viernes, 9 de septiembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 2

CAPÍTULO 2 - Las cartas sobre la mesa
por Alex Godmir 

El suave golpe en la puerta fue seguido de la apertura de la misma. Tras ella estaba Belfast. Su rostro había abandonado toda la falsa jovialidad que mostrara unos minutos antes en la biblioteca.
─ Bueno ─dijo─, ya estamos en tu camarote. Espero que podamos charlar un rato y aclarar algunas cosas cuando estés preparado.
     Cecil dejó escapar una carcajada.
─ Nunca podré estar verdaderamente preparado para eso ─habló mientras a tientas buscaba su cama y se dejaba caer sobre ella─. Siempre estás un paso por delante o, como mínimo, al mismo nivel que yo. Y negociar contigo sin algo de ventaja es como jugar a la ruleta rusa con el cargador de la pistola lleno.
─ Me gusta ese ejemplo ─rió el pelirrojo─. Pero no te subestimes. En la Duodécima has averiguado varias cosas, lo sé.
     El médico continuó tumbado, recordando retazos de lo que había experimentado en aquella dimensión. Como bien le advirtieron sus moradores, resultaba complejo, casi imposible, estructurar o comprender la información ahora. En la vigilia del sueño tendría mejor oportunidad de averiguar más cosas o, por lo menos, intentar comprender algunos fragmentos.
─ Lo que te inquieta no es lo que ya se ─le cortó el médico─, sino lo que puedo llegar a averiguar. Eso es lo que te interesa. Ni siquiera me plantearé cómo conoces a qué trato he llegado con los habitantes de allí. Tan sólo asumo que lo sabes.
─ Sí ─reconoció Belfast─, como tú que he contactado con tu hermana y la he dirigido hacia ti.
     Cecil se incorporó y buscó a tientas su maletín, que había dejado caer también sobre la cama. Con dedos ágiles abrió el cierre y sacó un pequeño botellín. Vació su contenido en la garganta, tragándolo de inmediato.
─ ¡Hein Kager Birkus! ─dijo en voz alta.
     Se incorporó y dirigió su atención hacia el falso irlandés, que aún permanecía en la puerta. Ahora sabía dónde estaba, aunque continuaba sin verlo realmente.
─ Así mucho mejor ─habló para sí mismo─. La falta de un sentido siempre se puede compensar por otros medios. Aunque no es perfecto.
─ El conjuro de vista etérea te será muy útil ahora que estás ciego ─rió el pelirrojo─, por lo menos para saber dónde están los seres vivos. Pero para situaciones de riesgo esa visión es insuficiente.
─ Ya me preocuparé de eso cuando sea necesario ─hizo un gesto de mano en señal de desdén─. Vamos al grano. ¿Por qué le indicaste el camino a mi hermana? Es más, ¿qué buscas con ello?
     Belfast rió a carcajadas.
─ Busco poder y venganza ─dijo con naturalidad─. Y tanto tu hermana como tú podéis serme de utilidad. Además, estaba escrito que yo me encontraría con ella, como también que tú serías un pasajero de este navío. El destino es difícil de eludir.
─ Permíteme que dude de eso último ─le cortó Cecil─. Mi hermana era la elegida y, alguien ─dejó la frase en suspenso─… cambió ese destino. Ahora está en el otro lado.
─ Hoy estás en un bando y mañana en otro. Un día eres el capitán de un poderoso barco y otro tus hombres te pasan por la quilla del mismo. Así es el destino.
─ Dejemos estar todos estos desvaríos, por favor. Lo primordial es, si somos títeres, saber hacia dónde vamos. ¿Lo sabes tú? ¿Sabes qué planes tienen los Amos del Destino? O seamos concisos, ¿sabes cuál será nuestra próxima misión?
     Belfast negó con la cabeza.
─ Lo único que puedo confirmarte ─dijo─ es que nosotros estamos en un bando y nuestras vidas van a depender de que trabajemos juntos. El que hoy es tu amigo mañana será tu asesino. Y el que fue tu asesino, a lo mejor en otro momento será tu única salvación.
─ No estás hablando de mi ─negó Cecil─. Intuyo que tus palabras se refieren a lo ocurrido en mi ausencia ─calló un segundo─… cuando murió Shaft y el nuevo pasajero se unió a nosotros.
     El otro asintió. Abrió la puerta nuevamente y se dispuso a salir del camarote.
─ ¡Espera! ─habló Cecil─ Los demás… ¿qué saben de mi trato en la Duodécima?
     El pelirrojo lo miró con una sonrisa en los labios.
Lo que tú quieras contarles ─respondió─. De todos modos en breve tendremos una misión donde podremos saber más de nuestro verdadero camino y de las otras piezas que hay en juego. Cuento con tu ayuda, como tú sabes que cuando sea necesario tendrás la mía. Yo sé qué buscas y cuál es tu objetivo.
     Tras decir aquello salió de la habitación y Cecil se quedó solo.
     Valoró durante un momento la conversación. Aquel tipo sabía demasiado y ocultaba aún más. Eso le daba seguridad y le permitía sentirse como un titiritero, moviendo hilos. Aunque los hilos se pueden mover en dos direcciones, sobre todo cuando la marioneta también conoce al que los maneja.
     Belfast tenía un Aurus, estaba convencido de ello. Y seguramente buscaba los restantes para lograr, como había reconocido el mismo, poder y venganza. Lo que el falso irlandés no sabía, lo que ignoraba, es que había otros Aurus mucho más cerca de lo que nunca hubiera imaginado. Eso le daba ventaja sobre el pelirrojo, que él pensaba aprovechar. El poder de los Aurus era una de las pocas cosas que podría permitirle salirse de la senda que le habían obligado a seguir y ser por primera vez el amo de su propio destino.
     Se quitó la ropa con lentitud y la dejó doblada en una silla. Cerró la puerta de su camarote con cerrojo, recitó los conjuros necesarios y se tomó otro bebedizo. Con él dormiría su cuerpo y su mente volaría. Pero estaría bien encadenada a unos ojos, que no podían ver, pero que le contarían con palabras qué habían visto en el mundo de los sueños.
     Lo primero que necesitaba averiguar era cómo de factible era hacerse con uno de los Aurus cercanos.

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