viernes, 25 de marzo de 2011

VIAJE INFINITO A BORDO DEL "DESTINO" - 26

CAPÍTULO 26 - Yojimbo
por Gerard P. Cortés

El extraño hombre mecánico y su escuadrón de soldados inhumanos habían irrumpido en el combate con una explosión como nunca había visto. Ninguna magia que ella conociera era capaz de algo así. Desde su posición, alejada de la batalla, Jeminâa había podido ver también la lluvia de fuego y el modo en que aquel-que-no-puede-ser-nombrado y su aliado la habían hecho cesar. En verdad su crueldad no conocía límites, tal como decía su madre.
Ella también estaba en el campo de batalla. Dynn, h’adina de las amazonas, su madre, dirigía a sus mujeres en la batalla más sangrienta que hubiera presenciado mientras ella, impotente, se limitaba a esperar en el campamento. No comprendía por qué no la dejaba participar. Era fuerte y diestra con la espada, y estaba dispuesta a luchar por el honor de sus hermanas. Pero no, su poder para hablar con los hados la hacían demasiado importante para arriesgarse a que sufriera daños, y eso la hacía sentir como una muñeca de porcelana. Tan valiosa que, a la hora de la verdad, resultaba insignificante.
     Jeminâa tampoco era capaz de entender el por qué de esa guerra y de todas las que la habían precedido. Todo por ese Aurus cuyo uso o poder ni siquiera estaba claro. Los hados le habían hablado en alguna ocasión sobre ese objeto, y nada parecía indicar que fuera el arma que su madre estaba segura de que era. Se lo había intentado decir, pero ella nunca la escuchaba.
Un chillido agudo la sacó de su ensimismamiento. No venía de la batalla, sino del mismo campamento. Se volvió justo a tiempo para ver el cadáver de una amazona tocar el suelo. Su sangre empañaba la hoja de un soldado escarlata.
- No sé cómo habéis llegado hasta aquí -dijo con una voz dulce, casi inocente, al tiempo que desenvainaba una espada-, pero no vais a vivir lo suficiente para lamentarlo.
     Cargó con su pequeño cuerpo contra el grupo de soldados y dio muerte a dos de ellos antes de que la bota del tercero la derribara.
- El Señor de las Tierras Rojas ha ordenado tu muerte y la de todos los de tu sangre -la voz del guerrero resonó como si viniera del interior de la tumba al tiempo que su espada se elevaba para dar el golpe de gracia-, y su mandato se cumplirá.
     Sin miedo, Jeminâa esperó su muerte con el honor de una amazona, pero el guerrero se quedó inmóvil un instante y después se desplomó. Sus compañeros alzaron sus armas en guardia, sin saber qué había ocurrido, pero ella alcanzó a ver un objeto clavado en la nuca de su atacante. Algo parecido a una afiladísima estrella de metal, casi tan hermosa como mortal.
     De repente otro de los guerreros comenzó a dar una voz de alarma, sólo para dejarla sin terminar, desplomándose en el suelo con otra de esas estrellas en la frente. Al instante una pequeña figura enfundada en negro saltó en mitad del grupo espada en mano. Poco pudieron hacer los poderosos mandobles de éstos contra los gráciles movimientos y la espada curva de esa especie de sombra, que danzaba entre sus contrincantes encontrando los puntos débiles de sus armaduras y arrancando sangre y vida de todos ellos.
Jeminâa se levantó y recogió su espada al tiempo que el último de los guerreros escarlata caía al suelo. Se encaró con la figura de negro que acababa de salvar su vida sin un motivo aparente.
- ¿Quién eres? ¿Te manda mi madre a protegerme o sólo quieres acabar tú misma con mi vida?
     La Sombra negó con la cabeza.
- Ni una cosa ni la otra. Mi nombre es Asari Misaki y estoy aquí como tu Yojimbo. Tu guardaespaldas.
- No lo entiendo. ¿Quién te manda, pues?
- Tu padre.
- ¿Mi…?
     Un poderoso ruido de pasos interrumpió la conversación e hizo mirar a las dos en la misma dirección, hacia G’lahyat y un puñado de sus mercenarios.
- Veo que has encontrado ayuda, princesa de las amazonas -bramó el Señor de las Tierras Rojas del oeste-, pero no te va a servir de nada. Es hora de enfrentar tu muerte con honor.
- ¡El único que va a encontrar hoy la muerte eres tú G’lahyat! -gritó la voz de Dynn, que se acercaba con un grupo de guerreras.
     Jeminâa la miró con una mezcla de orgullo y vergüenza. Una vez más su madre había abandonado la batalla para rescatar a su indefensa hija.
- Entonces moriréis las dos ahora -dijo G’lahyat- y sólo me quedará un miembro de la familia del que ocuparme.
- ¿Qué? ¿Qué miembro de la familia? Madre, ¿de qué habla?
- No te preocupes de eso ahora. Ponte a salvo y deja que yo me ocupe de este miserable.
     Con estas palabras se lanzó a la batalla, seguida de sus hermanas guerreras, y también lo hicieron sus enemigos. Misaki la agarró del brazo.
- Tenemos que irnos. Debo ponerte a salvo.
- ¡No! ¡no voy a ir a ninguna parte contigo! Voy a quedarme y pelear.
- Le prometí a tu padre que cuidaría de ti -replicó la Sombra-.
- Pues entonces tendrás que quedarte y luchar a mi lado.
     La princesa se unió a la refriega y, con ella, Asari Misaki, convertida en guardaespaldas por una deuda de honor que no había sido capaz de saldar. Si Belfast decía la verdad, quizá pudiera pagarla de una vez por todas, y si no, entonces ninguna magia sería capaz de salvarlo a él.
     Cuando el polvo se posó y la sangre terminó de impregnar la arena, sólo ellas dos seguían en pie, además de Dynn y G’lahyat, dos generales sin ejército envueltos en un duelo a muerte, ambos heridos, ambos enloquecidos por el odio.
     Se lanzaron el uno contra el otro y el acero resonó en todo el valle. La fuerza de él contra la ferocidad de ella. El duelo no iba a poder decidirse espada contra espada. Estaban demasiado igualados, hasta que una bola de fuego brotó de la mano del Señor de la Tierras Rojas y explotó contra la reina de las amazonas, lanzándola varios metros atrás.
- ¡¡Madre!!
     Jeminâa corrió hacia el cuerpo inmóvil de su madre. Las heridas eran mortales, demasiado incluso para su poder.
- Odio… odio la magia -dijo antes de morir.
     La niña recogió la espada de su madre y se levantó de su lado.
- Tú… vas a morir por lo que has hecho.
- No tienes nada que hacer contra mí -dijo G’lahyat con esfuerzo. Estaba visiblemente herido y apenas se tenía en pie.
     Misaki se preparó para atacar, consciente de que no podría detener a Jeminâa aunque quisiera. De todos modos, ni siquiera pensaba en intentarlo. Ahora era ella quién tenía una deuda de honor que saldar, y no se lo impediría.
     Las dos se lanzaron contra él, sangraron e hicieron sangrar. Misaki fue capaz de deslizarse bajo él y hacerle un corte en los tobillos que lo puso de rodillas.
- No… no podéis...
- Esto es por mi madre -dijo Jeminâa lanzando la espada a su cuello. La cabeza del depuesto Señor de las Tierras Rojas rodó hasta los pies de la Sombra.
- Recoge esa cabeza, por favor, Misaki.
     Lo hizo.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora -suspiró Jeminâa- vamos a poner fin a esta absurda guerra. llévame ante mi padre.

1 comentario:

  1. Ya está aquí el capítulo 26 (y el primero que colgamos simultáneamente en Facebook, además de en el Blog).
    Sentíos libres de comentarlo (aquí o allí) y compartirlo con vuestros amigos...
    Y el viernes que viene: ¡termina la guerra! ¡Del todo! ¡Lo prometemos! Eso sí, ya veremos si eso significa que hay paz...

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