viernes, 18 de noviembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 12

CAPÍTULO 12 - La gata bajo la luna
por Gerard P. Cortés

Razzler se despertó con un zumbido en la parte posterior de la cabeza. Dedicó unos instantes a realizar un diagnóstico completo de sus implantes. Los servoconectores funcionaban bien y nada parecía fuera de su lugar. Entonces, ¿por qué sentía como si alguien le hubiera atravesado el cráneo con un taladro oxidado y se lo hubiera llenado de gasolina?
     En el futuro descargará un archivo titulado "resaca" y sabrá que tuvo que ver con las botellas vacías que descansan en la mesa de la cantina en la que se quedó dormido. En el presente, no obstante, la explosión de varios cañones de artillería le hará salir corriendo en dirección a El Álamo. Aquiles lo mataría por haberse dormido en medio de una misión, sin duda, a menos que llegase a tiempo para ser el héroe, cosa que, de hecho, nunca se le había dado especialmente bien.
– Te tenía por un hombre honorable, Tetsuo –dijo Aquiles preparándose para atacar–, ahora veo que me equivoqué.
– No debo lealtad a los que robaron nuestras vidas y nos pusieron a su servicio, sino a mi apellido y a los que lo comparten. O lo compartirán.
     El próximo señor del clan Asari saludó ceremoniosamente con la cabeza y adoptó una postura defensiva, katana en alto. Sabía muy bien que el griego no era un adversario a menospreciar, pero lo que estaba en juego era mucho mayor que su vida. Desde que había visto en sueños a esa niña que todavía no había nacido, sabía que debía vivir y morir por ella, sin importar el coste. Todos los días y horas y minutos que pasara con su pequeña Mariposa eran un regalo que debía ganarse esa noche.
     El acero chocó y resonó como dos trenes de mercancías estrellándose a toda velocidad.

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Asari Misaki entrenaba a solas en la cubierta del Destino. Era noche cerrada y la mayoría de sus compañeros forzosos de viaje ya debían estar durmiendo en sus camarotes, pero ella no.
     Misaki, como casi todos los Asari que la precedieron, era un animal nocturno. La luna le aportaba una serenidad y una energía que el sol parecía querer arrebatarle.
     Las estrellas eran sus únicas confidentes.
     Sólo a su tenue luz se sentía confiada para desprenderse del negro al que la había atado su juramento y dejar que la brisa nocturna acariciara su cuerpo desnudo.
     Sus músculos estaban en tensión, sus ojos cerrados y su espada se alzaba hacia el cielo. Lo único que se movió en ella fue, muy levemente, el oído izquierdo al detectar un crujido cercano en la madera, y menos de una fracción de segundo después desapareció en una nube de humo.
     Reapareció a menos de un suspiro del hombre que se acercaba a ella, lo tumbó y, sentada sobre su pecho, apretó la hoja de su katana contra su cuello. Todavía estaba desnuda.
– ¿Disfrutando de la noche, demonio?
     Belfast sonrió.
– Más y más a cada segundo, querida.

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Tennessee disparó tres veces y, aunque el sonido se perdió en el fragor del fuego de mosquetes, cañones y revólveres, tres cuerpos cayeron al suelo. Eran soldados de Santa Anna que habían logrado entrar en la misión y habían pensado en deshacerse del pistolero herido que no parecía poder levantarse del suelo. Ambos bandos parecían preferir no meterse con los dos hombres que se enfrentaban con espadas y derramaban más sangre de la que parecía posible derramar.
     Un cuarto mexicano, escondido tras una pila de escombros, tenía a Tennessee en el punto de mira, pero sus ojos se tornaron blancos y murió antes de poder apretar el gatillo. Una nube negra salió del cuerpo de éste y tomó la forma de Sooraya.
– Supongo que estará de más darte las gracias, ya que el único motivo por el que me has salvado será para matarme tú misma.
– No voy a matarte –susurró ella–. Voy a entregarte a mi padre vivo y de una pieza, para que pueda arrancarte los miembros uno a uno y jugar con tu alma hasta que se aburra.
– Papi debe de estar orgulloso de su pequeña psicópata…
– Te burlas. Te burlas, mientes y te crees que siempre te vas a salir con la tuya. Engañaste a muchos, dejaste deudas sin pagar y pensante que podrías ocultarte de nosotros. Pero no hay ningún sitio en el que no podamos encontrarte.
– En realidad sí que lo hay –contestó Tennessee levantándose con esfuerzo–, pero todavía no estoy preparado para ir allí. Supongo que, para asegurarme de vivir lo suficiente para estarlo, tendré que hacer contigo lo mismo que con todos los sabuesos que el Infierno ha enviado a por mí hasta ahora.
     Sus ojos se encendieron con un fuego verde brillante y mostró la más espantosa de las sonrisas.
– Da las buenas noches, princesa. Voy a mandarte de vuelta con tu padre en trozos muy pequeños.

Aquiles se levantó pesadamente, apoyándose en la espada. El último golpe del samurái lo había estrellado contra una pared. Por suerte él también estaba demasiado malherido para aprovechar a darle el golpe de gracia.
     Se miraron a los ojos. Tetsuo recordó una vieja leyenda que le había contado su padre sobre dos samuráis a punto de batirse en duelo. Decía que ambos se miraron a los ojos durante un largo rato y que, sin llegar a desenvainar, se saludaron y siguieron sus caminos por separado. Ambos se habían medido y evaluado y habían decidido que estaban tan igualados que no habrían decidido nada batiéndose.
     Ese parecía el caso entre él y Aquiles, pero lo que había en juego era demasiado grande para no hacer nada. El griego no iba a dejarle escapar, y él no podía volver al Destino sabiendo lo que ahora sabía.
     Alzó su espada y cargó contra él. Se enfrentaban en un campo de muerte y éste reclamaría la vida de uno de ellos, o de ambos.

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– Dime, ¿vas a apartar esa espada o vas a apretar más?
– Lo estoy pensando –contestó Misaki.
     Se levantó lentamente y se dirigió donde había guardado sus ropas. Comenzó a vestirse.
– Hace tiempo que me cansé de tus juegos, Oni. ¿Qué quieres? No me creo que sólo me estuvieras acechando para verme entrenar desnuda.
– Sin duda es un espectáculo que lo merece –dijo Belfast levantándose–, pero no. He venido a verte por una deuda que ambos tenemos desde hace tiempo.
     Ella lo miró con desconfianza y ansiedad a partes iguales. ¿Estaría hablando de…?
– Tellermann –continuó–. Creo saber cuándo abandonará su plano de existencia para visitar el nuestro.
     Kaleb Tellermann. El hombre que mató a su padre. El hombre que ha jurado matar.
     Belfast se encendió un cigarrillo, tomándose todo el tiempo del mundo ante la atónita mirada de Asari Misaki. Soltó el humo en el frío de la noche y la miró.
– Di algo, chica. ¿Te interesa o no?

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