viernes, 24 de diciembre de 2010

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 13

CAPÍTULO 13 - La Biblioteca del Destino
por Gerard P. Cortés


- ¡Dámela! ¡Devuélveme la llave o te juro por todos los dioses del cielo que abriré un agujero en tu maldita cabeza!

      La irrupción de Willibald en el comedor había cogido a todos por sorpresa, en especial a Belfast, que se encontraba ahora tumbado sobre la mesa, rodeado de platos rotos y con un rifle de caza apuntando a su cara.
- ¿De qué demonios me estás hablando? -respondió éste, agitado, aunque no lo suficiente, teniendo en cuenta la situación.
     El resto de tripulantes del Destino no querían o no acertaban a intervenir. La Sombra y Zabbai Zainib se limitaban a observar desde sus asientos, con una mano acariciando sus respectivas espadas por si la situación requería su uso. El hombre máquina también observaba, pero con más interés que otra cosa. Para él, ése podía ser perfectamente el comportamiento humano habitual a la hora del desayuno. Tan ajeno era para él todo lo que rodeaba a esos "seres de carne" con los que compartía espacio y tiempo. Éste no era el único que parecía disfrutar del espectáculo, aunque por razones muy distintas, Cecil Deathlone revelaba una media sonrisa, como apreciando la oportunidad de poder medir un poco más las capacidades y debilidades de sus compañeros. Tampoco dejaría pasar la oportunidad de poder hacerle una autopsia completa a Belfast, si los sucesos se le brindaban. Estaba seguro de que un estudio más detallado de éste sería, cuanto menos, revelador.
     El único en tratar de intervenir fue John Shaft, representante local de las fuerzas del orden, afectado de pronto por un serio caso de deformación profesional. Intentó separar a Willibald de Belfast, pero sólo consiguió un golpe en la cara, cortesía de la culata del rifle del primero.
- ¿Sabes lo que es esto? Es un rifle diseñado especialmente para cazar minotauros. ¿Sabes lo que le haría a tu cara a esta distancia?
- Más o menos -respondió Belfast con media sonrisa en el labio ensangrentado- lo mismo que la Magnum 45 de Jhon Shaft a la tuya disparada a quemarropa.
     Willibald sólo se giró un instante para ver al policía, todavía en el suelo, mirando desorientado su cartuchera vacía. No tuvo siquiera tiempo a volverse antes de escuchar el amartillar de la pistola a menos de un centímetro de su cabeza.
- ¿Qué va a ser? -dijo la voz del irlandés mientras acariciaba el gatillo-. ¿Bajamos las armas y me cuentas qué te pasa? ¿O nos disparamos los dos y vemos quién se desangra más rápido?
     Willibald apartó su rifle lentamente y lo colocó sobre la mesa, con las manos en alto. Belfast se incorporó, sin dejar de apuntar al cazador de leyendas. Por un instante pareció como si se pensase en serio pegarle un tiro, pero descargó el arma y se la lanzó a su propietario, que todavía no adivinaba cómo se la habían robado de la funda.
- ¿Y bien? -preguntó, mientras se encendía un cigarrillo-. ¿Por qué no empiezas desde el principio?

Por mucho que le preguntó, la sirena no tenía mucha más información sobre esa llave que sobre el resto de la quincalla que había en su guarida. Además, tampoco es que estuviera muy dispuesta a colaborar con el hombre que la condenó a una vida de cautiverio y exhibición. La llave estaba en el fondo del mar, la sirena la encontró allí después de una de las tormentas más terribles que vio jamás azotar la superficie. Más información daba, eso sí,lo que encontró junto a ella: un cadáver que se aferraba a la llave como si protegerla fuera más importante que nadar para salvar su vida. Un cadáver que no era como el de ningún hombre que se hubiera ahogado antes en el mar. Casi parecía de otro mundo.
     Pasaron años hasta que pudo descubrir algo sobre la sala que abría la llave que él poseía. Años pasados entre libros, investigando cualquier referencia en papel sobre el barco maldito y los tesoros que éste contenía, años de viajar, de escuchar historias vagas, leyendas de viejas contadas por lobos de mar a la luz de la hoguera en las playas de Northumbría.
     Fueron más rumores a media voz que una pista seria, avalados, eso sí, por el instinto de toda una vida cazando cosas que el mundo no creía que existieran, los que le llevaron a una pequeña aldea en el norte helado. Ahí había un hombre, se decía, que tenía más de quinientos años. Una edad que le había otorgado su estancia en una embarcación maldita que no quería dejarle morir hasta que hubiera terminado con él.

- Fue miembro de la última tripulación del Destino. Al menos creo que fue la última hasta que llegamos nosotros -terminó de explicar Willibald-. Él me contó lo que hay en la Biblioteca del destino.
- ¿Y qué es lo que hay? -preguntó Deathlone francamente intrigado, casi agitado, como si su vida pudiera depender de la respuesta.
- Todo.
- ¿Todo? -intervino Shaft-. ¿Qué quieres decir con "todo"?
- Eso mismo: Todo. El anciano estaba muriendo, y apenas pudo contarme nada, pero lo que sí me dijo es que la Biblioteca del Destino contiene todos los conocimientos de todas las tierras por las que navega. Quizá ese sea el objetivo principal del barco, o quizá no, no lo sé. Me dijo que hay más información en sus estanterías de la que podrías leer en tres vidas, y que en ella se responde cualquier pregunta. Todo.
     Hubo un instante de silencio que Deathlone rompió al hablar.
- ¿A qué esperamos, pues? Vamos a buscarla.
- ¿Para qué? -dijo Willibald abatido-. La llave ha desaparecido. Aunque la encontremos, no podremos abrirla.
- No estés tan seguro -siguió el médico-. Últimamente he llegado a la conclusión de que este barco te da lo que necesitas en cada momento. Tenías una llave, pero no podías encontrar la cerradura en la que encajaba. Bueno, pues ahora tienes un mapa para buscarla, quizá una vez la encuentres, la llave vuelva a ti.

El plan era lo suficientemente lógico, por lo menos bajo las reglas de ese lugar, como para ponerse a ello. Siguieron el mapa a través de pasadizos, salas y tramos de escaleras que nunca hubieran sospechado que una embarcación de ese tamaño pudiera contener. El mapa mostraba claramente la ubicación de la biblioteca, pero el camino hacia ella cambiaba sobre el papel y en la realidad.
     Finalmente la encontraron. Una puerta enorme de madera noble coronada por una inscripción grabada en oro macizo: Biblioteca del Destino.
     En la cerradura había una llave. La llave de Willibald.
     Éste se apresuró a girarla antes de que desapareciera otra vez, y ante ellos se alzó una sala inmensa repleta de estanterías cargadas de libros de todo tipo. Aunque la iluminación era buena, con velas y lámparas de aceite repartidas por toda su extensión, ninguno alcanzaba a ver el final.
- Seguramente no lo haya -sentenció Belfast.
- ¡Mirad esto! -gritó la Sombra que, sin que nadie lo percibiera, había trepado a una de las primeras estanterías-. Estos libros están marcados por fechas.
     Abrió uno de ellos al azar.
- Son los diarios de a bordo. Toda esta zona está llena.
- No puede ser. Hay cientos. Quizá miles -exclamó el hombre máquina.
- Eso -dijo Belfast mientras hojeaba otro de los diarios- debe ser porque esta nave lleva cientos, quizá miles de años en activo.
     A medida que las fechas se iban alejando en el tiempo, los libros eran más antiguos y polvorientos, aunque estaban bastante bien conservados. Al llegar al principio, un hueco ocupaba el lugar del primero de los diarios.
- ¿Por qué? -preguntó Zabbai, que hasta ahora había permanecido en
silencio-. Si uno de estos diarios contiene información útil sobre el origen de este barco, tiene que ser este.
- Quizá por eso -observó Shaft-. No querrán ponernos las cosas demasiado fáciles. Un momento…
     El policía pasó los dedos por la estantería frente a los otros libros y los sacó cubiertos de polvo. Luego los pasó ante el hueco dejado por el primer diario. No había polvo.
- El robo ha sido reciente. Quizá poco antes de que llegáramos. Quizá…
     Shaft miró al resto de sus compañeros con el ceño fruncido. No podía haber sido uno de ellos. Ninguno conocía la ubicación de la biblioteca. Ni siquiera su existencia, hasta que Willibald la reveló. O quizá…
     Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el propio Willibald, parado ante un atrio que contenía un gran libro abierto.
- Creo que he encontrado el nuestro.
- ¿Qué?
- Nuestro diario de a bordo.
- ¿Cómo sabes que es el nuestro?
- Mira -señaló-, este eres tú. Cecil Deathlone, antiguo miembro de Rama de Vida.
     El médico miró con incredulidad la página que contenía su nombre y su retrato.
- Hay una página para cada uno de nosotros, mirad.
     Willibald hojeó las páginas hasta llegar a una en blanco.
- Siete en total, hasta aquí.
- ¿Sólo eso? -comenzó a preguntar la Sombra-. ¿Qué significa…?
     La interrumpió una línea de tinta que empezó a recorrer la página sin que pluma alguna la guiara. Ante ellos aparecieron unas coordenadas y después el retrato de alguien a quien ninguno había visto con anterioridad.
     Debajo comenzó a dibujarse una frase: "Debe morir".

1 comentario:

  1. Feliz Navidad y próspero año nuevo, repleto de viajes, aventuras y algún que otro barco maldito condenado a vagar entre aguas y mundos...

    Y a ver si los Reyes nos traen algún que otro comentario, que vemos el contador, así que sabemos que estáis ahí, sólo que sois un poco tímidos...

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