viernes, 11 de mayo de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 37


CAPÍTULO 37 - Venganza
por Alex Godmir

Jadama Deathlone miró al desecho vagamente humanoide que tenía ante sí. Había sido un hombre, sin duda. Un ejemplar fornido y guapo, también fuerte e inteligente. Pero ahora, tras haber caído en sus manos, no era más que un amasijo balbuceante de carne, hueso y sangre… mucha sangre.
     La mujer prestó escasa atención a los esfuerzos de aquel individuo por hacerse entender, por hablar. Aquello resultaba complicado debido a los hierros que atravesaban su lengua y los finísimos hilos de alambre que se enroscaban donde hubieran debido hallarse las cuerdas vocales. El cerebro de aquel hombre no era completamente consciente de que le iba a resultar imposible articular palabra. Si bien no cesaba en su empeño. Su balbuceo era una clara súplica aunada con un deseo que pocos hombres estaban acostumbrados a expresar; quería morir.
– No –dijo ella sonriente–. Todavía vivirás un poco. Ya sé que no tienes más información que darme. También soy consciente de que cualquier daño que causaras ha sido de sobras compensado con mis juegos. Aunque aún puedes serme útil.
     Se levantó y se acercó a una pequeña mesa de madera, donde reposaba el cofre que albergaba el objeto más poderoso que jamás había guardado en su barco. Aunque inicialmente lo había conseguido bajo la apariencia de una brújula, ahora ya no presentaba aquella forma. La primera vez que lo utilizó el Aurus había actuado como una simple herramienta que indicaba un camino. Pero luego, cuando ella quiso ver, se transformó en unas gafas de metal dorado. Aquellos anteojos eran mucho más que un medio para mejorar la visión de quien los portara. Podían mostrar un camino, un lugar… e incluso crearlo. Ese era el inmenso poder que descansaba en su interior. Pero todavía estaba aletargado.
     Hasta el momento no se había atrevido a hacer uso de sus capacidades al completo. Conocía los riesgos, así como las consecuencias de utilizarlo a pleno poder. Por esa razón se había contentado con simplemente utilizarlo para mirar, para ver más allá de los límites que le imponían su mente, su cuerpo y el universo en el que se movía. Así había hallado al pobre infeliz que reposaba desangrándose en su sala de tortura. Una simple duda que había tenido desde el momento en el que supo que su hermano era tripulante del Destino. ¿Quién había sido el causante directo de que Cecil terminara en aquella embarcación?
     Al principio había dado por hecho que el pelirrojo del ojo mecánico había movido todos los hilos. Y posiblemente sí que había sido el instigador, junto con otros. Pero ella no tenía interés real por conocer al causante, sino más bien dar con la herramienta, la persona que había iniciado el proceso físico, quien había provocado con sus actos que su hermano abandonara Rama de Vida. El objeto de poder, al expresar aquel deseo, le mostró una dirección y el rostro de un hombre; Ejedan Grunter.
     Hallarlo había resultado sencillo, hacerse con él ya requirió más trabajo. Aquel médico estaba dentro de las instalaciones más seguras de Rama de Vida, en su centro de investigaciones. Aquella isla, rodeada de hechizos y artilugios mecánicos, resultaba para muchos el paradigma de lugar inexpugnable. Lograr internarse en aquel nido de traición y desconfianza sin ser miembro de la orden resultaba impensable. Los únicos seres que no pertenecían al grupo y habitaban la isla eran los sujetos de sus experimentos.
     Había valorado aquella opción; una misión de infiltración para la cual contaba con varios miembros en su tripulación más que adecuados. Pero desechó la idea. Kali llevaba largo tiempo reclamándole sangre y almas, pues hacía años que no le entregaba un gran sacrificio. Y si no satisfacía en breve a aquella caprichosa deidad corría el riesgo de que le retirara sus favores. Era cierto que, tras un par de siglos vagando por el mundo, había hallado otros métodos de prolongar su vida y mantener la eterna juventud. Pero se sentía ligada al pacto con la diosa y, por encima de todo, disfrutaba de la sangre tanto o más que Kali.
     Así que se planteó cómo lograr que aquel hombre abandonara la isla y le brindara así la posibilidad de capturarle. El mejor anzuelo para llamar la atención de un investigador es ofrecerle un misterio que le resulte imposible de rechazar. Utilizó el Aurus de nuevo para conocer a fondo la investigación de aquel médico, la que había sido inicialmente conducida por su hermano. Así pudo averiguar lo ocurrido con su padre y como todos los detalles que llevaron a Cecil a formar parte de la tripulación del Destino. Aquellas gafas le mostraron aquello y mucho más, pudiendo ver con sus propios ojos los acontecimientos que precedieron a la llegada de su padre a la isla, como sujeto de experimentación.

Había sido Ejedan Gunter también quien había hallado al padre y movido los hilos para que este fuera asignado como sujeto a la investigación de Cecil. ¿Quién le había dado aquella información? Ningún ser vivo, al menos en el sentido de vida orgánica y física que ella concebía como tal. Aquel médico de Rama de Vida, rival de su hermano, había tenido un sueño. Y en ese sueño había entrado en contacto con unos seres que se alimentaban de experiencias. Había oído hablar de ellos; los habitantes de la Duodécima dimensión. ¿Pero cómo había logrado aquel hombre conectar con ellos? Ahondó aún más y descubrió que, en una visita de Grunter a un mundo indeterminado, había tenido contacto con un extraño que le había hablado de aquella dimensión, del comercio de experiencias y cómo contactar con ellos. No le sorprendió en absoluto reconocer aquella cabellera pelirroja.
     Ya sabía el quién y el cómo. También podía llegar a deducir el por qué. Pero el hecho de conocer la infeliz suerte de su padre le provocó un sentimiento que no recordaba haber experimentado en décadas; las ganas de vengarse. Lo haría, sin duda. Y pagarían el daño causado tanto el individuo como toda la orden que, con sus actos, habían provocado aquello. Al pensar en la venganza como objetivo, un pensamiento quedó hábilmente apartado por su voluntad. La muerte de su padre tenía un causante directo, su propio hermano. Él también debería pagar por aquella afrenta. Y lo haría.

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