por Alex Godmir
Böortryp fue el primero en percatarse. Había alguien que se acercaba a la playa, a través de la selva. Ajustó sus receptores ópticos y sonoros al máximo para no perder detalle de lo que allí ocurría. Esbozó una sonrisa al descubrir que iba acompañado. Esperó unos instantes a que Willibald abandonara la espesura de la selva, en solitario.
– Nuestro compañero ha vuelto –dijo a los otros–. Pronto sabremos qué ha ocurrido.
Belfast se encaramó a estribor y utilizó su ojo mecánico para ampliar el detalle. Activó todos los espectros visuales de que disponía, en busca de la respuesta. Nada indicaba que Willibald portara objeto mágico alguno. Pero recordó que ese Aurus había olvidado que era un objeto de poder. Debería esperar a que el cazador llegara al barco para saber más.
Todos se congregaron en torno al cazador en cuanto éste subió a bordo. Ninguno dijo nada, ni siquiera le ayudaron, a pesar de que era evidente que había resultado un esfuerzo para el hombre llegar a nado desde la playa.
Willibald se sentó sobre el suelo de madera, recuperando el aliento. Notaba las miradas fijas de sus compañeros de travesía. Sus expresiones denotaban diversas emociones; enfado, indignación y curiosidad entre ellas.
– ¡No nos tengas en ascuas! –gritó Belfast– ¿Tienes el objeto? ¿Lo lograste?
El hombre negó con la cabeza.
– Lo siento –cerró su comentario con una mueca indeterminada y miró a
Böortryp–. Supongo que tú les habrás puesto al corriente de todo.
El otro asintió.
– La última prueba significaba –habló Cecil Deathlone– sacrificar tu propia vida, ¿verdad? Pero lo intentaste de todos modos. Eres un tipo muy curioso, cazador de leyendas.
– Ya os dije –habló Tynan–, que jamás nadie tiene éxito. Aunque hay algo que no entiendo –se detuvo un instante, como si le costara centrarse en sus propias palabras–… ¿por qué aún lo recordamos?
– Porque aún estamos bajo el influjo de la magia de la isla –respondió el hombre máquina–. Además, Willibald no ha renunciado, sólo esperará otra oportunidad. Únicamente los que se dan por vencidos o renuncian olvidan.
Willibald lo miró a los ojos y los destellos metálicos que percibió le convencieron. Lo sabía.
Esperó a encontrarse en su camarote para recordar lo ocurrido. Las paredes de su habitación no suponían protección adicional, pero le calmaban. No está acostumbrado a mentir, si bien estaba obligado a ocultarlo a los demás. No a todos, por supuesto. Uno de ellos lo sabía y probablemente alguno más lo sospechaba. Pero como le había explicado ella, el ciclo de los acontecimientos debía seguir su curso.
Un suave golpe en la puerta le indicó que tenía visita. En realidad lo sabía mucho antes, tanto por haber detectado los pasos de quien se aproximaba como por la convicción de que él vendría.
– Pasa –dijo–, Böortryp.
El hombre máquina entró y cerró la puerta tras de sí.
– Eres un pésimo mentiroso –esbozó una sonrisa.
– Lo sé –reconoció el cazador–. Y con los años no voy a mejorar. Supongo que has venido para conocer mis razones, mis motivos.
El otro negó con la cabeza.
– No. Comprendo bien tu pauta de comportamiento. Si bien me resulta interesante la facilidad con la cual asumes como ciertas las palabras de otros. ¿Cómo sabes que ella no te mintió?
– ¡Por supuesto que lo hizo! –rió Willibald– Si no lo hubiera hecho, jamás le habría dado el objeto. Pero sólo me dijo una mentira, envuelta entre diversas verdades.
– ¿Sabes quién es? –preguntó el hombre máquina.
– Lo supongo –respondió–, el parecido es razonable. Lo que más me llamó la atención fue encontrármela en la selva. Pensaba que sólo un único individuo podía internarse allí.
– Cierto –corroboró Böortryp–. Pero ella no es una pasajera del Destino. Y además, el objeto ya había sido recuperado por ti. Así que las reglas dejaron de aplicarse.
– Imagino que nos espiaste desde la cubierta del Destino, ¿qué viste?
– Sólo detecté vuestra presencia apenas unos escasos metros antes de alcanzar la playa. Aunque pude ver cómo le dabas el objeto.
El cazador sonrió.
– Me la encontré poco antes. Se materializó a mi lado mediante algún conjuro de transporte. Sin duda es una hechicera poderosa. Y también peligrosa.
– ¿Qué te explicó?
– Me dijo que no debía permitir que ese objeto subiera al Destino –hizo una pausa–, por dos razones. La primera que supondría ponerlo al alcance de dos tripulantes que jamás deberían echarle la mano encima. Y la segunda, que más peligroso que eso era dejarlo a merced de los Amos.
– Y supongo que ella se ofreció a custodiarlo para librarte de esa pesada carga –la voz del hombre máquina no denotaba sarcasmo alguno, pero sí sus palabras–. Te contó, imagino, que ese Aurus permanece dormido y ni siquiera ella puede despertarlo, ni siquiera utilizarlo.
Willibald asintió una vez más.
– Esa fue su mentira –dijo con naturalidad–. Pero lo demás era cierto. Darle el Aurus a los Amos es mala idea. Y ofrecerle la posibilidad de usarlo a los dos individuos que mencionó también. Mi mayor duda pasaba por descubrir a quiénes se refería. Uno de ellos es lógicamente Belfast. El otro pensé que sería su hermano. Pero me equivocaba. Eras tú. La posibilidad de hacerte con ese Aurus dormido resulta demasiado arriesgado. Todavía no es el momento. Deberás aguardar o usar otros caminos.
El hombre máquina lo miró fijamente, analizando los signos vitales y todos los indicadores que pudieran decirle si las palabras de Willibald albergaban algún tipo de engaño. Pero no. Eran una simple exposición de hechos.
– Lo que vine a averiguar no es eso –dijo–. Ya había previsto tal eventualidad. Lo que no sé es cómo pudiste pasar la última prueba de la isla. Está claro que no has muerto y es imposible engañar al juego del solitario. Por lo tanto Willibald el cazador tuvo que morir en esa isla para hacerse con el objeto.
– Y así es –asintió el cazador–. Willibald el cazador de leyendas se sacrificó a sí mismo para poder abrir el candado que guardaba el Aurus.
Su enigmática sonrisa dejó desconcertado a Böortryp. Aquel hombre decía la verdad.
Un suave golpe en la puerta le indicó que tenía visita. En realidad lo sabía mucho antes, tanto por haber detectado los pasos de quien se aproximaba como por la convicción de que él vendría.
– Pasa –dijo–, Böortryp.
El hombre máquina entró y cerró la puerta tras de sí.
– Eres un pésimo mentiroso –esbozó una sonrisa.
– Lo sé –reconoció el cazador–. Y con los años no voy a mejorar. Supongo que has venido para conocer mis razones, mis motivos.
El otro negó con la cabeza.
– No. Comprendo bien tu pauta de comportamiento. Si bien me resulta interesante la facilidad con la cual asumes como ciertas las palabras de otros. ¿Cómo sabes que ella no te mintió?
– ¡Por supuesto que lo hizo! –rió Willibald– Si no lo hubiera hecho, jamás le habría dado el objeto. Pero sólo me dijo una mentira, envuelta entre diversas verdades.
– ¿Sabes quién es? –preguntó el hombre máquina.
– Lo supongo –respondió–, el parecido es razonable. Lo que más me llamó la atención fue encontrármela en la selva. Pensaba que sólo un único individuo podía internarse allí.
– Cierto –corroboró Böortryp–. Pero ella no es una pasajera del Destino. Y además, el objeto ya había sido recuperado por ti. Así que las reglas dejaron de aplicarse.
– Imagino que nos espiaste desde la cubierta del Destino, ¿qué viste?
– Sólo detecté vuestra presencia apenas unos escasos metros antes de alcanzar la playa. Aunque pude ver cómo le dabas el objeto.
El cazador sonrió.
– Me la encontré poco antes. Se materializó a mi lado mediante algún conjuro de transporte. Sin duda es una hechicera poderosa. Y también peligrosa.
– ¿Qué te explicó?
– Me dijo que no debía permitir que ese objeto subiera al Destino –hizo una pausa–, por dos razones. La primera que supondría ponerlo al alcance de dos tripulantes que jamás deberían echarle la mano encima. Y la segunda, que más peligroso que eso era dejarlo a merced de los Amos.
– Y supongo que ella se ofreció a custodiarlo para librarte de esa pesada carga –la voz del hombre máquina no denotaba sarcasmo alguno, pero sí sus palabras–. Te contó, imagino, que ese Aurus permanece dormido y ni siquiera ella puede despertarlo, ni siquiera utilizarlo.
Willibald asintió una vez más.
– Esa fue su mentira –dijo con naturalidad–. Pero lo demás era cierto. Darle el Aurus a los Amos es mala idea. Y ofrecerle la posibilidad de usarlo a los dos individuos que mencionó también. Mi mayor duda pasaba por descubrir a quiénes se refería. Uno de ellos es lógicamente Belfast. El otro pensé que sería su hermano. Pero me equivocaba. Eras tú. La posibilidad de hacerte con ese Aurus dormido resulta demasiado arriesgado. Todavía no es el momento. Deberás aguardar o usar otros caminos.
El hombre máquina lo miró fijamente, analizando los signos vitales y todos los indicadores que pudieran decirle si las palabras de Willibald albergaban algún tipo de engaño. Pero no. Eran una simple exposición de hechos.
– Lo que vine a averiguar no es eso –dijo–. Ya había previsto tal eventualidad. Lo que no sé es cómo pudiste pasar la última prueba de la isla. Está claro que no has muerto y es imposible engañar al juego del solitario. Por lo tanto Willibald el cazador tuvo que morir en esa isla para hacerse con el objeto.
– Y así es –asintió el cazador–. Willibald el cazador de leyendas se sacrificó a sí mismo para poder abrir el candado que guardaba el Aurus.
Su enigmática sonrisa dejó desconcertado a Böortryp. Aquel hombre decía la verdad.
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