por Gerard P. Cortés
La
cara de la prostituta chocó contra el suelo con violencia un instante después
de que sus rótulas saltaran por los aires, cortesía de un par de disparos
certeros del arma de Belfast.
La mayor parte de la acción se había concentrado frente a la torre, con el otro grupo haciendo ruido, así que Misaki, Krieg, Tynan y él habían podido avanzar con relativa facilidad hasta la parte baja de la ciudad.
Allí la maraña de callejones se hacía más densa hasta convertirse casi en un laberinto, pero eso no parecía molestar a Misaki. Una especie de sentido de la orientación sobrenatural la guiaba con paso seguro a través del intrincado trazado de la ciudad de los dioses.
– Por ahí –la última descendiente del clan Asari señaló el más estrecho de los callejones circundantes. Los demás la siguieron sin una protesta, como habían hecho hasta ahora.
Todo lo que le faltaba en anchura, el camino lo compensaba en longitud. Avanzaron y avanzaron y a cada paso parecía hacerse más estrecho y empinado. También más oscuro. Arriba, los edificios parecían combarse los unos hacia los otros, tapando los escasos rayos de sol hasta sumirlos en una oscuridad casi total.
Aun así, siguieron adelante, palpando ambas paredes y tratando de no tropezar en un suelo cada vez más pedregoso. Aunque no podía ver nada, Belfast estaba seguro de que ya no estaban en la ciudad. Parecía más una cueva o algún tipo de gruta excavada en la piedra que se extendía más y más, tal vez hasta el infinito.
Era imposible saber cuánto habían avanzado cuando el primer atisbo de luz apareció a lo lejos. Misaki murmuró algo y aumentó la velocidad de su paso, los demás hicieron lo posible por mantenerse a la altura. El final del camino lo marcaba una estrecha grieta vertical en lo que parecía ser, confirmando las sospechas de Belfast, una enorme mole de piedra. Emergieron por ella, agradecidos de volver a respirar aire puro y ver el cielo, solo que este no era como el de ningún mundo en el que hubieran estado.
Era más verde que azul y había por lo menos tres lunas y dos soles orbitando en él. El resto era más parecido a un desierto que a otra cosa.
– Hemos salido de la ciudad –observó Krieg–, pero… ¿cómo? Creía que este mundo era de esos que llamáis amos.
– Ellos solo lo ocupan –le corrigió Belfast–. Construyeron su ciudad y lo reclamaron como propio, pero este mundo ya existía mucho antes. Sospecho que desde siempre.
– Pero si ellos no están aquí, ¿qué estamos buscando?
– Una oportunidad –la voz de Tynan sonaba por primera vez acorde a su edad, despojada de bravuconadas de viejo marino–. Una última oportunidad de redención.
Belfast sintió la necesidad de burlarse de su antiguo capitán, pero se resistió. Al fin y al cabo, no estaba diciendo nada que no fuera verdad.
Krieg se resignó con la respuesta de Tynan. Siempre le había parecido un viejo loco y los años no habían hecho nada más que empeorarlo. Además, era Misaki la que lo preocupaba de verdad. Al salir de la gruta se había adentrado unos pocos metros en el desierto y se había parado, mirando al infinito sin decir nada.
– ¿Misaki? ¿Estás bien?
Ante la ausencia de respuesta puso la mano en su hombro, pero tuvo que retirarla enseguida. Todo su cuerpo quemaba. Al instante un aura del blanco más puro comenzó a brillar alrededor de ella. Trató de dar un paso en su dirección, quería salvarla de lo que fuera que le estuviera pasando aunque no entendiera qué era. Aunque ello le costara la vida. El pelirrojo tuerto, el tal Belfast, se lo impidió.
– Espera chico. No le pasa nada, solo está cumpliendo con su destino. Aquí es donde nació su alma, la fuente de su poder. Aquí es donde siempre ha estado escrito que debía volver.
Misaki alzó los brazos sin salir del trance, murmurando cosas en una lengua incomprensible para nadie más que ella misma. El suelo comenzó a temblar. Levemente al principio, con más violencia después.
A lo lejos la arena comenzó a moverse, como colándose por un remolino que se iba haciendo más y más grande. Un pequeño triángulo blanco emergió de él en dirección al cielo y, en unos segundos, tenían delante la pirámide más enorme construida jamás en aquel o cualquier otro mundo.
Misaki cayó al suelo de rodillas, exhausta, y Krieg se abalanzó a ayudarla. Ya no quemaba y en su cara, pese al visible agotamiento, brillaba una sonrisa serena.
– Watashi wa chichideshita.
– "Lo hice, padre" –tradujo Belfast con bastante más que una nota de orgullo en su voz. Después se agachó junto a ella–. Nos has traído hasta aquí, pequeña mariposa, pero todavía necesitamos tu ayuda un poco más.
Ambos la ayudaron a ponerse en pie y caminaron hacia la entrada de la pirámide, que se abrió en cuanto se acercaron. Tynan les alcanzó justo antes de que la puerta se cerrara detrás de ellos.
Krieg se estremeció. Seguramente no fuera más que un mecanismo de seguridad. Uno de tantos con los que contaría la pirámide, pero aun así no podía quitarse de la mente la sensación de que no estaban solos. Ni la de que no eran precisamente bienvenidos.
La mayor parte de la acción se había concentrado frente a la torre, con el otro grupo haciendo ruido, así que Misaki, Krieg, Tynan y él habían podido avanzar con relativa facilidad hasta la parte baja de la ciudad.
Allí la maraña de callejones se hacía más densa hasta convertirse casi en un laberinto, pero eso no parecía molestar a Misaki. Una especie de sentido de la orientación sobrenatural la guiaba con paso seguro a través del intrincado trazado de la ciudad de los dioses.
– Por ahí –la última descendiente del clan Asari señaló el más estrecho de los callejones circundantes. Los demás la siguieron sin una protesta, como habían hecho hasta ahora.
Todo lo que le faltaba en anchura, el camino lo compensaba en longitud. Avanzaron y avanzaron y a cada paso parecía hacerse más estrecho y empinado. También más oscuro. Arriba, los edificios parecían combarse los unos hacia los otros, tapando los escasos rayos de sol hasta sumirlos en una oscuridad casi total.
Aun así, siguieron adelante, palpando ambas paredes y tratando de no tropezar en un suelo cada vez más pedregoso. Aunque no podía ver nada, Belfast estaba seguro de que ya no estaban en la ciudad. Parecía más una cueva o algún tipo de gruta excavada en la piedra que se extendía más y más, tal vez hasta el infinito.
Era imposible saber cuánto habían avanzado cuando el primer atisbo de luz apareció a lo lejos. Misaki murmuró algo y aumentó la velocidad de su paso, los demás hicieron lo posible por mantenerse a la altura. El final del camino lo marcaba una estrecha grieta vertical en lo que parecía ser, confirmando las sospechas de Belfast, una enorme mole de piedra. Emergieron por ella, agradecidos de volver a respirar aire puro y ver el cielo, solo que este no era como el de ningún mundo en el que hubieran estado.
Era más verde que azul y había por lo menos tres lunas y dos soles orbitando en él. El resto era más parecido a un desierto que a otra cosa.
– Hemos salido de la ciudad –observó Krieg–, pero… ¿cómo? Creía que este mundo era de esos que llamáis amos.
– Ellos solo lo ocupan –le corrigió Belfast–. Construyeron su ciudad y lo reclamaron como propio, pero este mundo ya existía mucho antes. Sospecho que desde siempre.
– Pero si ellos no están aquí, ¿qué estamos buscando?
– Una oportunidad –la voz de Tynan sonaba por primera vez acorde a su edad, despojada de bravuconadas de viejo marino–. Una última oportunidad de redención.
Belfast sintió la necesidad de burlarse de su antiguo capitán, pero se resistió. Al fin y al cabo, no estaba diciendo nada que no fuera verdad.
Krieg se resignó con la respuesta de Tynan. Siempre le había parecido un viejo loco y los años no habían hecho nada más que empeorarlo. Además, era Misaki la que lo preocupaba de verdad. Al salir de la gruta se había adentrado unos pocos metros en el desierto y se había parado, mirando al infinito sin decir nada.
– ¿Misaki? ¿Estás bien?
Ante la ausencia de respuesta puso la mano en su hombro, pero tuvo que retirarla enseguida. Todo su cuerpo quemaba. Al instante un aura del blanco más puro comenzó a brillar alrededor de ella. Trató de dar un paso en su dirección, quería salvarla de lo que fuera que le estuviera pasando aunque no entendiera qué era. Aunque ello le costara la vida. El pelirrojo tuerto, el tal Belfast, se lo impidió.
– Espera chico. No le pasa nada, solo está cumpliendo con su destino. Aquí es donde nació su alma, la fuente de su poder. Aquí es donde siempre ha estado escrito que debía volver.
Misaki alzó los brazos sin salir del trance, murmurando cosas en una lengua incomprensible para nadie más que ella misma. El suelo comenzó a temblar. Levemente al principio, con más violencia después.
A lo lejos la arena comenzó a moverse, como colándose por un remolino que se iba haciendo más y más grande. Un pequeño triángulo blanco emergió de él en dirección al cielo y, en unos segundos, tenían delante la pirámide más enorme construida jamás en aquel o cualquier otro mundo.
Misaki cayó al suelo de rodillas, exhausta, y Krieg se abalanzó a ayudarla. Ya no quemaba y en su cara, pese al visible agotamiento, brillaba una sonrisa serena.
– Watashi wa chichideshita.
– "Lo hice, padre" –tradujo Belfast con bastante más que una nota de orgullo en su voz. Después se agachó junto a ella–. Nos has traído hasta aquí, pequeña mariposa, pero todavía necesitamos tu ayuda un poco más.
Ambos la ayudaron a ponerse en pie y caminaron hacia la entrada de la pirámide, que se abrió en cuanto se acercaron. Tynan les alcanzó justo antes de que la puerta se cerrara detrás de ellos.
Krieg se estremeció. Seguramente no fuera más que un mecanismo de seguridad. Uno de tantos con los que contaría la pirámide, pero aun así no podía quitarse de la mente la sensación de que no estaban solos. Ni la de que no eran precisamente bienvenidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario