viernes, 16 de septiembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 3

CAPÍTULO 3 - Misión: Rescate – 1
por L. G. Morgan

Los pensamientos de Belfast seguían parecidos derroteros. Solo que Cecil pensaba en el Aurus que creía en su poder y Belfast en el que le había desaparecido. En lo demás, el deseo irrefrenable de hacerse con otras piezas y aumentar su fuerza y sus capacidades, coincidían por entero. Belfast se dirigió despacio a cubierta, preguntándose por milésima vez dónde podría estar el Aurus esfera y quién se lo había arrebatado. Bajo el plácido dosel de estrellas dejó vagar la mente y expandirse su intuición, esa que tantas veces le había salvado el culo. Tenía que haber sido Misaki, se dijo con calma, encendiendo un nuevo cigarrillo con la colilla del anterior. Nadie más había tenido la oportunidad ni, quizá, un motivo tan claro. La Sombra necesitaba un ascendiente de peso sobre él, por si incumplía su parte del trato y seguía demorando el momento de conducirla hasta Tellerman. Ufff, esa maldita chica no sabía qué se traía entre manos, dudaba mucho que conociera realmente las capacidades de la esfera y sus peligros, dudaba… de pronto una idea extraña se le coló en la mente, como si emanara del propio firmamento: fue después del robo cuando el Destino hizo ese extraño viraje, cuando apareció Tynan y luego, sin haberse repuesto aún tras reconocer al viejo truhán, aquella tormenta que por poco acaba con ellos, su cese brusco, la misión de Inglaterra… ─¡uyuyui!… alguien había estado jugando con fuego-. Una sonrisa sardónica distendió las facciones del irlandés, ─alguien les había colado un touchdown de los buenos a esos cabrones, sus dueños. Pues que se jodieran; eso solo confirmaba lo que él había descubierto: los Aurus eran parte del poder de los Amos y también el arma para destruirlos.

Willibald cargó con parsimonia la pipa de espuma, regalándose un momento de paz mientras meditaba sobre el contenido de aquellos últimos pergaminos que había estado examinando. La pasión que había definido su vida, el ansia de saber que era para él más acuciante que cualquier otro deseo: riqueza, poder, sexo… le anclaba a aquella extraña biblioteca que el Destino había conducido hasta él. Pero era una amante experta y cruel que siempre le prometía más de lo que realmente le daba, asegurándose de este modo su fidelidad absoluta. ¡Maldita sea!, se dijo con cierto humor, estoy peor que al principio, cuanto más descubro más necesito saber. Y ahora esto…
     La Sombra entró sin hacer ruido y se quedó contemplando al cazador, o más bien su escritorio. ¿Pero es que aquel gaikokujin no se movía nunca de allí? Necesitaba asegurarse de que el Aurus seguía a buen recaudo, pero siempre que lo intentaba había alguien en la biblioteca, casi siempre Willibald. Hizo ruido a propósito para apercibir al hombre de su presencia y le preguntó qué hacía.
─ Ah, hola, Misaki chan –saludó cordial el cazador. Misaki gruñó para sus adentros que no tenían tanta confianza como para que la llamara así pero ya había desistido de hacer entender a los otros las sutilezas de la etiqueta japonesa, sencillamente era algo fuera del alcance de los bárbaros. Además sabía que, al menos el cazador, empleaba con esfuerzo palabras que había aprendido de su lengua con objeto de mostrarse amable, como signo de deferencia, en realidad.
─ Buenos días –contestó inclinándose ceremoniosamente-, no desearía interrumpir ninguna urgente tarea.
─ No, no te preocupes, es que estoy intrigado con algo que he descubierto hace poco… dónde estaba… ah, sí, aquí lo he puesto, mira.
     Sacó un pliego de papel amarillento y basto, cubierto de letras de imprenta. Mientras, la Sombra estudió el suelo con disimulo, advirtiendo con alivio que los tablones parecían estar tal y como los había dejado la última vez. Concentró su atención entonces en el papel que le enseñaba Willibald pero, antes de que pudiera tratar de descifrar aquella exótica escritura, el cuaderno de a bordo que ocupaba una esquina del escritorio del hombre se abrió violentamente por una página nueva, y comenzó a llenarse con la ya familiar caligrafía barroca.
─ Ahora entiendo… -exclamó Willibald, poniéndose en pie con tanta premura que casi hizo caer los libros y pergaminos amontonados junto a su mano-, quédate aquí, voy a avisar a los otros.
     La Sombra quiso aprovechar su marcha para inspeccionar por fin el escondite secreto pero un ruido la detuvo. Ahogó una maldición y se volvió a sentar, hierática, justo a tiempo de ver entrar a Böortryp en la Biblioteca. Le saludó con un gesto de cabeza y le señaló el cuaderno.
─ Lo imaginaba –dijo la sofisticada máquina con apariencia humana-, he sentido que el barco se agitaba intensamente bajo mis pies y he supuesto que pasaba algo, presumiblemente nuevas órdenes.
─ Ah, por eso has llegado tan pronto –contestó la Sombra mirándole extraña y fijamente a los fríos ojos violeta-. Como siempre, el primero de todos.

La llegada atropellada de los otros impidió cualquier respuesta.
─ Veámoslo –pidió Deathlone con oculta sorna-, parece que los Amos se superan cada vez. ¿Qué sorpresas nos aguardarán, amigos, qué nuevos prodigios?
     La ironía vibró en su voz como una flecha en el blanco. Tras él irrumpieron, con la expectación grabada en los rostros, la reina de Istiria, Belfast y un siniestro y silencioso Tynan.
─ Primero esto –se adelantó Willibald, señalando una especie de pliego sobre la mesa-. Lo encontré hace unas horas y hasta ver el cuaderno no tenía ni idea de qué podía significar ni para qué… Pero será mejor que os lo lea.
     Se trataba de una hoja de un periódico llamado Aftonbladet, fechada en enero de 1965. En tamaño destacado podía leerse el titular: “La maldición del Wasa”.
─ Es un periódico sueco, de los que llaman sensacionalistas. –A Böortryp le bastó un vistazo para identificar la publicación-. Según mis datos: S. XX, cronología humana de la Tierra. Suecia, país del norte de Europa. Wasa, galeón de la armada real hundido y recuperado exactamente 333 años después.
     Dando por suficiente la explicación Willibald leyó entonces el artículo en voz alta, sin extrañarse por el hecho de ser capaz de hacerlo, ya que estaba escrito en una lengua por completo desconocida para cualquiera de ellos:

“El Wasa, el galeón real hundido trágicamente en 1628 en el puerto de Estocolmo, aumenta su leyenda negra y desconcierta a la comunidad científica.
Desde que fuera sacado a flote en 1961 las desgracias no han hecho sino sucederse en su entorno; cebándose tanto en las delicadas tareas de restauración y conservación, interrumpidas y dificultadas desde su inicio, como en el personal encargado de ello.
Anders Franzén, el idealista arqueólogo que logró la localización del valioso navío y participó en su posterior rescate, perdió la vida a los seis meses exactos del hallazgo. Una desgraciada casualidad, se pensó entonces. Pero luego, a las pocas semanas, todos los buzos empleados por la empresa Neptuno, encargada del reflote y traslado del barco, tuvieron que ser aislados tras manifestar extraños síntomas y conductas excéntricas y peligrosas. Desde entonces, se hallan ingresados en un hospital de la marina, sedados y custodiados en todo momento y bajo pronóstico incierto. Según datos que ciertas fuentes han facilitado a la redacción de este periódico, incluso su majestad el rey Gustavo Adolfo VI y el príncipe Bertil, impulsores de este proyecto único, no olvidemos que estuvieron a bordo del Wasa el mismo día de su recuperación, se encuentran gravemente enfermos, por mucho que la casa real se empeñe en negar tal hecho ante la opinión pública. Muchas otras personas vinculadas al museo Wasa, lugar donde se encuentra el barco hasta su prevista exposición, padecen o han padecido dolencias misteriosas, en varios casos mortales.
¿Qué maldición rodea al Wasa?, ¿qué poder empeñado en castigar…
    En estos momentos se vio bruscamente interrumpido por Sgiobair Tynan, al parecer en uno de esos raptos de locura que le llevaban a escenas del pasado. Se levantó de un salto y se puso a gritar, mirando algo invisible:
─ Malditos, malditos todos. Barcos malditos que te condenan al Infierno. Pero no, ¡no me atraparéis de nuevo! –Se puso a sollozar desesperado-: No quiero morir otra vez…
─ Cálmate –pidió Willibald, acercándose al enajenado capitán.
     Entre él y Zabbai, puesta de pie, tranquilizaron a Tynan, que volvió a sentarse sin dejar de mirar a todas partes con ojos despavoridos. Luego, se transformó de nuevo y con una voz dura que destilaba el odio más mortífero exclamó sin dirigirse a ninguna parte:
─ Queréis que arreglemos algún otro error, ¿no es así? Algún otro desliz causado por vuestra codicia, o solo por vuestra ineptitud. –Entonces lanzó una carcajada iracunda-. Pero los planes no os van a salir como estaba previsto. No, mis queridos camaradas –se volvió lentamente a mirar a los otros, uno por uno, y luego, la Sombra pudo darse cuenta de ello, fijó sus ojos con expresión de satisfecha malignidad en el lugar donde el Aurus dormía su sueño enigmático-, aquí las cosas han empezado a cambiar.

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