viernes, 2 de diciembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 14

CAPÍTULO 14 – La jugada del solitario
por Alex Godmir
Willibald oteó el horizonte a estribor, intentando visualizar lo que se suponía que debía de aparecer por allí. A simple vista resultaba difícil captar algo debido a la niebla. Valoró ir en busca de un catalejo, aunque aquello sería de escasa utilidad.
     Sgiobair Tynan era el único que se encontraba en cubierta, si bien no parecía haberse percatado de la presencia del cazador. Su mirada estaba absorta en el horizonte, como si también estuviera buscando algo.
– Supongo que aún es pronto –dijo para sí mismo en voz alta.
     Centró su atención en el cuaderno que se había llevado de la biblioteca, donde estaban escritas aquellas enigmáticas palabras que sólo eran para sus ojos. Además de las escuetas pero directas instrucciones también existía un pequeño plano, con una clara senda a seguir. Lo más interesante del dibujo era la leyenda que descansaba anotada en la parte posterior:
     La X marca el lugar.
     ¿Qué habría realmente allí? Los trazos y la letra eran austeros, directos. Sin duda tanto la escritura como el plano habían sido fruto de magia. La cuestión sobre la autoría quedaba despejada por el mero hecho del origen del cuaderno; sólo los Amos del Destino se permitían valerse de los recursos de la biblioteca para dar instrucciones y órdenes, para encargar las misiones.
     Aunque aquello no era del todo cierto. Aún recordaba la mala pasada que Belfast les había hecho para hacerse con uno de los Aurus tiempo atrás. Si bien en esta ocasión no parecía ser obra del pelirrojo.
     Oteó nuevamente hacía la dirección indicada y, en ese instante, lo vio. Era una playa, a poco menos de un kilómetro. Apenas unos metros y era sustituida por una densa selva. No se vislumbraba edificación alguna o presencia de vida. Aunque también era cierto que aún se encontraban lejos.
     Sin esperar se dirigió a su habitación y cogió lo necesario; sus útiles de cazador. Prescindió de la gran mochila con herramientas para confeccionar trampas, así como de la cuerda y de todas sus armas de larga distancia. Un machete, un cuchillo arrojadizo y un pequeño tirachinas. Sopesó aquel pequeño juguete, valorando su utilidad en aquella situación. Iba a internarse en una tupida selva donde difícilmente podría usar otras armas de alcance. Sí, sería útil.
     Al salir al pasillo se encontró con Böortryp. El hombre máquina enseguida se percató de que algo ocurría.
– ¿Dónde vas? –preguntó directamente– ¿Hay alguna misión nueva?
     Willibald le sonrió y pasó caminando junto a él con decisión.
– Nada que os afecte a vosotros por el momento –dijo al rebasarlo.
     Salió una vez más a cubierta y comprendió que el Destino se había acercado más a aquella costa. Seguramente sería capaz de llegar a nado sin demasiado esfuerzo. Miró alrededor y vio que Tynan continuaba en el mismo lugar y nadie más había subido. Con sumo cuidado envolvió el cuaderno para que el agua no lo dañara y se lanzó por la borda.

– Parece que nuestro amigo tenía algo de prisa –se dijo Misaki.
     Llevaba varios minutos en cubierta, observando aquella isla. Si bien había decidido no hacer notar su presencia. Valoró durante unos instantes si poner en conocimiento de los demás la marcha de Willibald. Aquel hombre raramente abandonaba el barco, salvo cuando se requería su ayuda en las misiones. De hecho casi siempre se encontraba en la biblioteca, consultando los escritos en busca de la historia de los anteriores tripulantes del Destino y sus aventuras. Era un tipo de carácter reflexivo y no actuaba por impulso. Así que aquello sólo podría significar una cosa: tenían una misión.

Llegó a la costa en pocos minutos. La marea era suave y prácticamente le había arrastrado hacia allí. Observó con ojos cautos toda la playa y confirmó la ausencia de edificios o signos de vida. Ni siquiera podía escuchar los típicos sonidos propios de una isla selvática. El oleaje era lo único que quebraba el silencio.
– Una selva donde no hay ruidos sólo significa una cosa –pensó en voz alta–, que algo de lo que mora en su interior aterroriza a los animales. ¿Me preguntó qué será?
     Desenvolvió el cuaderno y echó de nuevo un vistazo al plano. Si las proporciones eran correctas debería internarse dirección norte y recorrer un par de kilómetros. Entonces se encontraría con el primer obstáculo: un puente. Tras cruzarlo sería necesario desviarse hacia el noreste y tomar la dirección de la montaña. Miró más allá de la selva y se vio incapaz de localizar aquel lugar. La niebla lo cubría todo de forma caprichosa.
– No importa –dijo nuevamente para sí mismo–. Todo tiene su tiempo y el momento de averiguar qué oculta la selva llegará en breve.
     Tras decirlo se internó en la selva sin mirar atrás.

El sonido provenía de la cubierta del Destino. Era agudo y penetrante, extremadamente molesto. Pero como buen reclamo, provocó la reacción esperada. Belfast salió a cubierta, seguido de Zabbai y Cecil. Los andares del mismo eran seguros y firmes. Un breve vistazo del pelirrojo le permitió confirmar que el hombre estaba bajo el efecto de diversos conjuros. Ninguno de ellos le devolvía la vista, pero compensaban en gran medida la falta del aquel sentido.
– ¿Qué ocurre? –preguntó la reina en el exilio mientras acariciaba con su mano  izquierda a Excalibur.
– Veo que mi alarma de emergencia es útil –dijo Böortryp al verlos aparecer.
     La Sombra y Tynan ya se encontraban junto al hombre máquina.
– Willibald ha abandonado el barco hace unos minutos –dijo Misaki–, llevándose un cuaderno de la biblioteca consigo. Aún así, iba ligero de equipaje.
– ¿A dónde ha ido? –preguntó Deathlone– Esa rata de biblioteca rara vez se mueve de ese lugar.
– Se ha dirigido a esa isla que se encuentra a estribor –dijo Tynan–. Y parecía tener prisa por llegar. Es un iluso, piensa que lo podrá lograr solo. ¡Pobre infeliz!
     Los otros lo miraron sin comprender.
– ¡Explícate! –ordenó Belfast– Tú sabes por qué se ha ido y para qué.
     Las carcajadas del capitán de los espectros retumbaron por toda la cubierta.
– Lo imagino –dijo–. Siempre hay uno que cae en la jugada del solitario –dejó la frase en el aire–… siempre.

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