viernes, 23 de septiembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 4

CAPÍTULO 4 - Misión: Rescate - 2
por L. G. Morgan

Empezaron a hablar todos a la vez, preguntándole a Tynan qué había querido decir y por qué retaba a los Amos si había aceptado el pacto como todos ellos. Todos menos Belfast, que tenía sus propias teorías sobre las palabras del viejo, y la Sombra, que acababa sin saber cómo de dar con una idea inquietante: se le acababa de ocurrir que no parecía una gran idea, por parte de los Amos, haber reclutado al desquiciado capitán. Aparte del odio que sentía sin duda hacia ellos, el hombre parecía un peligro para cualquiera de sus planes: que sabía demasiado era harto evidente, aunque no lo recordara más que a retazos dispersos. Sí, era extraño aquel error por parte de quienes se tomaban tantas molestias, y cuidaban tanto todos los detalles, para garantizar que se cumpliera su voluntad. A no ser… ¡claro!, Sgiobair Tynan era efectivamente un error, un pasajero no previsto. Y eran las leyes mágicas del barco las que habían garantizado el siete: Shaft había muerto porque Tynan había aparecido. Y Tynan había aparecido… porque alguien había estado jugando con lo que no debía –concluyó con un escalofrío de aprensión. El peso amargo de la culpa se abatió sobre ella, lo comprendió todo de golpe. Cuando el Aurus escapó de su mano en la bodega del barco lo hizo buscando su propio camino, un emplazamiento donde su poder era máximo, ¿quizá un lugar predeterminado, junto al motor aquel del que hablara Belfast? ¡Por el Tao!, si fuera así tendría necesariamente que decirles a todos… ¡espera!, se ordenó, calma, hay que tener todos los datos, conocer todas las posibilidades. Sabía que los Amos detectaban el Aurus: cuando lo arrancó de su escondite en la bodega, habían recuperado el control, forzando de nuevo el rumbo previsto. Habían tenido que resignarse a la presencia de Scáil Reflejo Oscuro, el capitán que tenía el poder de los espectros, pero habían continuado con los planes previstos, les habían enviado a la Inglaterra del mago y el arquero, a destronar al rey y a hacerles pagar a todos ellos su desobediencia. Ahora el Aurus estaba a buen recaudo, faltaba saber si al alcance de los Amos o fuera de él, pero ya no ejercía su poder sobre el rumbo de la goleta, solo parecía tener potestad para torcer el Destino si se hallaba acoplado a aquel otro invisible mecanismo. –Tenía que saber más –se dijo la Sombra con urgencia-, tenía que descubrir todas las variables antes de poner al descubierto su secreto. Pero aquel maldito baka –pensó con rabia-, el maldito loco del demonio, podía ponerlo todo al descubierto antes de tiempo. Sí, tarde o temprano tendría que decirles a los otros lo que había hecho, pero no entonces, no hasta saber más. –Maldito, maldito goryō–se dijo con rencor.
─ ¿Podríamos continuar, por favor? –intervino Cecil con sequedad, para alivio de Misaki-, normalmente no se nos dan muchas oportunidades para captar los “deseos” de los patronos. Mejor las conjeturas las dejamos para luego.
     Willibald volvió a tomar el periódico:
¿Qué maldición rodea al Wasa?, ¿qué poder empeñado en castigar la violación de los secretos de tan misterioso navío, actúa ante nuestros ojos? Tras años de investigaciones encubiertas parece ser que solo ahora ha logrado desvelarse parte del enigma.
Se han estudiado a fondo las 25.000 piezas sueltas rescatadas junto o dentro del casco. Entre ellas hay objetos de madera, de hierro colado, textiles y cuero y varios esqueletos que, según fuentes del instituto forense, se planea reconstruir en breve.
Es notable que, entre todas esas piezas, haya tan solo unas pocas de metales nobles. Concretamente, se encontraron solamente tres piezas de oro: un anillo que perteneció a un oficial, un medallón que formaba parte de una escultura de madera, y una especie de hélice pequeña que no se sabe a qué tipo de engranaje o maquinaria podría pertenecer.
Tras los numerosos análisis realizados una vez garantizadas las condiciones de conservación de las distintas piezas, y urgidos los técnicos por los rumores sobre la posible insalubridad del barco o su contenido, se ha llegado a la escalofriante conclusión de que esa hélice suelta, incongruente en el contexto del barco, emana una invisible radiación que “contamina”, en palabras del Dr. Jacob Svenson del Instituto Epidemiológico Nacional, "toda sustancia o cuerpo que se halle a determinada distancia". Pero si es nociva para la materia en general, es absolutamente letal para los seres humanos.
La discusión a partir de ahí está servida, todos los expertos consultados manifiestan su total desconocimiento acerca de la existencia de objetos similares. La radiación que produce la hélice es igualmente desconocida, no existen ondas ni energías semejantes…
     El artículo continuaba, según Willibald, de forma parecida, insistiendo una y otra vez en los mismos datos. Lo esencial, no obstante, era lo que acababa de compartir con ellos. Y así llegaban a la clave del asunto: las órdenes del cuaderno de a bordo.
─ Comprenderéis –les dijo- mi absoluto estupor cuando apareció de la nada este artículo, ¿qué podía tener que ver con nosotros? Pensé que era otro de los muchos asuntos oscuros confinados entre estos tomos y estas paredes. Pero al aparecer las nuevas órdenes… todo encaja, claro.
     Les mostró el Cuaderno de a bordo, donde pudieron leer:

Nueve de agosto de 1628, 11.58 de la noche: muelle de Estocolmo. Dos marineros de la tripulación del Wasa se encontrarán en una taberna del puerto llamada “El dragón en la niebla “. Deberéis identificarles y quitarles de la circulación, para que dos de nuestros hombres les suplanten y embarquen en el Wasa en su lugar, al día siguiente 10 de Agosto. Deberán localizar la hélice de oro, en la bodega de carga, y tomarla consigo. Luego ocuparán sus puestos en la banda de babor de la cubierta principal normalmente, sin despertar sospechas. Cuando se produzca el hundimiento del barco saldrán por cualquiera de las portillas de los cañones y subirán nadando a la superficie, adonde habréis conducido previamente un bote. Bogaréis mar adentro entonces, hasta encontrar el Destino y subir a bordo. Hay una regla inflexible: no se deberá ejercer influencia alguna sobre el resto de las personas u objetos involucrados en la catástrofe, repetimos, es importante no alterar ni cambiar ninguna circunstancia, incluso si se tratara de la muerte de seres humanos. Una vez en el Destino la hélice deberá ser aislada en la Biblioteca hasta que, dos horas después de oscurecer, sea subida a la cofa del trinquete y abandonada allí exactamente a medianoche del día 10, el mismo día del hundimiento y de la misión. Fin de las órdenes.

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