viernes, 20 de abril de 2012

LOS AMOS DEL DESTINO - 34

CAPÍTULO 34 - Antiqua Veritatis
por Gerard P. Cortés

La presencia de Tellerman en aquel momento resultaba desconcertante. Sabía que uno de los amos del Destino andaría cerca, y estaba casi seguro de que sería Tellerman, pues había sido informado de que este pensaba dejar la dimensión que habitaba durante un tiempo; pero esperaba encontrárselo al final del camino, no a mitad de trayecto, ni que fuera a utilizarlo para entrar en el círculo del Emperador.
  El resto del desayuno fue una sarta de mentiras aderezada con vino dulce. Tellerman seguía teniendo la misma soltura en decir la verdad a medias que Belfast recordaba, y él había desarrollado una todavía mayor a lo largo de miles de años, así que las pequeñas trampas que el César les iba poniendo para ver si sus historias cuadraban fueron superadas con facilidad.
  Una hora más tarde, un esclavo les acompañó de vuelta a la salida.
–Vuelve al ludus, Cecil. Supervisa los entrenamientos por mí y asegúrate de que todo el mundo esté listo.
  El médico hizo ademán de protestar, pero recordó su papel y se alejó con una inclinación de la cabeza y un ahogado «Sí, Dominus».
–Reconozco a Cecil Deathlone como uno de los integrantes de la actual encarnación del Destino –dijo Tellerman– y aun así te obedece como un buen esclavo.
–Sólo está interpretando su papel.
–Oh, no seas modesto. Estoy seguro de que has aprendido muchas cosas en todo este tiempo, pero no creo que la falsa modestia sea una de ellas, Krieg.
  Krieg. Ese nombre pertenecía a otra persona, pensó Belfast. A un chico estúpido y confiado que quedó abandonado, dado por muerto, miles de años atrás. Un chico que ya significaba poco o nada para él, aunque en el fondo, ¿por quién si no, se había metido en todo esto?
–No deberías usar ese nombre, Tellerman. Hace mucho tiempo que lo vendí, y a alguien bastante más peligroso que esos amigos tuyos de la duodécima dimensión.
–¿Cómo debo llamarte, pues? ¿Cartago, como hace el Emperador? ¿O Belfast, como tus amigos? ¿O tal vez Tennessee?
  ¿Sabía lo de Tennessee? ¿Cómo podía saber que se trataba de él? Al fin y al cabo –pensó– le jodí los planes con Asari. No es de extrañar que investigara un poco.
–Siempre nombres de ciudad –continuó Tellerman, divertido– ¿Por qué esa fijación?
–Son fáciles de recordar y ayudan a inventar una procedencia –mintió solo a medias. En realidad le gustaba usar nombres de ciudades porque diluían cualquier identidad. Había renunciado a la suya propia, al pobre y estúpido Krieg, pero no quería encariñarse demasiado con ninguna otra. Nada que no pudiera abandonar en el siguiente salto de realidad. Por un momento hizo ademán de echar mano del paquete de tabaco, antes de recordar que, en la realidad en la que se encontraba, un cigarrillo hubiera resultado tan extraño como un kalashnikov–. ¿Qué quieres de mí Tellerman? Esperaba encontrarte tras una esquina con un puñal, no que te presentaras como el viejo amigo que no eres.
–Quiero que me ayudes a arreglar las cosas –dijo con una sonrisa insufrible–. Esa tripulación tuya, las misiones no autorizadas, la búsqueda de los Aurus que han emprendido por tu culpa… debe terminar. Deben aprender a comportarse o morir.
–Vaya –esta vez fue Belfast quién sonrió–, no sabía que os diéramos tanto miedo.
–¿Miedo? –su expresión ahora era de ira, sus ojos brillaban con destellos de un azul oscuro que hubiera congelado el alma de cualquiera que tuviera una– ¿Crees que os tengo miedo? Cualquiera de nosotros podría exterminaros con un solo gesto. Podríamos mandar el barco al fondo de un volcán con todos vosotros dentro.
–Cierto, pero entonces perderíais la nave. Y es lo único que no podéis reemplazar, ¿verdad?
  Tellerman soltó un gruñido como única muestra de asentimiento.
–Bien –dijo al fin el falso irlandés–, ya sé lo que queréis de mí, pero no lo que podéis ofrecerme a cambio. ¿O piensas apelar a mi buen corazón?
–Tú no tienes corazón. Ya no, nosotros te lo arrancamos cuando hicimos lo que hicimos, lo sé. –«lo que hicimos», qué forma de relativizarlo, pensó Belfast– pero podemos compensarte, por lo menos en parte. Podemos darte el lugar que te corresponde junto a nosotros como miembro de la primera tripulación. Podemos darte el poder que has perseguido durante todos estos miles de años. Podemos hacerte un dios, como nosotros.
Eso cogió a Belfast totalmente desprevenido. El poder. La posición que era suya por derecho. ¿No era eso lo que más había deseado durante todos los milenios que había deambulado entre las realidades? ¿No era ese el único motivo por el que había comenzado a reunir los Aurus y a buscar el motor del Destino? No. No el único, pero sí gran parte.
–Es tentador, lo reconozco, pero el mismo hecho de que me lo propongas me hace pensar que ya estoy muy cerca de llegar a ese punto por mí mismo.
–¿Y de qué te serviría, Krieg? Oh, espera, ese ya no es tu nombre. Lo vendiste, igual que vendiste muchos de tus recuerdos y más pedazos de tu alma de los que aun te quedan –Tellerman mostró una sonrisa triunfal–. Sabes que no podrás llegar a nuestro nivel sin estar completo. Nosotros podemos restaurar tu alma, tú no.
Eso era algo que había temido durante mucho tiempo. En su búsqueda de poder había vendido la mayor parte de sí mismo. Ahora apenas era ya Krieg, y era muy posible que lo que le quedaba de él no fuera suficiente para reclamar su derecho de sangre.
–Si lo hago –comenzó, dubitativo– ¿qué pasará con el resto de mi tripulación?
–Tú mismo –dijo Tellerman–. Lo más fácil sería matarlos, por supuesto, pero si consigues meterlos en cintura, pueden seguir trabajando con nosotros hasta que cumplan sus contratos. Bueno, casi todos.
–¿Casi todos?
–No pensarás que no sé nada sobre ella, ¿no? Puedes engañar al resto, pero no a mí. Llevo demasiado tiempo siguiendo la pista del Aurus humano.
–Siempre pensé que querías utilizarla, no matarla.
–Ella no es la única heredera de Van. A pesar de lo fea que era, fue dejando bastardos en una docena de realidades, antes de que la pasara por el cuchillo. Casi parece que lo hubiera hecho a propósito.
No iba desencaminado, pensó Belfast, pero el hecho de que no lo supiera con certeza era un alivio. A pesar de lo que Tellerman hubiera descubierto o deducido sobre los Aurus humanos, Krieg era el único que había recibido la historia completa por boca de la propia Jans Van Middelburg.
–Asumo entonces que tienes localizada a otra de sus herederas, tal vez incluso trabajando para ti.
–Buen intento, chico –Tellerman volvía a sonreír– pero esto es todo lo que pienso a contarte, al menos hasta que seas uno de los nuestros. Así pues, ¿qué me dices? ¿Tenemos un trato?
Belfast asintió lentamente. El sol de la plaza del mercado hasta la que habían llegado caminando durante la conversación se le hacía casi insoportable.
–Haré lo que pueda con el resto de la tripulación –dijo al fin.
–¿Y ella?
–Morirá antes de dejar esta realidad.

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