo sus secretos. A pesar del aspecto del objeto, su instinto le decía que era mucho más de lo que parecía.
– Como has notado –confirmó el cazador del futuro–, su apariencia sencilla oculta la realidad. Está hecho por magia muy poderosa. No existe herramienta o conjuro alguno que sea capaz de dañarlo y mucho menos abrirlo.
– Lo suponía –sonrió–. Las palabras del diario son curiosas. Creo conocer su significado y aprecio el sentido del humor del tal Julius. Imagino que la obtención del objeto está más allá de cualquier ser humano, incluido yo mismo.
El Willibald del futuro asintió.
– ¿Ya sabes cuál es el sacrificio que debe realizarse? –preguntó– ¿Estás dispuesto a ello?
El cazador del presente rió abiertamente, al tiempo que se sentaba sobre el cofre.
– Lo último a que cualquier ser puede renunciar es únicamente una cosa; su propia vida –respondió–. Así que de poco me servirá éste o ningún objeto. Aunque hay varias maneras de volver de la muerte, yo no conozco ninguna. Y tampoco estoy interesado en ellas.
Su alter ego del futuro sonrió y sacó de su cinto un cuchillo arrojadizo, idéntico al que él llevaba.
– Conozco la respuesta –dijo–. Pero eso no implica que no formule la pregunta. Tú ya habías leído el cuaderno antes de salir del Destino. Y también habías deducido qué significaba esta última prueba. Por lo tanto eras consciente de que no podrías hacerte con el objeto. ¿Por qué viniste?
Ambos hombres sonrieron al mismo tiempo. Y respondieron a la pregunta.
– Tenía ganas de probar si era capaz de llegar hasta aquí.
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