viernes, 17 de febrero de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 25

CAPÍTULO 25 - Llegará el día de los muertos
por L. G. Morgan

… La tierra ha empezado a temblar.
     Según acaba Willibald de pronunciar estas palabras siento el leve temblor que agita mi lecho. Su semblante se vuelve aún más pálido y comprendo que Tynan yo no hemos escuchado lo peor, no podemos imaginar lo que el cazador ha visto. Encuentra al fin lo que busca y entre él y el sgiobair me alzan en volandas y me colocan suavemente sobre unas parihuelas, para sacarme al exterior.
     La casa donde me han cobijado se abre directamente hacia el mar, que a pesar de encontrarse a más de diez gares se me hace bien visible, las aguas parecen borbotear y alzarse en el aire, rizadas de espuma blanca.
─ A ver, hijo –dice Tynan con brusquedad, parándose en el acto y negándose a dar un paso más-, tendrás que explicarnos unas cuantas cosas si quieres que te sigamos. Para empezar, ¿se puede saber cómo pretendes volver a casa? Sabes que sin el permiso de los Amos, sin los planes estipulados por el barco, no es posible salir de aquí.
─ Bien lo sé –contesta Willibald con rabia, subiendo el tono de voz. Nunca le hemos visto así, perdiendo la compostura de esta manera. Sé que no hay muchas cosas que le asusten, menos aún que le preocupen como para sacarle de sus casillas, ¿qué habrá pasado?
─ Ayudadme a levantarme –les digo antes de que continúe-, quiero ver lo que sea con mis propios ojos.
     Me incorporan y me quedo sin aliento. Sobre el mar las barcas de los Halcones se agitan como si fueran zarandeadas por manos de gigantes. Y en el centro del torbellino el submarino se escora cada vez más, cercado por trombas de agua que se alzan de entre las olas e impiden al resto de los barcos acercarse. Una presión terrible se siente en el aire, como si mil ojos vigilantes nos tuvieran en su punto de mira y bastara un deseo suyo para ser aniquilados.
─ Tenemos un plan –nos confía Willibald, mientras mira con semblante sombrío cómo se desarrolla la catástrofe-. Pero todo depende de que Belfast y Misaki puedan salir del submarino con el Aurus intacto –ni él mismo parece creer en esa posibilidad.
─ ¿Cómo que Misaki? –el viejo le agarra por las solapas, con la furia retratada en la cara-, ¿no iba a entrar solo el pelirrojo?
─ Sí, esa era la idea. Pero Deathlone no se fiaba de él. Dijo que tal vez el pelirrojo sufriría la tentación de endilgarnos cualquier excusa para quedárselo él solo: que no estaba, que no podía sacarlo... Belfast le contestó que no fuera ridículo, él mismo podría sentir la vibración del Aurus, pero el médico respondió que sí, era cierto, pero que lo mismo podía encontrarse en un lugar del submarino que en el mismo bolsillo de Belfast. Y que quién sabe qué trucos podría utilizar para camuflar su sonido. Entonces Misaki ha perdido la paciencia y se ha ofrecido a acompañar al irlandés y actuar de garantía. Han entrado juntos en el submarino, mientras afuera, Böortryp y yo fijábamos los explosivos. Pero no sabemos qué mierda habrán tocado o qué más han hecho, cuando aún estábamos a medias, colcando los cartuchos, el submarino ha empezado a agitarse en el mar y el agua toda a encresparse como si hirviera en un caldero gigantesco. Si lograran salir con el Aurus Cecil cree que, posiblemente, este tenga la energía suficiente para trasladarnos a bordo. A pesar de los Amos. Algo deben de guardar en la manga esos dos, Cecil y Belfast, he visto las miradas que cruzaban cuando hablaban de esto.
─ ¿Y habéis decidido venir a buscarnos? –se extraña Tynan. Y dirige al bibliotecario una mirada cargada de sospecha-. ¿Por qué?
     Willibald no contesta de inmediato. Sigue mirando al mar, con su peligrosa carga. Tras unos segundos se vuelve a mí y dice:
─ El médico está seguro de que te necesitamos para salir de aquí. Dice que eres la única que sabe controlar esto de los sueños, es tu terreno y la disciplina que practicabas. El Aurus nos dará la energía, sí, pero necesitamos tu comunicación con las Sombras para crear el túnel que nos lleve al otro lado.
     Por qué no me sorprendo. Entre nosotros cualquier esperanza de compasión o benevolencia es descabellada. Da igual, nada me deben, nada les debo. De golpe, mi atención se ve atraída por algo mucho más urgente. Una explosión, un haz de luz surge de la popa levantada del submarino y hace volcar una de las falúas más próximas. Vemos cómo unas figuras se debaten entre las olas hasta ser pescadas por otro de los botes.
─ ¡La carga debe de haber empezado a estallar! –exclama Willibald con incredulidad.
─ Ese que alzan es el hombre-máquina –replico mirando en la misma dirección. He conseguido distinguir su cuerpo entre las olas y luego arriba, arrastrado por los Halcones-, y ahora suben a Deathlone, ¿estaban juntos?
─ Sí, esperaban a Misaki y al irlandés. ¿Qué les habrá pasado? –se angustia-, ¿por qué no salen?
─ Pues sin el Aurus, ni yo ni las Sombras lograremos abrir el túnel.
─ Callad –ordena Tynan-, ¿qué es esa luz roja?
     En un costado de la embarcación que se va a pique el fuego se ha hecho presente, pero es un fuego extraño, que arde sin apenas llamas. Un agujero negro, de bordes chamuscados se abre ahora… y por allí salen dos cuerpos y caen al agua: una figura negra de pies a cabeza, Misaki, y un hombre de largo cabello rojo, Belfast, ¿quién si no? Nadan desesperadamente para alejarse del submarino.
─ Mirad –grita Willibald-, los han visto. Si consiguen subir a alguna de las barcas están salvados. Vayamos a la orilla, no hay tiempo que perder.
     Vuelven a llevarme en vilo, llegamos al borde del agua y nos detenemos a esperar. Una de las barcas regresa, más cargada que el resto, mientras las otras se debaten en la tempestad tratando de volver a tierra. Podemos ver el esfuerzo de los remeros sabiendo que les va la vida en ello, sus músculos tensos y dientes apretados. Al mismo tiempo que nuestros compañeros se acercan a tierra el submarino lanza sus últimos estertores, arrastrando en su hundimiento a dos de los botes halcones, engullidos por el vórtice que se ha formado en torno al monstruo metálico. El tiempo apremia, lo veo en las caras de los que se aproximan, en la urgencia de Tynan y Willibald, cuando tiran de mí para incorporarme. El dolor me atraviesa pero consigo no caer, apoyo mi peso en Willibald y espero los pocos instantes que faltan para que el hombre-máquina salte a la orilla y arrastre la barca con el resto. La cara de Misaki es una máscara pétrea pero el triunfo que puede leerse en la de Belfast me dice que llevan el Aurus y que eso es lo único que importa. Al menos eso parece, los demás les rodean y protegen conscientes del valor de la preciada carga.
     Tynan hace entonces algo inesperado. En cuanto ponen pie a tierra se abalanza sobre ellos con la furia de cien titanes, tratando de golpearles, aunque no se sabe a quién primero.
─ Malditos seáis –grita fuera de sí-, malditos locos codiciosos. –Misaki, contra quien no parece dirigirse su cólera le detiene, plantándose firmemente ante él. Böortryp acude en su ayuda y logran frenar al sgiobair, que sigue con sus invectivas:- Tú, médico, no podías fiarte de él, ¿verdad? Tenías que ponerla también a ella en peligro. –Señala a Misaki-. Y a todos los demás. Por la sangre de Cristo, debiste dejar que ese maldito Aurus se fuera al infierno. ¿Creéis que no sé lo que ha pasado? Al tratar de cogerlo habéis cabreado a los Amos lo suficiente para que quieran acabar con nosotros sin importar nada más. Tiene que ser uno de los últimos que hicieron, cuando su ciencia era inmensa, dotado de poder como ninguno anterior. ¿Sentís estos temblores? –el suelo volvía a agitarse de nuevo, con más fuerza-, pues aún no habéis visto nada, es solo una pequeña demostración de la fuerza de su ira. Moriremos todos, hoy será el fin.
     Tiene ojos de demente, me digo al mirarle espantada. ¿Y cómo puede saber eso que dice, de qué está hablando? Lo único que sé es que tenemos que salir de aquí como sea. El mar se ha vuelto negro, el cielo se oscurece y de la tierra empieza a salir humo, parece que ardiera. Las otras barcas han vuelto a la orilla. A nuestro alrededor se ha reunido una auténtica muchedumbre: halcones a los que hemos derrotado pero que parecen despertar de su resignación, y los muertos de Abys, sacudiéndose el yugo impuesto por nuestra voluntad. Nos miran y veo la condena en sus ojos, saben que somos responsables de lo que está ocurriendo, saben que somos culpables y van a hacernos pagar. Cierro los ojos e invoco a las sombras. "Pronto, el Aurus", les grito, el maldito Aurus que nos ha corrompido como antes hizo con otros. Como todo lo que los Amos malditos nos han dado, el aliento de las atrocidades que tuvieron que cometer. El oro, pienso, el poder… vanidad de vanidades. Dioses, estoy tan cansada. Hastiada de la lucha, de las fútiles ambiciones que nos han llevado al momento presente. Y descubro lo que siempre he sabido: nada importa sino la sangre, la sangre que se otorga al dar la vida y la que se derrama. Lo demás es solo polvo en las manos del tiempo.
     Las sombras crecen a mi alrededor, las siento crecer y hacerse densas, casi corpóreas. Se meten en mi nariz y en mis ojos, las veo colarse en las bocas abiertas de mis forzosos camaradas, tapar sus oídos, gemir por sus labios… Belfast ha sacado el Aurus y puedo percibir su poder, veo la onda de energía que emana de aquel disco de oro, que gira, gira, gira…
     Antes de que todo se vuelva negro siento a Tynan a mi lado. Se inclina y susurra en mi oído: “Hay algo que repetías sin parar mientras delirabas, como si fuera una oración a tus dioses. O un juramento”. Vuelvo a él mis ojos en una muda advertencia, nadie debe oírlo, si me dejas vendida te mataré, ese es otro juramento, puedes creerlo. Pero Tynan sostiene mi mirada casi con afecto, solo quiere que yo sepa que sabe. “Regresaré a Istiria” fue lo que dijiste, “juro que haré lo que sea, cualquier cosa, para volver a la tierra de los míos”. Entonces, antes de que pueda decirle nada, una llamarada blanca nos envuelve a todos, un instante de dolor aniquilador, y sé que se ha abierto la puerta de regreso al Destino.

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