viernes, 27 de julio de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 50

CAPÍTULO 50 - El último viaje
por Gerard P. Cortés

Ajenos a lo que fuera que ocurriese a su alrededor, Misaki y Krieg estaban sumidos en una meditación profunda en la que el tiempo no tenía sentido. En apenas unos minutos, sus mentes llevaban meses recorrdos del camino de los recuerdos, propios y ajenos, que la sangre de la Sombra guardaba en su interior.
       Había experimentado retazos de vidas de mujeres que, en parte, sabía que eran ella misma. De algún modo habitaban en su interior, tal como ella había habitado dentro de cada una de ellas, mucho antes de nacer siquiera.
       El chico pelirrojo que, con el tiempo, estaba destinado a convertirse en Belfast la había acompañado a lo largo de todo el trayecto, compartiendo sus descubrimientos y ayudándola a entender el misterio que eran su linaje y su destino.
       Algunas de esas mujeres habían formado parte de distintas tripulaciones de la misma nave maldita que ella, otras no. Algunas habían conseguido despertar el poder en su interior, otras no. Ella misma se encontraba en ese grupo. Podía sentirlo latiendo por todo su cuerpo, casi podía acariciarlo con su mente y con su sangre, pero siempre se le escapaba. Un fogonazo de luz, una palabra borrosa grabada en la piedra y luego nada.

Krieg sabía que estaba metido en un buen lío. Los últimos meses, o minutos, si había que ser estrictamente fiel al tiempo que debería haber pasado en el mundo físico, había llegado a aprender muchas cosas de esa chica. No solo sobre su linaje y destino, que al fin y al cabo era el objetivo del viaje, sino también sobre otras cosas, como a descubrir la más leve de las sonrisas en su rostro cuando veía algo que le recordaba a su hogar, o el modo en que su pelo liso jugueteaba con la brisa pasajera.
       Estaba empezando a pensar en ella de un modo que no era, ni de lejos, el más conveniente o inteligente. Ella era el Aurus humano y él solo un aprendiz de hechicero que parecía haber pasado miles de años en el limbo antes de ser devuelto al barco en el que nunca debió haber subido, para empezar. Y eso sin contar que era una ninja entrenada y que, seguramente, podría decapitarlo de mil maneras distintas si hacía o decía algo que no le gustara.
       Aunque, pensándolo bien, eso tampoco importaba mucho, teniendo en cuenta que todos acabarían muertos si hacían lo que estaban decididos a hacer.

– Está pasando otra vez –susurró Misaki.
       Efectivamente, el paisaje comenzaba a desdibujarse. Habían presenciado la lucha a muerte entre dos de las hijas de Van. Ambas habían reunido ejércitos en sus respectivas realidades y los habían lanzado uno contra otro. Una quería el poder, la otra eliminar posibles amenazas. Ambas murieron y la herencia de sangre fluyó hacia otra parte.
       El paisaje se redibujó en un espacio cerrado de madera muy familiar para ambos.
– Estamos en el Destino –comenzó Misaki–, ¿hemos vuelto?
– No –contestó Krieg lacónico–. Nos queda un momento más por visitar. Uno que esperaba no tener que ver jamás.
       Unas voces resonaban cerca, y Misaki se encaminó hacia ellas. Entraron en una sala grande, mucho más grande de lo que solía ser, para encontrarse en el interior de un barco que, como de costumbre, no era un barco cualquiera. Al fondo había una extraña máquina dorada adosada a una pared, y delante de ella cuatro hombres en pie. Solamente reconoció a uno en persona, el asesino de su padre, Kaleb Tellerman, al que ella misma había matado. Los otros, sin embargo, también le eran familiares, había visto sus caras en los diarios del Destino.
       En el suelo había una mujer agonizando con una daga clavada en el vientre. Era Van, podía sentirlo en la carne. Tellerman empapó sus manos en la sangre de ella y manipuló el aparato hasta que un fogonazo se los llevó a los cuatro. La mayoría de Aurus parecieron volatilizarse o transportarse a otra parte también. Van se quedó allí, expirando su último aliento.
       Krieg se acercó lentamente al cuerpo casi sin vida, sus ojos empañados en lágrimas. Le había confesado que esa mujer había sido una segunda madre para él y, sin duda, mucho mejor que la primera, pero hasta ahora no había visto hasta qué punto le importaba. Costaba recordar que no se trataba del mismo Belfast que había conocido, y aun así un extraño sentimiento de ternura se apoderó de ella cuando lo observó agacharse junto a ella y susurrar su nombre.
– ¿Krieg? –dijo ella abriendo los ojos– ¿Eres tú de verdad?
– Puedes… puedes verme…
– Claro que sí. Aunque sé que no estás aquí. No del todo –tosió y gotas de sangre salpicaron la cara del chico–. ¿Significa esto que la has encontrado?
       Krieg asintió con una sonrisa triste y sincera. Misaki se acercó a los dos lentamente. Van la observó y también sonrió, pero con dolor y esfuerzo.
– Asari. El señor del clan del gato siempre fue mi favorito. Me alegro de que seas tú.
       Misaki abrió la boca pero se detuvo. Tenía tanto que preguntarle. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo? ¿Por qué podía sentir el poder pero no llegar a él? En lugar de eso sólo preguntó una cosa.
– ¿Dónde?
       Van hizo un movimiento parecido a encogerse de hombros, lo que en su estado era un mérito considerable.
– No me han dejado ver el nombre, pero es un lugar en el que van a obtener un poder más allá de toda medida. Todo… todo el daño que hemos hecho a la realidad no será nada en comparación al que podrán hacer con ese poder. Tienes… –alargó la mano y le acarició la cara, dejándole marcas de sangre en la mejilla– tienes que detenerlos. Por favor… El lugar al que han ido. Tú lo conoces. Está en tu interior, junto con el poder para acabar con ellos. Solo… solo tienes que dejarlo fluir a través de ti…
       Van estalló en toses y un chorro de sangre salió de su boca, marcando el punto final de su vida. Krieg le cerró los ojos y le susurró una oración al oído, o tal vez fuera una promesa. Después, ambos se levantaron.
– ¿Estás lista? –preguntó el chico.
       Misaki asintió. La sala a su alrededor se difuminó y volvieron a sus cuerpos justo cuando Tynan entró en la habitación lanzando exabruptos. Algo había pasado y tenían que llevar el barco a otra realidad. Lo harían, pensó. Estaba preparada y sabía exactamente dónde llevarlo.

Cuando el motor cobró vida, se abrieron paneles, se iluminaron signos, emergieron palancas y se recolocaron mandos. Finalmente, unas letras luminosas se destacaron contra el fondo verde oscuro de la pantalla principal.
       Bienvenidos, Amos del Destino.
       Servimos y obedecemos.
       ¿Dónde? ¿Cuándo?
       La Sombra puso las manos sobre un teclado con toda naturalidad, especialmente para alguien que provenía de un mundo donde no se había inventado todavía ningún aparato similar. Tecleó una sola palabra:
       Cibola.
       Willibald comenzó a murmurar algo sobre una ciudad de oro, pero le interrumpió el mismo fogonazo que habían visto en su visión de miles de años atrás, cuando los Amos del destino hicieron el mismo viaje por primera vez.

Cuando los ojos de Krieg se acostumbraron a la nueva luz vio que ya no estaban en el barco, sino en campo abierto, con una ciudad como nunca había visto alzándose ante ellos.
– Así que aquí es – exclamó el pelirrojo tuerto–. Después de tanto tiempo…
– ¿Belfast? –la voz de la mujer guerrera, Zabbai Zainib, estaba llena de sorpresa, pero no tanto como Krieg al descubrir que alguien más que él podía percibirlo.
       Él también parecía desconcertado.
– ¿Puedes verme? ¿Todos?
       Los demás asintieron, mirándolos alternativamente a él y a Krieg.
       El pelirrojo soltó una carcajada y sacó un cigarrillo de un paquete.
– Bueno –dijo mientras lo encendía– parece que esto va a ser mucho más emocionante de lo que me había resignado a pensar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario