viernes, 21 de octubre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 8

CAPÍTULO 8 - Texas Hold'em
por Gerard P. Cortés

Descubrió las cartas que le quedaban en la mano con media sonrisa. Dos ases. Con los que había en la mesa sumaban cuatro.
     Uno de los otros jugadores se levantó y golpeó con fuerza la vieja tabla de madera carcomida alrededor de la cual estaban sentados.
¡Es imposible! Llevas cinco manos seguidas. ¡Nadie tiene tanta suerte!
Nada en este juego tiene que ver con la suerte, hijo.
No, claro. No si haces trampas.
He hecho muchas trampas en la vida. Pero nunca al póker.
¡Sí, seguro! se llevó la mano al revolver. Sus dos amigos hicieron lo mismo.
     Un Colt Peacemaker voló de su cartuchera a una velocidad imposible. Tres disparos retumbaron en el salón. Tres cuerpos tocaron el suelo.
     El pistolero se levantó tranquilamente, guardó su revólver aún humeante, recogió su dinero y se dirigió a la puerta del local. Se giró un instante a comprobar cómo los parroquianos se esforzaban en fingir que no habían visto nada, y luego salió al exterior.
     Sonrió al sol de la mañana y montó en su caballo. Al salir de la ciudad se entretuvo en restar tres al número de habitantes. Se fijó en el nombre de ésta y volvió a sonreír.
Tennessee dijo en voz alta para ver cómo sonaba. Sí, ese nombre me servirá por un tiempo.
     Después se caló el sombrero sobre la melena pelirroja y partió al galope hacia San Antonio. Había un barco esperándole y no quería faltar a la cita.

Razzler escupió sobre la arena y masculló una maldición. El polvo se metía en sus ciberimplantes y le producía una sensación nada placentera que se veía impelido a compartir con el resto una y otra vez. Además, ¿qué eran esos bichos en los que tenían que ir montados?
Caballos le aclaró Aquiles a una queja más de perder la calma, se llaman caballos y son unas criaturas maravillosas.
¿Caballos? Hasta el nombre es estúpido. ¿Y dónde está el motor? Tíos, esto apesta…
Silencio.
     Todos se detuvieron a la voz de Tetsuo que señalaba más allá de las dunas.
Hemos llegado.
     De nuevo, fue Razzler quien rompió el silencio.
¿Y cómo sabemos que el tipo que buscamos está aquí? Tampoco es que los amos nos hayan dejado una muestra genética o algo que pudiera introducir en mi rastreador.
Está aquí pocas eran las veces que la enigmática Sooraya dejaba oír el sonido de su voz, así que habían aprendido a no dudar de lo que decía. Puedo sentir su maldad.

Tennessee encendió un cigarrillo de liar y echó un vistazo por una de las ventanas. El ejército del general Santa Anna seguía acampado frente a la misión y parecía tener prisa por tomarla. Era 3 de marzo de 1836 y el Álamo llevaba ya diez días bajo asedio.
     Un escenario perfecto, pensó mientras soltaba una larga calada al aire de la noche tejana, para arrebatarle al Destino uno de sus tripulantes.

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El humo blanco del Marlboro se mezclaba con el vaho que salía de su boca. La madrugada era fría y Belfast la había pasado casi toda en la cubierta del Destino, sopesando sus opciones.
     Había cuatro Aurus a bordo. Dos de ellos, la esfera y la hélice, eran de público conocimiento, mientras que nadie sabía que él tenía el reloj de arena. En cuanto al cuarto… bueno, todavía era pronto para pensar en él. Además, era completamente indetectable incluso para los amos, a diferencia del que escondía en su abrigo.
     Lo importante ahora era encontrar un modo de esconderlo sin tener que revelarlo al resto de la tripulación. Por lo menos a la mayoría. La pequeña oriental lo había jodido bien al robarle la esfera, y casi más aun al descubrir el escondrijo antes que él. Estaba empezando a ser una molestia, pero una de la que no podría librarse fácilmente, al fin y al cabo la necesitaba, seguramente más que a nadie en ese barco.

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La madrugada del 3 de marzo de 1836, en cambio, fue cálida hasta la exasperación, como suelen serlo en esa frontera que nunca acaba de decidir a qué país pertenece.
     Aquiles cepillaba la crin de su caballo y Razzler se metía en la cantina más cercana con la esperanza de una bebida que librara a su garganta del polvo con el que estaba atascada. Esa noche descubriría el whisky de tres equis y su afición a éste, años más tarde, lo llevaría a cometer el error fatal de cálculos con el que terminaba su capítulo en los diarios de a bordo del Destino. Aunque Willibald todavía no había llegado al volumen en el que aparecía, esa historia concreta quedaría marcada en su memoria en cuanto la leyera. No todos los días alguien vuela una realidad entera por estar demasiado borracho para fijarse en qué botones presiona.
     Por supuesto Tennessee no sabía todavía quién era Willibald, sólo un nombre y una cara destinados a convertirse en familiares para él en unos años, una curiosidad derivada de la visión por la que había vendido el recuerdo del rostro de su madre en la duodécima dimensión. La información que compró valía, sin duda, un coste tan alto, y tenía que ver con el hombre que meditaba a sólo unos metros de la puerta de la cantina.
     Consciente de todo lo que sucedía a su alrededor pero, al mismo tiempo, transportado a un estado absoluto de calma y concentración, Tetsuo se visualizaba a sí mismo como el filo de una katana. En momentos como ese le parecía poder escuchar las voces de sus antepasados transmitiéndole la sabiduría acumulada a lo largo de todas sus vidas.
     Esta vez, sin embargo, era otra voz la que susurraba su nombre. Era una voz desconocida, pero de algún modo sabía que tenía que encontrar al ser al que pertenecía, así que se levantó y comenzó a caminar.
     Los hombres de Santa Anna, apostados por todas partes, no parecieron darse cuenta del extraño en kimono que cruzaba por delante de ellos hasta la misión que estaban asediando. Tampoco los soldados tejanos de guardia o el mismísimo David Crockett se percataron de la puerta que se abrió para dejarle paso.
     Sin hacerse preguntas al respecto, Tetsuo se abrió paso hasta una pequeña sala iluminada con velas. Un hombre lo esperaba sentado jugueteando con un revólver. Cuando la puerta se cerró sola, éste se levantó y se quitó el sombrero, descubriendo una melena roja como el fuego y unos ojos verdes y perversos como los de un Oni.
Hola.
¿Quién eres y por qué me has convocado aquí? ¿Acaso me conoces?
Todavía no, aunque sé perfectamente quién eres el extraño hizo una larga pausa durante la que mostró una sonrisa aun más perversa que sus ojos. Eres Asari Tetsuo, y tenemos mucho que hablar sobre tu futuro. Y sobre tu familia.

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