por Alex Godmir
Una vibración estremeció nuevamente todo el Destino. En ese instante dos siluetas cruzaron la puerta que unía el barco con la duodécima dimensión. Eran Willibald y Shaft. En la biblioteca sólo había una persona; Zabbai.
Ella los miró con expresión sorprendida.
─ ¿Qué ha pasado? ─preguntó─ ¿Por qué volvéis tan rápido?
Los otros dos la miraron sin comprender.
─ Pero si yo llevo meses fuera ─dijo Willibald─… diría que más de un año.
Shaft lo miró con expresión sorprendida.
─ No puede ser ─negó─. Yo acabo de cruzar ahora mismo, siguiéndote. Tal y como me dijo Böortryp.
La mujer se levantó de la silla donde estaba y se alejó de ellos, en dirección a la puerta. Aunque su manera de andar parecía natural, estaba alerta, con su mano relativamente cerca de una daga que llevaba oculta.
─ Voy a avisar a los otros ─habló mientras no perdía detalle de los dos hombres─, Misaki y el hombre máquina están haciendo unas curas de emergencia a Belfast. No os mováis de aquí… ni se os ocurra.
Tras decirlo salió, cerrando la puerta tras de sí.
Shaft miró a Willibald, con una evidente nota interrogativa en su rostro.
─No recuerdas nada, ¿verdad? ─preguntó el señor de Suth Seaxa.
El otro negó con la cabeza.
─Por lo que deduzco el camino ha sido distinto para cada uno de nosotros.
─Yo no he tenido tiempo de caminar ─insistió el policía─. Entré por ese jodido portal y acto seguido me encuentro otra vez aquí.
Al cabo de unos minutos volvieron a la biblioteca el resto de pasajeros. Belfast llevaba una abultada venda cubriéndole la mitad izquierda del rostro. Las dos mujeres se colocaron a ambos lados de los que habían cruzado el portal, en actitud ofensiva.
─ ¿Cómo podemos estar seguros de que sois realmente Shaft y Willibald? ─preguntó Zabbai─ Por lo que sabemos podríais ser otras cosas con su apariencia.
Los dos hombres la miraron sin hacer movimiento alguno.
─ Son ellos ─dijo Böortryp─, no tengo ninguna duda. La cuestión es qué ha ocurrido allí. ¡Hablad!
─ Como le he dicho a él ─reiteró Shaft─, lo último que recuerdo fue entrar corriendo, como tú me dijiste. Y lo siguiente estar aquí de vuelta.
─ ¿Y tú? ─señaló Misaki al señor de Suth Seaxa con la espada en mano─ Le has dicho a Zabbai que habías estado meses fuera. Y han pasado apenas unos minutos.
Willibald se encogió de hombros.
─ Supongo que el tiempo pasa distinto en ese lugar. Os explicaré lo que recuerdo. Crucé el portal y me vi en una biblioteca descomunal, más incluso que la del Destino. Allí un hombre me dijo que si quería, podía consultar cualquier misterio, conocimiento o historia que deseara. No sólo eso, al abrir el libro que contenía la información era capaz de vivirla de primera mano.
─ Y lo hiciste ─habló por primera vez Belfast─, sin pensar.
El otro asintió.
─ Me dediqué a investigar todos los misterios que siempre soñé con desvelar e incluso muchos que ni conocía. No necesitaba comer o dormir. Así que dediqué todo mi tiempo a ello ─hizo una pausa─, hasta que me recorrí aquel lugar al completo. No sabía que el tiempo diera tanto de sí cuando no estás atado a las necesidades del cuerpo.
─ ¿Y luego qué? ─le interrumpió el hombre máquina.
─ Pues comprendí que había logrado mi mayor sueño, si bien no me sentí satisfecho. Entonces el hombre que me había guiado me dijo que estaba obligado a entregar algo a cambio, en contraprestación a todo lo que había experimentado.
─ Tú sacrificio ─le cortó Belfast─. ¿Qué les diste a esos hijos de puta?
─ Les devolví lo que me habían dado ─respondió─. Siempre he pensado que cuando desvele todos los misterios, será el final de mi vida. Y, gracias a aquello, mi vida no tenía sentido ya.
─ ¿Les diste tu vida? ─se sorprendió Misaki.
Willibald negó con la cabeza.
─ Me gusta vivir ─sonrió─. Así que les dije que no quería recordar nada de todo lo que había leído y descubierto, que prefería hacerlo al modo tradicional, el que llevo toda mi vida siguiendo.
Belfast soltó una carcajada exageradamente estridente, que detuvo abruptamente por un golpe de tos.
─ Si esos cabrones tuvieran cara ─dijo─, hubiera pagado por verla cuando les dijiste eso.
Los demás lo miraron sin comprender. Todos menos uno.
─ El intercambio que se hace con los seres de la duodécima dimensión implica que lo que tú des a cambio debe de tener un gran valor para ti ─explicó─. Y claro, tú les entregaste lo que más ansiabas y deseabas. No podían negarse en modo alguno. Así que has salido indemne de ese lugar. Nunca hubiera dicho que fueras tan astuto.
─ Lo que no entiendo ─habló Shaft─, es lo que ha ocurrido aquí. ¿Cómo te heriste? ¿Quién?
─ Esos mamones interpretaron mi frase como el sacrificio y me arrancaron el ojo izquierdo ─escupió al suelo al decirlo─. Yo ya entregué el mío, como supongo que de algún modo se cobraron o se cobrarán de los demás.
Miró a las mujeres y luego a Böortryp.
─ Te equivocas ─dijo una voz grave, que provenía del portal.
Todos se giraron hacia allí. Misaki y Zabbai desenvainaron sus armas de nuevo.
─ Tranquilos ─continuó el desconocido─, el intercambio ha sido realizado. Nos hemos dado por satisfechos con los sacrificios entregados.
─ ¿Dónde está Deathlone? ─preguntó Willibald─ Entró antes que nosotros. Ya debería de haber vuelto.
─ El volverá, sin duda. Pero no ahora. Tiene otro camino que recorrer. Ahora es momento de despedirnos. Nos volveremos a encontrar, tenedlo por seguro.
Tras decir aquello el portal desapareció, como si nunca hubiera estado allí.
Todos se miraron, pensando para sus adentros pero sin decir nada. Cuando Böortryp activó el interfaz Belfast lo notó de inmediato. Fue como recibir una pequeña descarga eléctrica dentro del cerebro mismo.
─ Ya está ─dijo el hombre máquina─. No es que sea muy bonito, pero sin duda es práctico y eficaz. Además tiene varios espectros lumínicos. Con él podrás vez por la noche o incluso detectar cosas que un ojo humano normal jamás podría.
El irlandés se incorporó y se miró en el espejo que tenía en su camarote. La cicatriz era grotesca, le hacía parecer vagamente humano. El efecto de luminosidad roja del ojo izquierdo contrastaba con el tono azul claro del derecho.
─ Gracias ─dijo─, Böortryp.
Era una de las escasas veces que el irlandés lo llamaba por su nombre, sin tutearlo o usar un mote despectivo.
─ Supongo que Deathlone, con los repuestos adecuados, podría dejarte la cara como nueva. Aunque yo tengo destrezas médicas, no poseo tal habilidad.
─ No pasa nada ─sonrió el otro─. Prefiero quedarme así. Me recordará que ser bocazas trae consecuencias.
El hombre máquina salió del camarote sin despedirse.
Belfast se acercó a la puerta y le puso el cerrojo. Se cercioró de que no había nadie en las cercanías antes de recitar el conjuro. Al hacerlo notó un latigazo de dolor recorriéndole toda la espina dorsal y culminando en su cerebro. Aguantó el embite y se concentró en ver, pero no con su nuevo ojo izquierdo, sino con el otro, que ahora se encontraba confinado en la duodécima dimensión.
Al fin y al cabo, todavía era suyo y funcionaba.
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