viernes, 30 de septiembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 5

CAPÍTULO 5 - Misión: Rescate - 3
por L. G. Morgan

─ Así que eso es todo –comentó Zabbai con punzante ironía-. Nos quejábamos de órdenes imprecisas y ahora parece que los Amos han decidido llevarnos de la mano, como si fuéramos niños a los que hay que guiar para que no tropiecen.
─ Eso es que, claramente, no quieren correr el albur de que fracasemos de ninguna manera –opinó Willibald-. Esta misión debe de ser muy importante, y eso no me gusta…
─ Pues yo daría con gusto diez barriles de ron jamaicano con tal de volver a estar en un barco de verdad –interrumpió Tynan, esta vez con el rostro exultante y el entusiasmo de un grumete-. Aunque eso signifique ayudar a esos cabrones… -se quedó un momento confuso y luego continuó, sin estar muy seguro de lo que decía-: …esos… quienes sean… que quieren el oro… ¡el oro!, ¡apuesto a que vosotros también lo queréis!, ¿no es así, muchacho? –le dio un codazo a Belfast.
     Había llamado muchacho a Belfast, con un guiño cómplice que parecía incongruente del todo. Al irlandés no le hizo ninguna gracia, eso fue evidente, pero le siguió el juego aun con visible desgana:
─ ¿Y quién no, viejo bribón?, ¿a quién no le gusta el oro… y lo que se puede comprar con él?
─ Oh, pero no se trata de oro normal y corriente, ¿verdad? –Tynan le clavó su mirada maligna-. Apuesto a que tú sabes de qué naturaleza es la tal hélice.
─ Es un Aurus –afirmó Cecil más que preguntó-. Y uno peligroso, por lo que parece, capaz de causar la muerte de mucha gente en su propio futuro. Pero ya sabemos que los Amos no se preocupan mucho por esas minucias, así que más que salvar a unos pobres desgraciados el fin último debe de ser ocultarlo de la opinión pública. Si hacemos bien nuestro trabajo ese artículo del periódico nunca será escrito.
─ Me pregunto cómo y por qué llegaría ese Aurus a ese tiempo y ese barco –musitó Zabbai-. Aunque en realidad esa es solo una más de las muchas incógnitas habituales; estoy convencida de que hasta que no sepamos de dónde vienen los Aurus y quién los creó, todas las respuestas seguirán fuera de nuestro alcance.
─ Tampoco es algo que importe de momento –opinó de inmediato el siempre práctico Böortryp-. Deberíamos centrarnos en la misión y el mejor modo de llevarla a cabo.
─ Tienes razón –aceptó Willibald-, necesitaremos tus datos.
─ Bien. Lo primero será ver quiénes son esos hombres que hay que suplantar.
─ Excelente, ¿tienes imágenes? –se asombró el médico, que ya sabía que Böortryp hablaba siempre de un modo literal, si había dicho “ver” es que se refería precisamente a eso.
Sí, no es nada sorprendente: esos hombres ya han estado en esa taberna, en el pasado de ese mundo. Y es exactamente ahí donde iremos próximamente, saltaremos en el punto que convenga, y de nuevo ocurrirá todo a partir de entonces.
     A continuación proyectó en las mentes de todos las imágenes procedentes de su banco de memoria. Vieron una taberna llena de humo y ruidosos parroquianos. La puerta de madera ennegrecida se abrió para dar paso a dos hombres, uno más viejo que el otro, ambos recios y de cabellos que caían desgreñados hasta los hombros. El mayor se apoyaba ligeramente en el otro y su andar vacilante mostraba a las claras que estaba ebrio. El otro pidió al tabernero unas pintas de cerveza y luego los dos se acomodaron en una mesa del rincón.
─ Son artilleros, asignados a la cubierta principal de cañones. Ambos sobrevivirán. De modo que habrá que secuestrarles por un tiempo pero dejándoles con vida. Sería conveniente que no recordaran lo que les pase.
─ No hay problema –dijo Cecil con suficiencia-, prepararé un bebedizo que les mantenga inconscientes las horas necesarias. Le pondré un cuarto de onza de semilla de Amnesis, que bastará para borrar los recuerdos de esa noche, como en una borrachera normal.
─ Analicemos sus fisonomías –continuó Böortryp- y busquemos entre nosotros los más semejantes. Bien –dijo tras solo un par de segundos-, lo más adecuado será que les sustituyan Willibald y Tynan –un suspiro resignado y una exclamación de alegría-, con unas ligeras modificaciones temporales pasarán sin dificultad por ellos mismos.
─ Habrá que atraer a los dos tipos a un lugar discreto –intervino Belfast, tomando por primera vez cartas en el asunto- donde noquearlos y dejarlos aparcados hasta que todo acabe. ¿Cómo haremos para que salgan?
─ Es fácil –sonrió Zabbai Zainib-, en todos los puertos del mundo hay prostitutas, que hacen sus buenos negocios en tugurios como ese. Creo que sabré apañármelas para hacerlos ir a la parte de atrás, con la promesa de que yo y otra amiga les haremos pasar un buen rato.
─ Excelente. ¿Quién aguardará con Tynan y Willibald para enfrentarse a ellos?
─ Me ofrezco voluntario –el pelirrojo prefería estar cerca cuando recobrasen el Aurus.
     Böortryp le observó pensativo.
─ Seguro que tienes motivos que se me escapan –dijo con tranquilidad-, tú no haces nada de lo que no puedas sacar provecho. –Belfast se limitó a sonreír-. Necesitaremos también – continuó el hombre máquina, apartando la vista con renuencia del irlandés- robar un bote y llevarlo mar adentro para esperar a los del barco. Iré yo, para acompañar a Belfast y Zabbai. Os ayudaremos a prepararos y luego os llevaremos de vuelta al Destino. Veamos ahora dónde y cuándo tendréis que embarcar.
     De nuevo fueron proyectadas en sus cabezas vívidas imágenes, esta vez de un muelle, inundado por la luz de la falsa noche nórdica, donde silenciosos marineros embarcaban en un colosal galeón aparejado bajo pabellón sueco.
─ Por último –continuó Böortryp- alguien debe quedarse de guardia en el Destino. Creo que tú –miraba a Cecil- serías más útil a bordo, dadas tus condiciones físicas.
─ ¿Y desde cuándo lo que tu crees es ley? -contestó Cecil con voz acerada-. Me pregunto quién te ha nombrado jefe de esta expedición. En lo que a mí respecta, puedes guardarte tus opiniones sobre utilidades o condiciones físicas, no te considero cualificado. Pero por supuesto, "amigo" -escupió la palabra con ironía-, tampoco hace falta que nadie insista sobre ese aspecto; te aseguro que no voy a lamentar perderme la juerga, yo ya he hecho bastante.
─ ¿Y yo? –preguntó la Sombra, aprovechándose de la situación-. También sería absurdo que desembarcase, ya que sois suficientes para llevar a cabo los planes.
─ Desde luego –contestó Tynan, callado desde hacía rato, mirándola extrañamente-. Ya encontrarás algo útil que hacer aquí ¿verdad? Y si te sintieras sola… quiero recordarte que hay un montón de espectros a bordo para hacerte compañía. –Lanzó una sonora y siniestra carcajada, que les hizo dudar seriamente si se trataba de una broma o más bien de una amenaza.
     La Sombra temió por un momento si no sabría lo que ella iba a tratar de hacer, y si aquello de los espectros era su forma de decirla que estaría vigilada.

El dragón en la niebla. Un rótulo oscilante convocaba a la clientela a la taberna como las campanas de las iglesias llamando a misa. Un veloz Destino, invisible a causa de alguna magia misteriosa, les había desembarcado en el muelle desierto a unos centenares de metros del lugar de la cita.
     Zabbai Zainib, reina de Istiria, convertida por obra y gracia de los buenos oficios de Böortryp en vulgar ramera, se despidió de sus compañeros y se dispuso a entrar en la taberna. Una bofetada de aire viciado la recibió al franquear la puerta. Un rápido vistazo le permitió en un momento hacerse cargo de la situación. El lugar se hallaba atestado, repleto de la misma mezcolanza de atuendos, figuras, olores y acentos que puede verse en cualquier puerto del mundo. Hombres y mujeres, marineros, oficiales, vagabundos y comerciantes de toda ralea llenaban cada hueco disponible. Identificó con prontitud a los dos sujetos que le interesaban, acababan de sentarse en una de las oscuras mesas situadas a  la derecha, al fondo de la sala. Se encaminó hacia allí con el andar sinuoso de una consumada meretriz, atrayendo a su pesar las miradas de un buen número de parroquianos. Su pelo rojo llameaba entre las pálidas guedejas y mortecinos rostros de un buen puñado de mujeres, empeñadas en hacerse la competencia.
     Hizo como si se detuviera por casualidad junto a los dos marinos, empezando con ellos a probar fortuna esa noche.
─ Por unas monedas puedo mostraros el cielo –les dijo con descaro, remangándose la falda hasta mostrar generosamente un muslo bien torneado-. Y, si es preciso, afuera tengo una amiga que también busca cariño.
─ Nunca he estado con una pelirroja –respondió el más joven, con una luz recién encendida en los ojos. Se pasó la lengua por los labios húmedos de espuma, sin dejar de mirar a la mujer de arriba abajo-. Pero aquí mi compañero no sé si sabrá estar a la altura de una dama como tú.
─ No te preocupes –Zabbai empleó un tono bajo y acariciador que acababa de descubrir en su repertorio-, a mi amiga le gustará cuidar de él. Te juro que nunca se habrá encontrado en manos tan expertas.
─ ¿Qué dices entonces, compañero? –le guiñó el joven un ojo al del pelo gris-, ¿nos vamos a jugar con esta... señora? -concluyó con una burlona reverencia.

Zabbai condujo a los hombres hasta la parte de atrás de la taberna. El viejo iba cantando desafinado, haciendo eses y tratando, de vez en cuando, de pellizcarle el trasero a la mujer. Llegaron a las sombras tras la pared del Dragón y un par de figuras se materializaron, saliendo de la oscuridad. Sin darles tiempo a reaccionar, golpearon a los desprevenidos marinos y los arrojaron al suelo para obligarles a beber la poción de Cecil. En menos de un minuto, y sin que hubieran proferido ni un ruido más alto que un tenue maullido, ambos estuvieron inconscientes. Zabbai y Belfast les despojaron entonces de sus ropas mientras Böortryp realizaba unas pequeñas modificaciones sobre Willibald y Scáil, utilizando una especie de maquillaje orgánico que se adaptaba a sus fisonomías y se modificaba por sí mismo. Luego estos se vistieron con las prendas prestadas, dándose los últimos retoques.
     Belfast y el hombre máquina arrastraron los cuerpos de los marinos desvanecidos hasta un lugar poco visible, y los cubrieron con unas piezas de lona de las que se encontraban por allí para tapar bultos.
─ Pobres diablos –musitó Willibald echándoles un último vistazo-, pensarán sin duda que han sido robados vilmente. Pero cuando se enteren de lo sucedido en el barco se felicitarán por no haber estado a bordo, y se cuidarán muy mucho de contarle a nadie que no estuvieron donde debían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario