CAPÍTULO 28 - Fantasmas
por Alex Godmir
Belfast tenía razón, por mucho que detestara darle la razón a aquel personaje. A pesar de que ya habían compartido un tiempo juntos, seguía sin abandonarle la sensación de que se conocían de antes. Si bien el otro tampoco se había mostrado demasiado dispuesto a confirmarlo.
─ Quizás nos vimos en otra vida ─le había dicho─. Pero en esta es la primera vez que nos encontramos.
Y cerró el comentario con una de esas enigmáticas sonrisas que tanto disfrutaba mostrando a sus compañeros de viaje.
Era completamente cierto, como había dicho Belfast, que el pasado es una losa para todos. Y quizás para poder avanzar lo mejor era pasar página. Aunque él no creía estar preparado para hacerlo. Algunas cosas estaban aún en suspenso.
En las últimas paradas del Destino habían conocido diversos seres y vivido algunas aventuras que le habían hecho olvidar por unos días su vida anterior. Si bien no contemplaba como algo lícito dejarlo todo atrás. Aún era Cecil Deathlone, médico de Rama de Vida.
Miró la vaina vacía que había dejado sobre la mesa, que siempre llevaba encima al abandonar su camarote. Willibald le había preguntado en diversas ocasiones sobre ella y él se había mostrado esquivo. Una vez más Belfast había dado en el clavo, como si le leyera la mente.
─ La lleva encima por si alguna vez encontramos la espada que iba dentro. La esperanza es lo penúltimo que se pierde, ¿verdad, Cecil?
─ Querrás decir lo último ─había corregido Shaft.
─ No ─negó el otro─. Lo último que siempre perderás es la vida. Después de eso el resto te importará bien poco.
Se tumbó en su cama, tras otro día de los que se podían considerar tranquilos. El Destino estaba en alta mar, no había aparecido alma alguna al margen de los pasajeros y todos parecían calmados y hundidos en sus pensamientos. Salvando Willibald, que siempre estaba en aquella extraña biblioteca, los demás deambulaban por la nave sin nada urgente que hacer.
Böortryp se había dedicado durante todo el día a trazar un completo mapa de la nave, de todos los lugares que conocían. Si bien él mismo había reconocido la escasa fiabilidad de aquello, pues sabía que el Destino podía modificar su estructura a voluntad y a menudo se encontraban con salas o escaleras que el día anterior no estaban allí. El único mapa fiable era el que Willibald llevaba consigo, el cual según había constatado el hombre máquina cambiaba a voluntad sin previo aviso, como si albergara vida propia.
Decidió mirar al techo de su habitación, intentando contar los tablones de madera que era capaz de ver. Cada día su visión daba un paso atrás, disminuyendo sus capacidades. Había intentado calcular cuánto tiempo tardaría en perder completamente la vista, pero resultaba imposible. Entre las diferentes drogas y conjuros que utilizaba para retrasar el veneno, en ocasiones encontraba remedios puntuales, que sólo funcionaban una vez. Además estaba aquella sensación, que aunque en principio había achacado a una percepción subjetiva, con el tiempo cobraba más sentido. Cuando el Destino se acercaba a tierra firme y se veían envueltos en algún tipo de misión, como las calificaba Willibald, su visión parecía mejorar. Aunque aquello no tenía la menor explicación lógica.
─ Pues búscasela ─dijo una voz que le resultó familiar ─. Es lo que mejor sabes hacer.
Cecil se incorporó de inmediato, sorprendido por la súbita compañía. Estaba convencido de que había cerrado la puerta al entrar.
Miró a todos lados sin captar más allí de sombrar difusas. Ningún movimiento o presencia física.
─ ¿Quién hay aquí? ─preguntó mientras tanteaba con la mano el borde de la cama, en dirección a la mesilla.
─ Sabes quién soy ─dijo la voz mientras se reía─. Pensaba que después de haberme matado me reconocerías más fácilmente.
Intentó concentrar sus otros sentidos para captar el origen de la voz y entonces comprendió de dónde provenía; de su propia mente.
─ Al fin este condenado barco me ha hecho perder la cabeza ─dijo y se recostó de nuevo─. Siempre había creído que tener alucinaciones resultaría más impactante.
Unas carcajadas exageradamente estridentes retumbaron en sus oídos, si bien sabía que en realidad no las estaba oyendo.
─ ¿Sabes por qué me has llamado, verdad?
Cecil pensó por un instante en la voz, en cómo la recordaba. Y no era con aquel tono ni seguridad.
─ Ni idea ─dijo─. Sorpréndeme.
─ Tienes dudas sobre si pasar página ─continuó la voz─, dejar atrás definitivamente tu vida como médico de Rama de Vida. Sabes que jamás podrás volver y que aquel no era tu lugar. Nunca lo fue.
Esta vez fue Cecil el que se echó a reír.
─ Y supongo que tú sabes cuál es mi lugar ─hizo una pausa─… padre.
─ Nunca me llamaste así ─habló la voz con tono átono, sin demostrar emoción alguna─, ni siquiera cuando estábamos solos en aquel laboratorio. Simplemente me oías desvariar, hablar de mi familia, de mis hijos, de todo lo que había perdido.
─ No resultaba relevante para la investigación. Tú eras un simple sujeto del experimento y había que estudiar tus síntomas; físicos y mentales.
─ Ya, y por eso me mataste antes de finalizar el experimento. Y lo que es más importante, escuchaste mis últimas palabras.
─ ¡Soy médico! ─gritó Cecil─ Aunque los pacientes no sean mi prioridad debo escucharlos, por si revelan algún dato de interés. Y respecto a matarte antes de lo previsto fue, como dije en mi juicio, para acelerar el proceso.
─ Exacto ─rió la voz─. Lo que los demás no sabían era el verdadero motivo de esa súbita prisa. La siguiente fase era la experimentación con seres con aptitudes mágicas y un perfil adecuado. Es decir, buscar personas de nuestro mundo de origen y que además fueran diestros en hechicería. Y tú ya tenías en mente el tipo de sujeto que buscabas.
─ Lógicamente ─reconoció─, como todo buen investigador. Era necesario para el proyecto.
Una vez más las carcajadas inundaron su cerebro.
─ ¡No te mientas a ti mismo! ─explotó el otro─ ¡Sabes que ibas a buscar a tu propia hermana, Cecil!
Al oír aquellas palabras un pinchazo en el estómago le hizo retorcerse en la cama. Cuando se recuperó del dolor intentó serenarse y pensar fríamente. Si su mente estaba provocándole alucinaciones, ¿por qué eran tan dolorosamente sinceras?
─ Eso es el pasado ─dijo al fin─. Ahora nada de eso importa. Ya no soy médico de Rama de Vida, ni dirijo experimentos. Sólo soy un pasajero en un extraño barco que nadie sabe a dónde se dirige.
Esperó unos instantes, aguardando algún tipo de contestación por parte de su alucinación. Aunque la única respuesta que obtuvo fue el silencio apenas roto por los crujidos habituales de la madera y el entrechocar de las olas contra el casco del Destino.
Se incorporó y se acercó a tientas hacía la mesa, donde se encontraba la vaina vacía. La cogió y se acercó hacia un pequeño ojo de buey en la pared. Lo abrió con cuidado y, sin pensárselo dos veces, la tiró al mar.
Al hacerlo se sintió más tranquilo, casi relajado.
Volvió a tumbarse en la cama y se dejó vencer por el sueño.
Sólo entonces la voz volvió a escucharse, si bien Cecil no la podía oír.
─ Has cerrado parte del pasado ─dijo─. Pero no por completo, hijo mío.
Un breve crepitar sobre la mesa fue lo único extraño que se pudo escuchar. Tras esto, sobre la vieja madera reposaba un objeto, que antes allí no se encontraba. Era una vaina de espada, idéntica a la que Cecil había tirado al mar. La diferencia con aquella pasaba por un pequeño detalle, que no estaba vacía. Albergaba una espada.
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