por Alex Godmir
─ ¡Papá! ─gritó la voz de Jadama─ ¡Se han llevado a Cecil! ¡Unos hombres vinieron y se lo llevaron!
La niña gritaba y sollozaba al tiempo que estiraba la mano de su padre, reclamando su atención. El hombre miró a su hija con lágrimas en los ojos, comprendiendo la realidad de aquello.
─ Lo sé ─dijo─, cariño. Pero no podemos hacer nada. Él ha decidido ir con ellos.
─ ¿Por qué? ─preguntó ella, con los ojos ya enrojecidos.
Su padre le puso la mano en la cabeza y la miró, valorando qué iba a decirle. La verdad era una opción, posiblemente ella no la comprendería. Engañarla sería una solución provisional, si bien lo terminaría averiguando.
─ Se ha ido para que no te llevaran a ti.
Deathlone observó la escena como si de imágenes y recuerdos propios se trataran, aunque sabía bien que no eran suyos. Pues él en ese mismo instante estaba siendo arrastrado a un barco que lo conduciría a su nuevo hogar: los centros de entrenamiento de Rama de Vida.
El tiempo se aceleró y todo se tornó borroso. Aún así él podía captar todo lo que ocurría, como si transcurriera a cámara lenta.
Así vio crecer a su hermana, sola y afligida por la marcha de su hermano mayor. Asistió con dolor a la muerte de su madre tras la agonía de una larga enfermedad, que él sabía además fácilmente curar con unas sencillas hierbas y conjuros. También asistió, impasible, a la huida de Jadama apenas cruzó el umbral de la adolescencia, dejando a su padre desolado y triste. De aquel hombre, con el que se toparía años después demacrado y débil ante una enfermedad que Rama de Vida le había inoculado, ella no volvió a saber.
La siguiente imagen nítida presentaba a su hermana rozando la veintena, envuelta bajo una túnica blanca, con los signos de la orden de las Numoidas. Aquel grupo pertenecía al culto de Omn, que ejercía el dominio de la magia curativa. Meses y años entrenándose, aprendiendo multitud de conjuros, hechizos y pociones, todas para ayudar a los enfermos y necesitados. ¿Por qué se había unido a ellas? Resultaba evidente, la agonía de su madre.
El tiempo transcurrió de nuevo, pero su hermana pareció no haber cambiado. Deathlone sabía bien que entre la imagen que tenía ante sí y la anterior, distaban más de treinta años. Si bien ella estaba igual, ni una arruga o signo de que la edad hubiera hecho mella en su cuerpo. Lo único que diferenciaba ambas imágenes era la mirada, cargada de odio e ira. El culto de Kali y su sed de sangre. ¿Cómo había cambiado Jadama de las Numoidas a eso? Un breve vistazo al tiempo transcurrido le permitió descubrir un asalto al templo, una matanza. Pero ella había sobrevivido y no sólo eso, prosperado y aprendido. En el periodo de tiempo había tomado contacto y dominado más magia, toda ella cruel y destructiva.
Percibió con claridad el placer que ella sentía al torturar, mutilar y matar. Cómo reía al sacrificar a sus victimas en el nombre de la diosa y en el suyo propio. Aquello entraba en contraste directo con su propia vida. En ese mismo periodo él estaba enfrascado en diversos experimentos, también torturando a los especimenes de sus estudios. Pero él jamás había sentido placer alguno, como tampoco pesar o arrepentimiento. Ahora sí lo sentía, por ella.
El tiempo avanzó de nuevo y excedió su vida. ¿Cómo era posible? Según experimentaba, y tenía la certeza de que lo que veía era verdad, habían transcurrido trescientos años. Y ella continuaba viva, sin haber cambiado. Sus dudas se disiparon al revivir cada minuto, cada segundo, de aquellos siglos. Los conocimientos de las Numoidas fusionados con los sacrificios de Kali le habían permitido alcanzar una relativa inmortalidad, a cambio de multitud de vidas entregadas en concepto de pago. Ella viviría siglos sin que el tiempo la reclamara. ¿Por qué?
El recuerdo exacto se le presentó ante sí. Jadama se encontraba vagando por un extraño mundo tecnológicamente avanzado, que él no era capaz de reconocer. Caminaba por calles repletas de seres desconocidos, la mayoría de ellos cargados de implantes biomecánicos. Aquellos individuos eran ligeramente parecidos a Böortryp, si bien no tan avanzados.
En un callejón oscuro Jadama hablaba con un hombre, cubierto bajo una gruesa gabardina y un sombrero negro.
─ Y dime ─habló ella─. ¿Por qué debo buscarle? ¿Cómo sé que está vivo?
El extraño individuo dejó escapar una carcajada, que a Cecil le resultó muy familiar.
─ Está vivo debido a que se encuentra atrapado en un lugar donde el tiempo no transcurre igual. Y debes buscarle porque él también te está buscando a ti. Está escrito que os encontraréis.
Jadama se giró hacia la salida del callejón, como si temiera ser escuchada por otros.
─ No me has dicho la razón de que me reveles esto ─dijo con seriedad─, ni qué deseas a cambio.
De nuevo una carcajada, que le permitió a Cecil convencerse de quién era aquel hombre.
─ Tan desconfiada y suspicaz como tu hermano ─sonrió Belfast.
Al revelar su rostro se descubrió una enorme cicatriz que cruzaba su ojo izquierdo, que no era de color verde, sino de un tono rojizo. Era mecánico.
─ Tu hermanito y yo hemos compartido unas cuantas aventuras ─continuó─ y seguramente compartiremos algunas más. Pero por circunstancias que no vienen al caso él no podrá verte hasta dentro de unos años ─dejó la frase en suspenso─… unos siglos quizás. No lo sé con certeza. Encontrarás las señales gracias a esto.
Le entregó un medallón azulado con forma de ancla, sujeto por una cadena metálica.
─ Aún no me has dicho por qué ─insistió ella.
─ Digamos que le debo una a tu hermano ─cerró la frase con una sonrisa.
Tras decir eso se marchó del callejón, sin mirar atrás.
La imagen se difuminó de nuevo y se aceleró, años, décadas, siglos. Pero se detuvo una vez más. Jadama se encontraba sola, en una playa de arena azul. Aquello contrastaba con un mar completamente rojo. Estaba oscureciendo y en la distancia se adivinaba una silueta, que se acercaba. Tras unos minutos, ésta se hizo visible. Era un barco.
Cecil no necesitó acelerar el tiempo, pues reconoció la silueta. Era el Destino.
─ Muy bien ─las imágenes cesaron de improviso y volvió a encontrarse en la duodécima dimensión─. Hemos cumplido esta parte del acuerdo. Y ahora tomaremos la contraprestación.
─ Una pregunta ─la expresó con la mente─, mi senda ha sido distinta a la de mis compañeros: Shaft y Willibald. ¿Dónde están?
─ Ya han vuelto al Destino ─obtuvo la respuesta del mismo modo─, hace tiempo de hecho. Cada uno de ellos tuvo la oportunidad de hacer un intercambio, como tú. Aunque sus caminos fueron más directos.
─ ¿Puedo saber qué pidieron ellos o qué han pagado a cambio?
─ Por supuesto, tendrás acceso a esa información gracias a nuestro trato. Pero localizarla y entenderla es asunto tuyo.
─ Comprendo ─se resignó─. Una última pregunta, ¿cuándo en términos de mi tiempo vuelvo al Destino?
─ Para ti será como si no hubiera pasado ni un minuto. Aunque tus compañeros considerarán tu periodo ausente algo más largo ─respondió la presencia de forma enigmática─. Y sí, durante ese tiempo sucederá lo que te estás preguntando… y otras cosas. Ya lo averiguarás.
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