viernes, 7 de enero de 2011

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 15

CAPÍTULO 15 - Hungría: 1604
por L. G. Morgan

“Debe morir, más su cuerpo será conservado para albergar un ente que, atendiendo a nuestras órdenes, repare el equilibrio”

     Esto es lo que vieron a los pocos segundos de llamar Zabbai Zainib su atención sobre la escritura del pergamino.
- Maldita sea –masculló Willibald con creciente irritación-, ¿es que no se puede hablar claro ni una sola vez, ni siquiera para dar órdenes comprensibles que podamos cumplir?
- Otros mundos, otras leyes –sentenció Zabbai sin inmutarse-. En el mundo de las Sombras no rigen ni nuestro lenguaje ni nuestras maneras. Pero habrá que confiar en que nos será revelado lo necesario en su momento, y que es posible realizar lo que nos piden, porque es así ¿no es cierto? ¿Tu qué opinas, Sanador?
     Se había dirigido a Cecil, a quien se quedó mirando de hito en hito en espera de respuesta.
- ¿Por qué me preguntas a mi, mujer? ¿y por qué me llamas Sanador, diciéndolo de ese modo?
- Tienes la marca del otro lado –contestó la mujer, señalando una especie de cicatriz de forma ovalada, que tenía el hombre en el talón de la mano izquierda-. La vida y la muerte son dos filos de la misma espada... y me juego el cuello a que tu tienes tratos con ambas.
- Podría decirse así –escupió Cecil a regañadientes, asombrado de ver tan al descubierto su condición, cuando estaba seguro de que solo él conocía esa faceta de su propia vida, y preguntándose si la aparición de su equipo médico sería también de dominio público. En ese barco del infierno nada estaba a salvo-. En cuanto a lo que preguntas... sí, supongo que podría hacerse, al menos la parte de conservar un cuerpo y alojar “algo” en él.
- Bravo entonces –exclamó la mujer, acompañando sus palabras con un burlón aplauso-, pero ¿a qué tanta molestia? ¿Por qué no matarla sin más? Sería mucho más sencillo.
- Si me permitís una hipótesis... –intervino Belfast, sin dejar de pasear por el camarote-, ya os dije que no creo en los buenos sentimientos de los “amos” –y señaló cómicamente al techo del camarote, pretendiendo indicar alguien por encima de ellos-. Así que estoy seguro de que no vamos a ir a la terrible Hungría de 1604 para salvar unas cuantas vírgenes. Sin duda el objetivo es más bien salvar otro tipo de equilibrio, yo diría que económico. O en otras palabras, el equilibrio de fuerzas y de poder. Si evitamos que la condesa alcance el “estrellato” como asesina y se meta en líos de política; si, ya para rizar el rizo, hacemos que reclute su propio ejército, por ejemplo; sus inmensos bienes no irán a parar al querido Matías II, como sucedió, sino que serán de sus hijos en el momento oportuno y la familia Báthory seguirá dando guerra unas generaciones más.
     Shaft había seguido con interés el razonamiento del irlandés, tan seguro como él de que las motivaciones de los poderosos rara vez se ocupan de la gente normal y corriente.
- Si es como dices, habrá que cargársela sin levantar sospechas. Vamos, que nadie debe saber que ese cuerpo no es tal como era antes. Y eso es difícil, ¿cómo llegar a una condesa, en un remoto castillo de Transilvania, matarla, “repararla”, por decirlo de algún modo, y largarse sin que nadie se entere de nada?
     La Sombra, con su pálido rostro tan enigmático como cuando solía llevar puesta la máscara, tenía la solución a aquellas cuestiones.
- Ella siempre necesita mujeres, ¿no es así? Sea o no sea cierto lo de los cientos de asesinatos, la magia negra y los baños de sangre, parece claro que tenía tendencias sexuales algo... equívocas, y que le gustaba ejercer la violencia sobre mujeres indefensas que acrecentaban su sensación de poder. Hay seres así, hombres y mujeres, sobre todo entre monarcas y aristócratas, da igual la nación de la que hablemos. Así pues, el cebo seremos Zabbai y yo, si estás de acuerdo, claro –interrogó a esta con la mirada y al recibir su asentimiento, continuó-: alguno de vosotros deberá hacerse pasar por nuestro amo, que nos venderá a la condesa por una buena cantidad. Una vez dentro del castillo tendremos que arreglárnoslas para facilitaros la entrada a los demás.
- Mmmm, no sé –Shaft, pensativo, se acariciaba la recién afeitada barbilla-, no podréis llevar armas, levantaríais sospechas, así que estaréis indefensas. ¿Y si os atacan nada más entrar?
     La Sombra sonrió de forma cruel.
- Puedo arreglármelas sin armas, créeme.
- Estaremos preparadas. A mi no me va a atrapar ninguna arpía de palacio –corroboró Zabbai.
- Muy bien, como queráis –asintió el policía-. Yo no haría muy bien el papel de amo, me temo, ¿os imagináis un negro en la Europa del XVII?
- Yo puedo ir con ellas –se adelantó el hombre-máquina-. Creo ser capaz de reproducir el idioma y las costumbres de ese país y esa época.
- Necesitaremos al médico antes de matarla –le señaló Misaki, dándole abiertamente ese apelativo- para conservar el cuerpo. Ahora, con qué haya que “rellenarlo”, no tengo idea.
- Nadie la tiene, me temo –asintió Willibald-, solo podemos confiar en que se nos den nuevas pistas. Me parece que mi puesto está en la biblioteca, estaré investigando hasta que desembarquéis y espero poder proporcionaros lo necesario cuando llegue el momento. Creo que el barco elegirá como de costumbre el rumbo y la parada prevista. Pero no acierto a imaginar dónde pueda dejaros.
- Sea donde sea –dijo John Shaft- creo que lo mejor será ir todos juntos hasta algún lugar a cubierto próximo al castillo de comosellame. Luego las mujeres y Böortryp tratarán de ser admitidos en el castillo y Belfast, Deathlone y yo nos quedamos aguardando la señal. Entonces, preferiblemente de noche, entramos y completamos el plan. Tú, Cecil, nos tendrás que explicar a todos cómo hay que actuar.
- Muy bien, señores –aceptó Belfast arrellanándose cómodamente en el sillón que ocupaba, al tiempo que encendía otro cigarrillo y hacía en voz alta el resumen de la situación-: tenemos cuatro días para cumplir el mandato de los amos. Cuatro jornadas para llegar a Hungría, cargarnos a la zorra de la condesa, pero sin matarla del todo; dejarla bien rellena como un pavo en Navidad, y largarnos con viento fresco para que el querido Willibald, que se habrá perdido toda la diversión, nos recoja y nos devuelva al dulce hogar.


Una curiosa vibración en el aire indicó un cambio en el curso de la goleta. La misma calma densa y aplastante que les sobrecogiera cuando viajaron al pasado, o cuando parecieron cambiar de dimensión. La misma sensación de tener que enfrentarse cara a cara a los propios demonios. Y el peso de las cargas que cada uno arrastraba.
     El mismo dolor, en suma, insoportable y mortífero, de cada viaje y cada avance.

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