por L. G. Morgan
Biblioteca del Destino. Los siete pasajeros de a bordo contemplan absortos el vuelo de una libélula mecánica dorada.
─ ¡Por las sombras! –exclama Zabbai Zainib-, a pesar de su belleza no hay duda de que posee un poder mortal. Tampoco puede haber duda de que se trata de otro Aurus.
La delicada forma les sobrevuela unos instantes más y luego se posa suavemente en el escritorio de Willibald.
─ Y los Amos lo quieren –murmura Belfast, más para sí mismo que para el resto-. Está claro que han supuesto que nosotros los perseguimos también. Es extraño, se han arriesgado mucho al permitirnos dar con él.
─ Eso significa –responde Zabbai- que no tienen otra manera de conseguirlo, que nos necesitan para hacerse con todos ellos. Pero, ¿y si nos lo quedáramos?, ¿y si no cumpliéramos las órdenes por una vez?
─ ¿Por una vez? –interrumpe Cecil con ironía-. Olvidas que hacernos con el primer Aurus constituyó ya una desobediencia. Aquella “misión” no fue ordenada por los Amos, fue idea de nuestro buen amigo “pelo rojo”.
El aludido saluda burlonamente:
─ Sí, reconozco que aquello fue una improvisación. Y no se me ocurrió que hubiera más gente detrás de lo mismo, después de tanto tiempo.
─ Pero los Amos supieron de algún modo que lo teníamos –interviene Misaki-, es obvio que pueden detectar los Aurus, o al menos pueden hacerlo casi siempre. Y entonces lo quisieron ellos también. O tal vez, más que quererlo para sí, puede que lo que deseen sea impedir que los tengamos nosotros, ¿podría ser?, ¿tiene sentido para vosotros?
─ Claro que lo tiene –contesta Böortryp muy serio, tomando literalmente la pregunta de Misaki-. Mientras esos objetos se encontraban desaparecidos, hibernados o inactivos sus poderes, no importaban. Pero una vez descubiertos y en otras manos la cuestión se vuelve distinta. Nos darían un poder, como nos reveló Belfast, que no parece convenir que tengamos. Pero a mí me da igual –continua con una decisión inesperada-. Yo quiero respuestas, por eso vine aquí. Y las obtendré donde quiera que se me ofrezcan. Así que no vamos a entregarles la hélice.
─ Eso lo decidimos todos –contesta Zabbai muy seria, poniéndose en pie y colocando ostensiblemente la mano derecha sobre el pomo de su sable-. Ninguno de nosotros habla por los demás.
─ Calma –interviene Willibald, mediando entre ellos como de costumbre-. Zabbai Zainib tiene razón, sopesemos los pros y los contras y luego tomemos una decisión que satisfaga a todos.
─ Bien –dice Zabbai sentándose de nuevo con una calma tensa –yo estoy dispuesta a acatar la mayoría. Pero antes quiero considerar las alternativas.
─ Bueno, hay un modo de escapar a la ira de los Amos y quedarnos con el Aurus, al menos por un tiempo –participa Cecil, callado hasta entonces.
Como tarda en continuar Zabbai Zainib se impacienta:
─ ¡Habla de una vez, médico!
─ Podemos hacer una réplica mágica y dejarla en su lugar.
─ Sí, claro –se ríe Belfast-, como si el Aurus fuera una baratija cualquiera que se puede imitar tranquilamente. Tiene poderes, amigo optimista, que ninguna magia puede copiar.
─ Sus poderes no cuentan –responde tranquilamente Cecil-. Solo tiene que “parecer” igual. Yo también creo, como ha dicho Böortryp, que los Amos solo intentan quitar estas piezas de la circulación, impedir que alguien se haga con sus poderes y se convierta en una amenaza para ellos. Pero no creo que pretendan usarlas; si no, habrían tratado de recuperar los Aurus dispersos mucho antes, ¿no creéis?
─ Así que propones darles el cambiazo y dejar una copia en la cofa designada para ello –Tynan, pensativo, parece asimilar la idea con agrado.
─Hay otra cuestión aún: ¿no os parece extraño que tengamos que subir el Aurus exactamente a la medianoche? –insiste Cecil-. ¿Qué creéis que pasará a las doce?, ¿extenderán una mano espectral a través de un agujero en el cielo para llevárselo consigo?
─ Esta noche habrá tormenta –explica Böortryp, captando enseguida lo que ronda por la cabeza del médico. Parece explorar su banco de memoria y luego exclama, con lo que sería un grito de entusiasmo si fuera humano y pudiera sentir tales extremos emocionales-. Hacia la media noche el aparato eléctrico alcanzará su máximo apogeo en la atmósfera terrestre, sobre esta latitud. Es muy posible que un rayo de gran magnitud pudiera sentirse atraído por la naturaleza metálica del Aurus.
─ Máxime, estando colocado junto a los anclajes de bronce que sujetan la cofa al trinquete –completa Tynan.
─ Así que lo que quieren es destruirlo –la Sombra expresa en voz alta la conclusión a la que han llegado todos-. Luego da igual que la copia sea como sea…
─ … solo tiene que “parecer” que es la hélice, como ya os dije –exclama Cecil triunfal.
─ Pues yo veo un problema –Zabbai ha estado rumiando la cuestión y ahora la expone-: si los Amos detectan la energía del Aurus, el verdadero, sabrán que no ha sido destruido. Si no podemos sustraerlo a su observación de alguna manera no hay nada que hacer.
A esto sigue un silencio cargado de frustración.
─ Hay un modo –lo rompe la Sombra, habiendo tomado una decisión. Y entonces les cuenta todo, desde el momento en que sustrajo el Aurus del camarote de Belfast. La escuchan con suma atención, interrumpidos tan solo por un sucinto “lo sabía”, de boca del irlandés, hasta que llega al final-: En este lugar –les muestra el compartimento forrado de plomo bajo el piso-, el Aurus está, aparentemente, fuera de su alcance. Es de suponer que alguien de alguna de las tripulaciones anteriores lo construiría como “refugio” con esa específica intención. O más exactamente varios de ellos, trabajando en común; ya que resulta difícil creer que una sola persona hubiera podido hacerlo sin el conocimiento, al menos, de sus compañeros de travesía. En cualquier otro sitio los Amos pueden captar su energía.
Belfast ahoga entonces una exclamación, porque se ha dado cuenta de algo que le afecta personalmente. Piensa en el Aurus reloj que posee. ¡De manera que lo saben todo!, se dice, ¡los muy hijos de perra!, sí, sin duda tienen que haber descubierto que lo tiene en su poder. Y resulta que, si Misaki tiene razón, solo hay una manera de arreglarlo, solo un lugar donde pudiera esconderlo de su presencia, el depósito de plomo. Claro que para poder utilizarlo, tendría que revelarles a los otros su secreto. Se ríe para sí; maldita sea, eso no es algo que vaya a contemplar como opción. Así que solo le queda una cosa... quedarse con el botín y exponerse a la venganza de los amos.
En ese momento las palabras del biónico interrumpen su concentración:
─ Pues parece que la decisión está tomada. A partir de ahora somos propietarios de un nuevo Aurus.
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