viernes, 9 de diciembre de 2011

LOS AMOS DEL DESTINO - 15

Capítulo 15 – La jugada del solitario (Parte 2)

por Alex Godmir

–¡No nos tengas esperando! –exigió Deathlone– ¿Qué es la jugada del solitario? Responde maldito loco.

Los demás miraron al médico, algo extrañados por el tono del hombre. Aunque todos esperaban que Tynan respondiera a la pregunta. Todos menos uno.

–Sea lo que sea lo que Willibald ha ido a hacer allí –habló Misaki–, debemos de seguirle. Si es una misión de los Amos debería de habernos avisado. Y si no lo es –se detuvo un instante para mirar a Belfast–… nos va a costar caro a todos.

–Es una misión –la interrumpió el hombre máquina–. Si bien, como ha dicho Tynan, es una que debe de hacerse en solitario para alcanzar el éxito. Si el cazador logra alcanzar su meta y recuperar lo que allí se oculta, nos haremos con un objeto muy interesante.

Los demás lo miraron atónitos. ¿Cómo sabía Böortryp todo aquello? ¿Se lo había dicho Willibald antes de partir?

–Nadie ha logrado hacerse con ese objeto –rió el capitán de los espectros–, chico. Jamás. Y muchos lo han intentado, créeme. Hasta yo probé suerte hace muchísimo tiempo. Pero desistí.

–¿Qué hay en esa isla y por qué se debe ir en solitario? –preguntó Belfast– Es la primera vez que oigo eso de la jugada del solitario.

–Os lo explicaré –rió de nuevo Tynan–, si tantas ganas tenéis de saberlo. Lo que el cazador intenta encontrar es un tesoro, oculto en esa isla. En la biblioteca existe un mapa para alcanzar el lugar donde se encuentra escondido, junto con unas instrucciones. En ellas se indica que sólo puede ir un pasajero más allá de la playa. Si en algún momento se incumple dicha orden, todos los pasajeros del barco verán duplicada su condena.

Todos se mantuvieron en silencio, aguardando a que continuara. Si bien cada uno de ellos sopesó qué supondría duplicar el tiempo de estancia en el Destino. Y a ninguno le agradó lo que por su mente pasó.

–El tesoro que allí descansa no es un Aurus –continuó–… al menos no ahora.

Echó un vistazo a Belfast y al médico, al tiempo que se rascaba la barbilla.

–¿Qué quieres decir con eso de no ahora? –preguntó la reina en el exilio.

–Los Aurus no son algo fijo y estable –habló Böortryp–, sino que evolucionan. Todos forman parte de un conjunto, pero como entidades individuales tienen su camino y sus aventuras. Hace mucho tiempo uno de los Aurus se separó de la senda que para él había marcada, se perdió.

–Los Aurus son objetos extremadamente poderosos, pero no tienen memoria ni están vivos –le cortó Belfast–. Así que no digas tonterías, chico tostadora.

–Tienes razón –asintió el otro–. No están vivos ni tienen memoria. Pero fueron creados con una función y la llevan a cabo. El problema es que, como todos los instrumentos y herramientas pueden estropearse o funcionar de formas imprevistas. Y eso es lo que ocurrió a éste.

–¿Cómo sabes todo eso? –preguntó Misaki– ¿Y por qué no nos habías dicho nada?

–Sencillamente porque lo acabo de descubrir –esbozó una sonrisa forzada–. Por seguridad instalé un sistema de vigilancia, donde tenemos los Aurus a recaudo. Es simple y tosco, pero así no es detectado por las protecciones mágicas de la biblioteca. Al ver marcharse a Willibald fui a recuperar las grabaciones y las he visualizado mientras hablábamos.

–Eres un tipejo muy listo –dijo Deathlone–. Entonces explícanos qué ocurre realmente.

–El cuaderno que encontró Willibald narra cómo uno de los pasajeros del Destino utilizó un Aurus para su propio beneficio y las consecuencias que ello tuvo. Al parecer ese objeto tenía el poder de localizar cualquier cosa que uno buscara, sin importar el lugar o el tiempo en el que se encontrara.

–¿Podía encontrar lo que fuera? –preguntó Deathlone sorprendido.

El hombre máquina asintió.

–Eso parece –dijo–. Pero algo no estaba bien y, además de encontrar, era capaz de –mantuvo la frase en suspenso–… hacer existir lo que uno buscara. Siempre que la mente que lo utilizara contuviera suficientes detalles de lo que se quería crear.

Belfast escuchó las palabras de Böortryp y su mente se vio inundada de ideas, de posibilidades. Era un objeto extremadamente poderoso. Y peligroso.

–Sí –continuó Tynan–, el cabroncete de Julius lo utilizó para buscar algo que no existía. Y el Aurus lo creó para él. Una isla desierta, olvidada del mundo y del tiempo, donde sólo se puede acceder en solitario. Allí pensaba dejar sus tesoros y recuperarlos cuando su condena en el Destino hubiera finalizado. Pero claro, su mayor tesoro era el mismo Aurus y su propio egoísmo moldeó la realidad de la isla.

–No comprendo –le cortó Zainib–. Ese tal Julius creó una isla para guardar su tesoro y guardó allí el Aurus. Muy bien. ¿Cuál es el problema? ¿Y por qué se deben de respetar sus reglas? No tiene sentido.

–Según el diario que leyó Willibald –explicó el hombre máquina–, ese individuo no guardó el Aurus allí. Sólo deseó encontrar una isla que cumpliera sus deseos, para guardar sus tesoros. Y, para más seguridad, pensó que lo mejor era olvidar todo lo de la isla y lo que allí descansara. Que sólo quedara reflejo en un cuaderno de la biblioteca que no se podía hallar, sino tan sólo encontrar. Y el Aurus cumplió su voluntad al pie de la letra. Olvidó la isla y también olvidó que era un objeto de poder. Se guardó a sí mismo en el lugar que habían imaginado para él, dejando narrado el suceso en el cuaderno que halló el cazador.

–Sigo sin comprender –insistió la mujer–. ¿Y qué ocurre si no se siguen las reglas?

–Muy sencillo –rió Tynan–, que olvidas todo lo relacionado con la isla y ese Aurus desaparecido. Sólo lo recuerdas cuando alguien se topa con el cuaderno y las instrucciones. Por eso ahora yo lo sé una vez más.

–En resumen –habló Misaki–, que Willibald ha ido en busca de ese Aurus en solitario y nosotros no podemos hacer nada, salvo aguardar.

Los demás se mantuvieron en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos. Todos y cada uno de ellos pensó en las ilimitadas posibilidades de aquel objeto, en lo que podrían hacer con él. Pero ninguno de ellos se planteó, ni por un instante, qué razón podía tener el cazador para querer hacerse con él.

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